Debo confesarles que hasta hace pocos meses desconocía quien había sido Andrzej Zulawski. Fue sólo cuando murió, en febrero de 2016, que mi atención fue atraída por la agitación despertada en twitter, especialmente entre los sectores más jóvenes de mis conocidos cinéfilos. Por lo que decían, parecía haber sido uno de los grandes directores de nacionalidad polaca, entre cuya obra sobresalía una película en particular, Possession (La posesión), rodada en 1981. Ahí podría haberse quedado todo, con mi curiosidad despertada y unas cuantos DVD/BR más que añadir a mi discoteca, donde terminarían cogiendo polvo. Por fortuna, mi revisión este año de la cinematografía polaca me ha llevado a rescatar su obra del fondo del armario, en concreto, ésa película que se señalaba como la cumbre de su filmografía.
Zulawski es una excepción dentro de la cinematografía polaca, incluso de la mundial. En primer lugar, pertenece a esos cineastas nómadas cuya producción no se realiza en el país de origen, sino que van dejando películas allí donde recalan, según las oportunidades de financiación y la libertad de creación les permiten. En sí, este derivar creativo no es extraño a muchos directores polacos de tiempos de la guerra fría, a los que la censura y las imposiciones del comunismo les forzaban a buscar nuevos horizontes. De esa manera, como les relataba en la entrada pasada de esta serie, Wajda tuvo que rodar su Danton (1983) en Francia, mientras la segunda parte de la carrera de Kieslowski es eminentemente francesa. Los casos más extremos sean quizás los de Jan Lenica y Borowczyk, ambos con brillante inicio animado en Polonia, para luego dejar el primero, obra dispersa por todo occidente, mientras que el segundo, una vez asentando en Francia, transitaba de la animación al cine erótico.
Más importante en Zulawski, sin embargo, es su excentricidad temática y estética, que, según me dicen y como he podido comprobar, llegó a su culmen con Possession. Esta obra es extremada, de una exasperación que pocas veces he visto en el cine. A punto siempre, durante todo su metraje, de desmoronarse, pero manteniéndose entera, incluso coherente, a pesar de sus contradicciones y sus tendencias centrífugas. Temáticamente, el tono viene marcado desde el primer minuto, al estar ambientada en el Berlín de la guerra fría, una ciudad separada en dos por el famoso muro, que se convierte casi den un protagonista más, presente en ella incluso cuando es invisible.
La historia se desarrolla así en una cárcel urbana de la que es imposible huir y que dota a toda la película, ya desde su principio, de un clima de angustia y paranoia. De un continuo estar a la vista de todos, sin protección, observados en todo momento, lo que conviene muy bien a una historia que parece, sólo parece, ser la narración de una ruptura matrimonial. Eso sí, de una exasperación, crueldad y violencia pocas veces vista en la pantalla, en la que los participantes se hallan, en todo instante, al borde del derrumbamiento... o de retornar a algún estado primitivo en el que la violencia, ya sea contra el otro o contra sí mismo, se convierta en la única vía de salida. Como ocurre en alguna escena particularmente desagradable.
Con esto, Possession ya habría sido una obra notable. Sin embargo, si ha alcanzado la fama que tiene, es por el giro que se produce hacia el segundo tercio de su metraje. De repente, sin aviso previo, nos hallamos en el territorio del cine de terror, pero no del terror adolescente, sino de un terror antiguo y recóndito, enraizado profundamente en nosotros, proveniente de la noche de los tiempo y que nos acompaña desde que surgimos como especie. Del miedo a dejar de ser nosotros pero continuar con vida, a convertirse en sirviente e introductor de fuerzas superiores a nosotros, para las que no somos otra cosa que meros animales. Dominación y subyugación que se expresa filmicamente de la manera más carnal y material posible, en la reducción del ser humano, en una escena espeluznantes, a mero saco de fluidos químicos desprovisto del brillo de la inteligencia.
Pero una película es más que un guión o una historia, es su plasmación en imágenes. Ahí, en ella es donde Zulawski roza la perfección absoluta. Primero, por contar con unos actores en auténtico estado de gracia, en especial Isabel Adjani. Su interpretación es la de alguien en perpetuo desequilibrio, desquiciada, cambiante, inestable e imprevisible, cuya expresión y estado psíquico varían en fracciones de segundo, de fotograma en fotograma. Alguien que se ha perdido sin remedio y lo sabe a ciencia cierta, alquien que va a explotar en en el momento más inesperado, llevándola a la violencia extrema. Contra ella y contra quienes la rodean.
Desquiciamiento que viene subrayado, potenciado, por el magnífico uso de cámara de Zulawski, una de las pocas personas a las que he visto usar con propiedad recursos fílmicos, como el travelling circular, que en otras manos son meros recursos para fardar. En esta ocasión, sin embargo, la movilidad perpetua, centrífuga y excéntrica, de la cámara contribuye a la urgencia, la inestabilidad y la paranoia que inundan la cinta y a la que ella contribuye en buena medida. Así ocurre en una ocasión, cuando la cámara recorre una habitación pegada a las paredes, como si tuviera miedo de sus ocupantes. O las muchas otras ocasiones en que sus giros, unidos a los giros en sentido contrario de los personajes, transforman los pisos y las casas en laberintos infinitos, como si al abrir una puerta, al girar en un pasillo, pudiéramos perdernos sin remedio.
Como si en nuestros mismos hogares acechasen los peores monstruos, creados, cuidados y alimentados por nosotros mismos, amados hasta la muerte y la consunción, tal y como ocurre en esta película.
1 comentario:
Últimamente estoy viendo películas de terror interesantes.
Una de las que he visto que me ha gustado es La cabaña de el bosque.
Del estilo que hablas en tu post me ha gustado "Mientras duermes " un miedo doméstico encarnado en quien nos debería proteger .(Luis Tossar)
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