martes, 26 de diciembre de 2006

Unexplored Landscapes (y I): 20th Century Music

En una anotación anterior (o quizás la memoria me falle y sea de una de esas ideas que ronda de siempre mi cabeza, pero nunca ha llegado a salir de ellas) señalaba o apuntaba a cuán distinto es el concepto de cultura de ahora mismo con el que era en mi adolescencia, allá a principios de los ochenta, en esa época de la vida en que el caracter se fija y determina, y partir de la cual, lo único que realizamos son variaciones sobre un mismo tema, sin añadir cosas nuevas o borrar las existentes.

En aquel tiempo, la cultura era sólo una, o mejor dicho, sólo había una forma de cultura que se considerase como válida, como auténtica, como noble. Podía uno leer tebeos, disfrutar con ellos, descubrir un mundo al cual sólo se podía llegar por ese medio, y no por otro, pero a la hora de hablar, de cultura, de arte, de lo que era verdaderamente importante y habría de perdurar, de lo que hacía pensar y meditar, los cómics se dejaban a un lado, se disimulaba su conocimiento con esa mezcla de vergüenza y temor que es propia de lo pecaminoso, de lo prohibido, de aquello que reduce tu valía y aniquila tu prestigio.

No otra cosa distinta ocurría con la música, podía uno gustar cuanto quisiese de las formas populares, llámense Jazz, Rock o lo que se desee, pero cuando se nombraba a la música, ese era el terreno de Mozart, de Beethoven, de Wagner, de los grandes y únicos, los únicos que merecían ser escuchados y recordados, mientras que lo otro, era flor de un día, válido sólo para entretenerse un rato, objetos de consumo y de temporada... olvidando cuantas veces esos mismos grandes habían extraído su música de las formas populares de su tiempo, sin que nadie, ni por supuesto ellos mismos, se tirase de los pelos.

Muy otra es la situación actual. Decir que ya no hay una música, sino música, no es otra cosa que repetir un tópico, tan grande como es constatar que todas esas tradiciones, esos estilos, se presentan como igualmente válidos, sin que ninguno pueda situarse por encima de otro, o calificarse como más rico o mejor.

Por supuesto, dicho esto, esta anotación podría perderse en los previsibles y estériles ámbitos de la Jeremiada, el lamento por las reglas que se desvanecieron y por la seguridad que se perdió. No es ése el caso, siempre he considerado que en la cultura y en el arte, el principio fundamental debe ser enriquecerse, no empobrecerse, y que para ello, no hay mejor receta que el romper los límites y las barreras, buscar lo que hay al otro lado, en las otras tradiciones, en los otros estilos, para poder apreciar así lo grande, lo importante, lo hermoso que hay en el lugar de partida. Algo que solo se puede conseguir como digo por el contraste.

Por ello, resulta especialmente triste comprobar el empobrecimiento al que se dirige, a marchas forzadas, la música clásico, o mejor dicho, la larga tradición de la música occidental, desde el Gregoriano y los trovadores, hasta los experimentos formales de ayer mismo.

No, no es exagerado hablar de empobrecimiento. No es raro escuchar, en boca de aficionados de toda la vida, aquello de que Mozart es el mejor compositor con diferencia, como si el resto de la historia músical fuera prescindible. Incluso, en aquellos aficionados más prudentes, es difícil encontrar quien se preocupe por la música anterior a Bach, catalogada como música antigua, cuando, si se mira bien, técnicas y temáticas resultan paradójicamente similares a las formas de ahora mismo.

Y si difícil es encontrar quien se preocupe por la música antigua, más difícil es encontrar a quien lo haga por la, mal llamada, música contemporánea, y además admita hacerlo. Mientras que los compositores del siglo XIX suenan a algo para la gente normal, los del XX, como digo, son completos desconocidos, y no se encontrara a nadie que, para demostrar que sabe de Música, presuma de que su compositor favorito es, Varése, Messiaen, Bartok, Webern, Ligeti o Pierre Henry.

Muy al contrario, intentará ocultarlo.

Por ello, me gustaría, en este blog mío apenas leído, hablar de esas músicas olvidadas del siglo pasado.

Aunque sólo sea para quitarme una espina que llevo clavada. Poder decir que hecho algo por ellos, aunque sea con mis menguada fuerzas.

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