miércoles, 21 de febrero de 2007

En lisant Sade

Nous autres libertins, nous prenons de femmes pour être nous esclaves; leur qualité d'épouses les rende plus soumises que des maîtresses, et vous savez de quel prix est le despotisme dans les plaisirs que nous goutons.

Sade, Les 120 jour de Sodome


Nosotros, los libertimos, nos casamos para que nuestras mujeres sean nuestras esclavas. Su calidad de esposas les torna más sumisas que unas amantes, y vos sabéis que recompensa es el despotismo en los placeres en que nos gozamos.

Algo que está ahora muy de moda, en esta sociedad que se precia de ser solidaria y cínica al mismo tiempo, es jugar a ser discípulo de Sade (para que no se diga que no digo nombres, como hace ese escritor francés llamado Houllebeck o el director de escena Calixto Beito). Sin embargo, precisamente ahí está la diferencia que hace de Sade un escritor serio, mientras que de los otros son simples adolescentes que alborotan la función de fin de curso. Sade sólo consiguió el desprecio de su tiempo y su actitud le valió el ser encarcelado en la Bastilla y posteriormente el internamiento en el hospital de Charenton. Los nuevos Sade, por el contrario, no arriesgan nada, muy al contrario, reciben el aplauso de todos los que quieren estar en la onda y ser modernos hasta el absurdo.

Mejor dicho, de todos aquellos que necesitan demostrarse a sí mismo que son unos rebeldes a pesar de vivir en el mayor de los aburguesamientos, conformismos y conservadurismos... y si alguien se pregunta porque digo esto, le respondo claramente. Todo rebelde que va acompañado, no es un rebelde, es un lider rodeado de aduladores, alguien cuyo ego necesita y se alimenta de la admiración incondicional de inferiores, mientras que todo rebelde auténtico por definición es un solitario, alguien que no casa con los usos y constumbres de su tiempo, y que por tanto es rechazo y despreciado por todos.

Simplemente por ser distinto. Por demostrar que la diferencia existe.

Esta aparente pequeña disgresión no me ha apartado, sin embargo, de lo que yo tenía en mente, porque si fija uno bien, la figura de Sade, es precisamente, la del rebelde, aquel que no encaja en su tiempo ni con sus contemporáneos, que recibe precisamente por esa sociedad los apelativos de desviado, pervertido, asocial, peligroso, y que se expresa en términos de venganza por este aislamiento social, obligando a mirar a aquellos que no quieren hacerlo.

Una rebeldía que, curiosamente, continúa proyectandose en nuestros tiempos.... y siendo tan viva como entonces.

¿Estoy equivocado? Lo estaría si los textos de Sade se basasen simplemente en el sexo, o en la experiencia sexual. En ese terreno hemos andado mucho, y no ya con los tiempos de Sade, sino con simplemente hace 20 o 30 años, lo que se puede ver y disfrutar ahora mismo, hubiera sido impensable antaño, e incluso reportado penas de cárcel.

No, lo cierto es que cada vez que leo a Sade no puedo dejar de pensar que estoy leyendo un texto esencialmente político (y en ese sentido no deja de ser curioso la actuación del escritor durante la revolución francesa, como defensor de los derechos del hombre). En efecto, como muestra el texto de arriba, toda su obra no es más que una reflexión sobre el poder sin límites, mejor dicho, del ejercicio de este poder sin límites, expresado de la mánera más física y brutal que exista.

Nada más lejos de la concepción de Sade que el hedonismo sexual, el disfrutar de la vida, de otras personas y de los placeres que ambos pueden propocionarles. En el mundo de Sade, sólo hay dominadores y dominados, y sólo hay una relación que una a ambos, el perenne recordatorio de que los dominadores lo son por justicia y derecho, y de que los dominados deben por ello someterse a todos sus caprichos. El auténtico placer para el dominador, no se extrae del acto sexual, éste es secundarío en su concepción del mundo, sino de la humillación, de la demostración, como ya he dicho, de su propio poder, que debe ser obedecido sin rechistar por los inferiores.

De ahí que en ciertos pasajes de Justine, y en cada uno de los 120 jours, los espacios se configuren como auténticos campos de concentración, donde las víctimas son explotadas hasta su muerte, puesto que el único destino que aguarda a los débiles es precisamente el del exterminio a manos de los fuertes, y sus cadáveres abandonados en fosas comunes, indistinguibles unos de otros.

Por todo ello, al tratarse de relaciones de poder y dominación, es decir, de política, tan importante es la justificación filosófica de los actos, como la descripción pormenorizada de los mismos, algo que los aprendices de Sade, aún tienen que aprender.

Pero hay otra conclusión aún más turbadora. Vívimos en un tiempo en que se mira con especial atención a los contenidos, a su posible efecto educador o distorsionador, a como ciertos de ellos, podrían producir una futura generación de asesinos y explotadores, al estilo de los dominadores de las obras de Sade.

Como muy bien se ha indicado, y por restringirnos a la época en que vivió Sade, el terror revolucionario, no fue desencadenado por seguidores de Sade, ni siquiera por sus lectores. Muy al contrario, el máximo responsable del terror revolucionario, el ciudadano Robespierre, era un auténtico puritano, alguien que no tocaba ni el alcohol, ni las mujeres, y que se consideraba, y al que consideraben por encima de todas las pasiones humanas. Alguien digno de admiración y al que merecía la pena seguir.

Todas las pasiones excepto una.

Que su pureza y la pureza de sus ideas, le daba derecho a todo.

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