Como todos los domingos, continúo con mi revisión de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno de Mater the Greater (Mater el Mayor), corto
realizado en 2008 por John Lasseter, uno de los fundadores de Pixar, como complemento al largometraje Cars (2006), de la misma compañía.
Para empezar, les diré una cosa. Todos los cortos de la Pixar, sin excepción, me parecen una pérdida de tiempo. Excepto Knick Knack (1988, versión sin censurar, aquí), que es el único que tiene gracia. Y mucha, debo confesar. El resto se dividen en tres categorías, todas igual de intragables. Los que son apéndice a los largometrajes de la compañía, sin interés alguno una vez separados de su referencia original. Los que son meras demos de una técnica imperfecta en evolución, prácticamente todos los de las décadas de 1980 y 1900. Los que quieren ser originales y rompedores, pero en realidad son copias forzadas del espíritu de la Warner de los 30, 40 y 50, muertas ya desde la redacción de su guion; o mucho peor, son ejercicios concienzudos en cursilería, en eso que los americanos creen que es la poesía, las maneras elevadas y nobles del arte, pero que sólo es sensiblería y ñoñería en dosis nocivas.
En fin, que no se me ocurre nada más que decir de este corto. Que sí, que técnicamente es admirable, que las herramientas de programación y la potencia de los ordenadores permiten realizar virguerías, lucirse con movimientos de cámara acrobáticos, hacer posible aquéllo que era irrealizable hace unas décadas, más aún, con lo que ni siquiera se soñaba. Pero ya está, su importancia, si es que tiene alguna, se agota ahí, en ser demo de la técnica de la época, producto con que arañar algunos dolares más de los que ya se consiguieron con la película original, vehículo con que contar algunos chistes malos y flojos, tantas veces repetidos que ya hieden. Para este viaje no hacían falta estas alforjas, de verdad. Bastaban con enviarnos a casa, por subscripción anual, un DVD o un BlueRay con diez minutos de avances técnicos. Así podríamos emitir los ¡oh! y ¡ah! de admiración de costumbre, archivar cuidadosamente el disco y olvidarnos completamente de su contenido. Hasta el año siguiente y el siguiente envío.
De verdad, estoy hurgando en mi cabeza para ver si encuentro una frase elogiosa con la que obsequiar a este corto, pero no, no hay manera. De hecho, no sé como continuar esta entrada hasta llegar a su extensión habitual, pero es que no hay nada más que se pueda decir. Ni admirarse por su fidelidad a técnicas ya periclitadas y en desuso, ni alabar su visión y valentía en hallar caminos originales para las nuevas técnicas. Tampoco se puede encomiar sus capacidades narrativas, ni mucho menos el afán por alcanzar una belleza elusiva, sea al modo clásico, sea al modo moderno.
En su lugar, nada, nada, nada. Personajes estereotipados, situaciones banales, desarrollos repetitivos. Y ninguna gracia, ningún humor, ninguna emoción. Nada que nos haga vibrar.
Así que no les entretengo más. Como siempre, les dejo aquí el corto. Ni se molesten en verlo.
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