jueves, 25 de enero de 2018

Cine Polaco (XXX): Dzieje grzechu (Historia de un pecado, 1975) Walerian Borowczyk






















Antes de ponerme a escribir esta entrada, tenía una idea muy clara de como la iba a orientar, pero ha bastado una búsqueda por Internet para derruirla. Como sabrán, Walerian Borowczyk es una personalidad polémica y contradictora dentro de la cinematografía de los años 60 y 70. Como muchos otros creadores de los países del este tuvo que emigrar a occidente, dado que el clima político en su país no le permitía abordar y desarrollar los temas que prefería. La ansiada libertad frente al asfixiante totalitarismo casero.

Para unos, esta decisión fue beneficiosa, hasta el extremo de que dejaron de pertenecer a la cinematografía de su país de origen, caso de Polanski, Para otros, supuso el inicio de un largo calvario que les llevó a la irrelevancia y al olvido, caso de Borowczyk, cuya fascinación por el cine erótico le acarreó el desprecio crítico en los 70, tras una serie de brillantes películas en Francia durante los sesenta. Únase a esto que este director fue uno de los renovadores de la animación mundial a finales de los 50, junto con Jan Lenica, forma a la que aporto obras importantísimas por su radicalidad, cinismo y audacia experimental. El resultado, por tanto, es una personalidad multifacética y desconcertante, cuya decadencia posterior se aviene mal con las altura de su producciones primerizas.

Con esto en mente, tenía gran interés por ver  Dzieje grzechu (Historia de un pecado, 1991), único largo que rodó en su Polonia natal. Pensaba que sería otra de esta obras de juventud, como sus cortos animados, que le granjearon la fama necesaria para dar el salto al mercado francés. De ahí mi interés, ya que pensaba que en ella se verían, aunque fuera en esbozo, los temas que caracterizarían su obra posterior, especialmente ese erotismo con el que se le asocia. Sin embargo, mis supuestos de partida eran falsos. Dzieje grzechu es una obra de 1975, muy lejana de sus inicios como maestro de la animación, posterior a su periodo de gloria como cineasta escandaloso, situada ya en ese tiempo que anunciaba su decadencia. Ubicación que me sirve para justificar mi juicio sobre la película, incluso para disculparme por él. En pocas palabras: no me ha gustado.

El principal problema del cine de Borowczyk es que el erotismo de sus obras parecía  pornográfico en los años 60, pero ahora parece pacato y timorato, casi merecedor de la etiqueta peyorativa de soft. Como si fuera una más de esas obras donde el rechazo que aún nos provoca la visión descarnada del acto sexual se intenta edulcorar con esteticismo y buen gusto. Sin embargo, esta depreciación de la obra de este director polaco no es nueva ni reciente. Ya en los años ochenta, cuando la televisión pública española dedicó un espacio nocturno a los hitos eróticos del cine, las películas de Borowczyk desentonaban un tanto. Siendo más preciso, desentonaban con las que se habían rodado en los setenta, puesto que el cineasta polaco seguía, en cierta manera, atado al modo en que estos temas se trataban en esa década, mostrando pero sin dejar ver, mientras que las obras de la década siguiente no tenían tapujos en mostrar lo que fuera necesario.

Pero... ¿es importante todo esto a la hora de juzgar una película? Evidentemente no. O al menos no debería serlo. Lo que se puede o debe mostrar en pantalla varía tanto de generación en generación que resulta igual de estéril el escandalizarse o el bostezar. De hecho, en un cineasta narrativo como es Borowczyk fuera del ámbito animado, lo esencial debería ser su capacidad de narrar una historia. No tanto en el sentido de utilizar bien o mal los recursos de un estilo particular, sino en el de determinar si es capaz de ofrecernos un nuevo modo de ver. De hacernos reparar en lo que que nos pasa inadvertido o de utilizar la cámara para mostrar aquéllo que otras artes se muestran incapaces en describir.

Ése, y no otro, es el principal defecto de Dzieje grzechu. Excepto en ocasiones muy particulares, la dirección de Borowczyk es rutinaria, morosa, sin tono, casi como si, en el fondo, no le interesase la narración que plasma en imágenes. Y no es que la historia no sea prolija en acontecimientos. La sordidez de su historia, el relato de la perdición completa y paulatina de la protagonista hasta convertirse en una criminal contumaz, habría servido a muchos otros directores para crear una obra plena en golpes de efecto, grandilocuencias e hipérboles visuales. Para crear un escándalo escénico con el que sacudir las plateas y llenarse los bolsillos. Así que la contención de Borowczyk, su afán por desnudar la narración y dejarla en lo justo e imprescindible, su disciplina inflexible por no subrayar y aparentar desapego, es incluso elogiosa.

Sólo que no funciona. La película se deshace y al final no se sabe qué es lo que quería contar o con qué fin. Lo que no significa que vaya a dejar de ver otras películas de este director. Muy al contrario, este traspiés sólo ha servido para aumentar mi curiosidad por su obra mayor, la creada en los sesenta.

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