Una de las paradojas de la historia de la animación es que justo cuando Disney afirmaba su victoria como la productora americana de animación por antonomasia y su estilo como el estilo único posible, surgiera un competidor que con el paso del tiempo acabaría por derrotarla en la memoria de los aficionados y convertirse en una influencia viva en la animación estadounidense contemporánea.
Me refiero, como pueden suponer, a la Warner, y al conjunto de grandes personalidades artísticas, Avery, Camplet, Freleng, Jones, McKimson, Davis y Tashlin, más un gran equipo de músicos, guionistas, animadores y diseñadores, concentradas en lo que se conoce como Termite Terrace. La importancia de la producción Warner en las dos décadas de oro que median entre 1937 y 1957 no puede ser menospreciada, basta con pensar que sus cortos siguen siendo capaces de hacer reír al público de nuestros días, tan vivos y jóvenes como cualquier producción de ahora mismo, mientras que la producción homóloga de la Disney ha pasado a tomar el carácter de pieza de museo, admirable por su perfección técnica, pero incapaz de suscitar la carcajada o la sonrisa en el espectador.
Este frescor y cercanía de la producción de la Warner es aún más sorprendente - e importante - por el hecho de que casi toda producción reciente de animación es en cierta manera heredera de la revolución silenciosa de los artistas de la Termite Terrace. Sin embargo, cualquier intento de resucitar a los personajes o el espíritu de aquel tiempo ha conseguido, como mucho, sólo algún pequeño brillo pasajero, cuando no ha fracasado por entero, mientras que aquellos productos que sí han tenido éxito, lo han sido por desplazar el peso hacia las virtudes del guión, repitiendo el modelo de las sit-com, sólo que en versión animada.
La anterior es la principal diferencia entre esa animación clásica Warner y la actual. El modelo Warner era esencialmente visual, dejando la palabra (y la músico) como un apoyo que permitía subrayar y destacar unos elementos frente a otros. En primer lugar, esto llevaba a perseguir una animación que fuera divertida y atractiva simplemente en su mera representación del movimiento, como puede apreciarse si se pasan los cortos fotograma a fotograma, y que por ello la torna radicalmente opuesta a la rutina actual de la animación, en la que los personajes simplemente transitan de una pose a otra, encorsetados por la supuesta necesidad de no salirse de los modelos originales.
Por otra parte y mucho, más importante, exigía que la imagen, la palabra y la música, se integrasen en un todo que no se puede calificar de otra manera que partitura para orquesta, donde los diferentes elementos eran presentados siguiendo ritmos precisos que mantuviesen la atención del público y se superponían en un mismo instante casi como si fueran acordes musicales que no deben disonar. Una manera de trabajar completamente opuesta a la actual en la que esa atención se intenta conseguir simplemente por mera acumulación, prensando más y más chistes en el mismo espacio de tiempo, pero que sólo consigue que la gracia aparezca forzada, la acción se atasque y detenga.
Aparte de estas diferencias formales, hay otro detalle que me gustaría comentar, y que fue el qué motivo esta entrada. El espíritu subversivo, irrespetuoso e insolente parece ser uno de los valores que más se aprecian en una serie animada moderna, de forma que estas producciones parecen competir en demostrar quien puede ser más burro y salvaje. Por supuesto la mayor parte se quedan en la mera superficie, el chiste infantil, o simplemente lo utilizan como tapadera para reafirmar aquello mismo que dicen combatir... lo que de mucho que pensar de la inteligencia de los que se rasgan las vestiduras y aquellos que los cubren de alabanza.
Por el contrario, la irreverancia de los productos Warner no ha perdido su filo a pesar de que algunos de estos cortos cuentan ya con más de setenta años. Lo viene a demostrar el limbo en que algunos han caido, imposibles de proyectar si no es en versión mutilada o con largos escritos de descargo que intentan hacer ver que ese pasado es un pasado remoto con el que no tenemos relación alguna, cuando esas ideas repulsivas fueron las nuestras hasta ayer mismo. No obstante, aparte de estos resabios de tiempos pasados, lo cierto es que los chicos de Termite Terrace consiguieron hacer pasar ante las mismas narices de la censura escenas que aún hoy nos hacen levantar las cejas.
Una de las más logradas - y terribles - se halla en el corto The Wise Quacking Duck de Bob Camplett, donde presenciamos una escena que podría figurar en las antologías del cine de horror, una persona obligada a desnudarse a punta de pistola, pero que Camplett consigue transformar en una de las secuencias más hilarantes de la Warner al darle la vuelta a la escena y convertirlo en un truco que utiliza Daffy para darle a la vuelta a la situación... acompañado por otra parte de uno de los típicos cambios de género de los personajes de la Warner, la metamorfosis de Daffy en una bailarina de striptease con todos sus manierismos, la cual resulta difícil concebir como logró pasar la censura y que ha motivado que éste sea uno de esos cortos invisibles, excepto en selecciones de lujo fuera del alcance de muchos bolsillo.
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