Resulta turbador leer esta palabras de Cage, setenta años tras que las escribiera... o al menos a mí me lo parece.
Me explico. En el tiempo en que empece a gustar de la música, allá a principios de los 80, había una única Música, o al menos una que valiese la pena o que, en otras palabras, mereciese la pena ser conservada. Era lo que se llamaba, a falta de otro término mejor, música clásica, y que se identificaba con la musica profesional occidental del siglo XVIII hasta principios del XX, lo que sería la armonía tonal de los teóricos, pero que alcanzaba muchas más formas y estilos que éste, engoblando en sí desde el Gregoriano y la Polifonía medieval , hasta la musica serial y concreta del siglo XX.
Fuera de esto no existía la Música, o mejor dicho, había músicas, para el entretenimiento y la diversión, pero no para el gozo intelectual y el análisis.
Un ambiente cultural completamente distinto del actual, donde ya no existe una Música, o un Canón musical, sino multiples músicas, todas con sus propios canones, e igualmente válidas, y donde la llamada música clásica no es más que una entre otras, sin pretensiones de primacía.
Esto era algo que ya había dicho antes, pero lo que quería señalar precisamente es otro aspecto de la ecuación, muy en consonancia con la frase de Cage. Ni más ni menos que la irrupción del ruido y del estruendo en la música contemporánea, o mejor, dicho, como ese ruido ya forma parte de la expresión musical y como ésta es inconcebible sin aquella.
Algo que, curiosamente, roba el sentido a la frase de Cage, puesto que el dilema que el planteaba, ya no se plantea. En vez de llevar a un conflicto entre música y no música, que llevase a una tensión dentro de la obra musical, y a una tensión que le hiciese evolucionar y avanzar, lo que se ha producido es una asimilación, un difuminado de los conceptos, una desaparición de las fronteras.
En cierta manera, es como si el problema que se planteaba Cage, nunca hubiera existido, o más bien que su resolución se hubiera alcanzado fuera del ámbito de la música culta, y de una manera que incluso los oídos no cultivados son capaces de comprender.
Una ironía, casi paradoja, que también se refleja en la propia obra de Cage.
Sea, por ejemplo, una obra como las Sonatas e Interludios para piano preparado. Una obra escrita para un piano que se ha preparado situando toda clase de cuerpos extraños (tuercas, tornillos, pernos, gomas, plásticos) entre las cuerdas, de manera que el sonido producido al tocar el instrumento se distorsione. Una acción tal que recuerda los juegos perversos de los Dadaístas y Futuristas, como tocar el piano usando un aspirador, y con los que se buscaba ultrajar y soliviantar al público que escuchaba la pieza.
Una profanación del instrumento, por tanto, un dinamitado del propio concepto de música, de el orden, equilibrio y belleza que solemos asociar a ella.
Eso es lo que deberíamos esperar, a lo que inconscientemente nos preparamos al escuchar el tratamiento al que se somete el instrumento, pero lo que Cage nos entrega es algo muy distinto.
En efecto, de donde esperaríamos distorsión y disonancia, ese ruido al que se refiere Cage en su frase, surge una nueva clase de belleza, desusada y cristalina, fría y helada, pero belleza al fin y al cabo, casi igual a la que transmiten las piezas de Bach, de manera que, en vez de desarreglo, violencia, reto e insulto, encontramos serenidad y tranquilidad, restitución y reconstruccion, equilibrio y eternidad.
Porque apenas varían los ritmos, o si lo hacen es muy suavemente a lo largo de la pieza, al igual que el volumen se mantiene casi constante, o las notas parecen ser casi siempre la misma, sólo ligéramente distorsionada, aquí y allá, por los cuerpos extraños añadidos al piano. Un estatismo contemplativo que consigue no hacerse aburrido, sino enriquecedor, en cuanto nos damos cuenta de como se van organizando, lenta y suavamente, los patrones esparcidos a lo largo de la partitura.
Hasta que nos damos cuenta de que se nos abierto un mundo nuevo, un universo donde escuchamos la música que produciría un grifo que gotea, o el tic-tac de un reloj.
El ruido hecho música o la música hecha ruido. Ambas confundidas la una en la otra, sin que sea posible señalar donde comienza una, donde acaba el otro.
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