domingo, 5 de julio de 2009

Rock and Roll




















No pensaba referirme más a los cortos de Oswald, The Lucky Rabbit, que realizaran a finales de los 20 del siglo pasado, Walt Disney y Ub Iwerks, pero viendo hoy Sky Scrapers (1929) no he podido por menos de sorprenderme con la inventiva formal y el desenfado narrativo que presentan, completamente ausentes en la Disney que todos recordamos, o al menos del Disney post-1935, lo cual deja claro que a pesar de la clara autoría y colaboración de ambos, que se remontaba ya a los no menos sorprendentes cortos mudos de Alice, esas características eran la marca exclusiva de Iwerks quien, no lo olvidemos, animaba casi en solitario todos y cada uno de ellos (y muchos de los primeros de Mickey Mousem que en realidad no deja de ser un Oswald de emergencia tras perder los derechos sobre este personaje), aún cuando Disney firmaba como director.

Uno de los mayores enigmas de la animación es los posibles derroteros que habría podido tomar la Disney si Iwerks hubiera continuado allí, pero desgraciadamente eso habría sido casi imposible. La relación de iguales que mantenían cuando él y Disney trabajaban para otra compañía se transformó en una de jefe y empleado a medida que pasaban los años 30, hasta culminar en la partida de Iwerks y la fundación de su propio estudio, sin contar con que para entonces sus respectivos talantes ya eran incompatibles, puesto que Disney empezaba ya a acuñar el concepto de cine familiar, conservador ideológicamente aunque no formalmente, mientras que la manera de Iwerks nos parece ahora, casi 80 años después como un antecesor de lo que sería la Warner.. (o si se prefiere poner en contexto estaba más cerca de lo que los Fleischer realizaban en ese instante, la otra rama gamberra y revoltosa de la animación EEUU que Disney ocultaría por más de medio siglo hasta que volviera a resurgir en la TV en los 90.

No debió ser una ruptura agradable. Coincidiendo con ella, o mejor dicho, debido a ella, en los títulos de crédito de los cortos Disney dejan de aparecer los nombres de los participantes, una mala costumbre que se mantendría durante muchos años hasta finales de los 40, cuando ya todos las productoras hacía largos años que reconocían los méritos de su trabajadores, permitiendo al aficionado seguir las andanzas de Avery, Jones, Freleng o Camplet, mientras que las distintas manos dentro de la Disney han tenido que ser reconstruidas post-morten, por así decirlo, con el testimonio, muchos años más tarde, de los protagonistas y el ojo de los estudiosos, capaces de descubrir el trazo de un animador, el estilo de un director.

Un intento obsesivo y enfermizo por hacer que en la Disney pareciera que sólo había un talento, el suyo, y por dotar a toda su producción de un mismo estilo único que corría el peligro de ahogarlo, aún cuando Disney, que nunca fue un buen animador aunque sí un buen director, cada vez se interesaba menos por los cortos, hasta darlos de lado cuando empezó a producir los primeros largos (un desinterés que por cierto, permitiría que se creasen los delirantes cortos de Goofy de los 40, al quedar fuera de su supervisión y tutela), e incluso en los 50, perder interés por la animación y dedicarse completamente a la imagen real, la TV y los parques de atracciones (lo que, incidentalmente, hace que los largos Disney de los 50 sean curiosamente arty, un tanto lejanos de su cine familiar tanto en el fondo como en la forma)

¿Y qué paso con Iwerks tras romper con Disney? Como tantos grandes animadores fundo su propio estudio y comenzó a producir los cortos que quería de la forma que el quería. No contaba con los gustos del público, sin embargo, cada vez más alejados de la anarquía y el desarreglo visual de los años 20, ni con la censura del código Hays, empeñada en limpiar los dibujos de todo tipo de sexualidad o violencia, eliminando lo que le hacía diferente a las producciones limpias, casi asépticas, de la Disney. Dos factores inevitables que acabaron por llevarle a la ruina, al igual que ocurriera con los Fleischer, y que le forzarían a pedir de nuevo trabajo en la Disney, esta vez como uno entre otros muchos, y no como el socio y camarada del jefe.

Triste destino para el hombre sin el cual Disney nunca hubiera llegado a las alturas que llegó.

Para que luego hablen de justicia o de la inevitabilidad del genio.

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