martes, 27 de febrero de 2007

Riéndose de todo y de todos (y 2)

Micilo: Me lamentaré entonces, si ése es tu deseo, Hermes. ¡Ay de mis cueros! ¡Ay de mis viejos zapatos! ¡ Qué pena de mis sucias sandalias! Ya no permaneceré, desgraciado de mí, del alba al ocaso sin comer, ni erraré en invierno descalzo y semidesnudo, castañeteando mis dientes de frío. ¿Quién tendrá ahora mi chaira y mi lezna?


Luciano de Samósata, La travesía o el tirano.


En otras entradas he señalado mi admiración por Luciano, por ese sentido del humor suyo que no se detiene ante nada y para el cual no hay nada sagrado... algo que le hermana en cierta manera con nuestro tiempo, con esa vertiente cínica y cruel en la que parecen solazarse nuestra sociedad y nuestro tiempos.

Sin embargo, hay algo que distingue radicalmente a Luciano de muchos de sus supuestos seguidores modernos (y en cierta manera es también lo que distingue a Sade de los sadistas actuales), mientras que los tiros de muchos de los supuestos cínicos actuales van contra los débiles, las familias de clase baja, la gente sin cultura, las personas que no dan más de sí, los tiros de Luciano van siempre contra los poderosos, o mejor dicho, contra aquellos que, por una razón u otra, se creen mejores que los demás y en consecuencia, exigen deferencia y respeto.


Se comprenderá mejor si reparamos en el método de trabajo de Luciano, en como su humor es anterior a sus ataques. En efecto, Luciano no necesita elejir una víctima y hacernos reír mientras la despelleja, hasta dejar a la vista su ridiculez. Luciano es capaz de crear viajes fantásticos, por cielo y tierra, que nos asombran por su adacia, su imaginación y la acumulación de disparates, así como dedicar un tratado entero a demostrar porque la mosca es el mejor de los animales domésticos. El humor en él, por tanto, es una herramienta de trabajo, que maneja a la perfección y que es capaz de aplicar a los temas más diversos.


Por ello, a diferencia de muchos imitadores que caen en la parodia, es decir, en elegir una víctima de su ingenio, y torturarla hasta que nos reímos de unos tics siempre repetidos y aplicados a objetos completamente dispares, el humor de Luciano se mantiene vivo aún hoy. Simplemente porque si quitamos el humor sus argumentos continúan siendo válidos. Luciano ha estudiado atentamente el objeto de su burlas, mejor dicho, lo ha examinado intelectualmente, hasta descubrir sus mentiras, errores y sofismas, esos con los que pretende ganar nuestra admiración y respeto. Con ese conocimiento, Luciano, si quiesera podría escribir un tratado serio, denso y meditado, destrozando los altares y pedestales a los que se han encaramado esos enanos, pero, si lo hiciera así, nadie lo leería, sería demasiado pesado y pretencioso, así que utiliza el amor, para hacernos tragar sus amargas píldoras sin que apenas lo notemos, y que su medicina, la de la verdad y el desengaño, actúe con mayor potencia.


Y la mejor prueba de la efectividad de su medicina es como, apenas sin esforzarse, destruye de un plumazo los fundamentos del orgullo y la ambición humanas. Los dioses no son más que muñecos de capirote, incapaces de seguir ellos mismos las leyes que dictan a los humanos. Los héroes, los guerreros, los reyes y emperadores, una vez muertos, no son más que esqueletos putridos indistinguibles de los demás, sin que nada que les quede de su gloria, sin nada que atraiga la admiración del resto de la humanidad, nombres gloriosos que resuenan precisamente por estar huecos. Los sabios, los filósofos y los estudiosos , solo son sabios en trasformar su ingnorancia en apariencia y en vivir a costa de los demás, parásitos que sólo se distinguen de pulgas y garrapatas, en ser mayores, comer más y ser más molesto.


Así, por tanto, es comprensible que, tras haberse reído de los mismos dioses, de la humanidad en el más allá, las única persona que en cierta manera se salva, sea el hombre más pobre que las ratas, aquel que no tiene nada que le retenga en este mundo y para el cual la muerte no es otra cosa que la libertad definitiva, el umbral donde se verá libre de toda desgracia, y donde sus opresores serán aníquilados.


El pobre de solemnidad... y la hetairas atenienses, a las cuales dedicará una serie de diálogos, a cada cual más emotivo.

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