martes, 5 de diciembre de 2006

Capodimonte

Desde hace varias semanas, en el Palacio Real de Madrid, se puede visitar una selección de cuadros procedentes del Museo napolitano de Capodimonte.

Se podrìa hablar de la oportunidad o no de esta exposición, de su importancia o de su falta de ella, de la relevancia de las obras expuestas y del criterio en su selección... pero quizás sea más interesante centrarse en otro aspecto raramente abordado. Lo que podría llamarse, el espejismo de la firma.

En esta supuesta Europa multinacional, multicultural y multilingüistica, los aspectos nacionales, siguen teniendo una importancia determinante, incluso en ámbitos como el que podría llamarse artístico/cultural. Con demasiada frecuencia, (o al menos así era cuando yo estudiaba y dudo que las cosas hayan cambiado mucho), la enseñanza de la literatura, las artes o la música, suele centrarse en los artistas patrios con limitadas excursiones al exterior (o al contrario, una apresurada visión del exterior para volver rápidamente al interior) excepto en aquellos casos, claro ésta, que la tradición interna sea tan pobre que ni siquiera merezca la pena comentarla... aunque así sea haga también muchas veces, por una especie de orgullo infantil, del niño que quiere demostrar que él támbien tiene de eso.

De esta forma, lo que debería ser una visión de conjunto, la de una red con sus hilos entrecruzándose unos con otros y llevando de uno al otro, se convierte en una visión parcial y limitada, de ese mismo concepto, donde sólo importan la pequeña región en la que nos encontramos y los hilos que a ella llevan. O dicho de otra manera, como la historia de la pintura, tal y como se cuenta a la juventud, se convierte en una crónica de la pintura española, donde los fenómenos europeos sólo interesan en cuanto que se integran en esa narrativa.

Así, acababa uno por saber quien era Roger van der Weyden, Tiziano, Caravaggio, Rubens o el cubismo, simplemente porque habían influido o habían sido influidos por la supuesta escuela española (a menos claro está que, como los impresionistas, fueran algo así como las estrellas pop del arte mundial), mientras que fuera se quedaban Corregio, Carraci, Turner, Friedrich y tantos otros, simplemente porque no había una relación directa con nuestra (supuesta) tradición.

Esto últmimo entronca con la importancia que damos a la firma a la hora de valorar una obra de arte, o de como la falta de tiempo, nos obliga a confiar en las listas mentales que nos hemos ido construyendo a lo largo de nuestra biografía, de forma que lo que no están en ella, no merece importancia, ni interés, ni es, por supuesto, "gran" arte.

Porque, claro, si nos limitásemos a la lista mental que el español medio puede tener en su cabeza, esta exposición de Capodimonte sería una inmensa decepción ya que, aparte de un magnífico Greco y otros cuantos, no menos magníficos, Ribera, la exposición no tiene otros nombres conocidos, otras firmas de las que luego se pueda presumir haber visto y con las cuales poner una nota (alta) a la exposición.

Sin embargo, si consigue uno librarse de esa obsesión de las firmas, la primera condición para conseguir disfrutar del arte, esta exposición se convierte en una oportunidad como pocas, la de disfrutar de una "visión" de la cultura europea entre el XVI y el XVIII apenas representada en nuestros museos, y de apreciar como se aparecen, se influyen y se distinguen entre sí, artistas de muy diverso temperamento, capacidad y objetivos

Simplemente porque en la sala en la que está el Greco del que hablabamos, se puede disfrutar de una puñado de obras manierista, entre ellas un magnífico Parmigianino, para, en la siguiente sala, encontrarse con un especial de los hermanos Carraci, aquellos pintores romanos que, ellos solos, crearon y definieron lo que habría de ser el barroco. Todo esto bastaría ya para situar la exposición entre las grandes del año, pero a continuación se hallan la Pléyade de pintores flamencos a caballo entre el XVI y el XVII, tan realistas y minuciosos como los que le precedieron, no tan fríos como ellos (pensemos en Van Eyck), pero tampoco tan lumínosos y artificiosos (en el mejor de los sentidos)como los que habrían de seguirles.

Para concluir, por supuesto, con el ambiente cultural de la Nápoles de tiempos de Ribera, o como él era uno más, mejor dicho, que él no era una excepción salida de la nada, sino alguien que compartía un mundo rico y complejo, del cual tomar influencias y a su vez transmitirlas. Alguien que sólo puede concebirse en ese momento y en ese lugar, y alguien si el cual ese momento y ese lugar tampoco podría concebirse.

O como siempre suelo decir, que no nada peor que encerrarse y restringirse, que lo que se se debe hacer es ampliarse y enriquecerse.

Quizás esta la mejor enseñanza de esta exposición.

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