martes, 17 de junio de 2008

Art's survival


Esta no es la foto que andaba buscando. La que yo quería es una imagen que me ha fascinado desde niño, allá por 1980, cuando la descubrí en uno de los fascículos de la colección La Segunda Guerra Mundial.

En ella, un soldado americano estaba de píe sobre un inmenso montón de ruinas, del que emergía un arco gótico quebrado. El soldado no miraba nada de lo que le rodeaba, sino que levantaba la mirada, fascinado por la inmensa mole negra de la catedral de Colonia, intacta entre la destrucción que había substituido a la ciudad.

Una imagen cuyo recuerdo no me ha abandonado (ahora mismo tengo el libro abierto junto al ordenador, mientras escribo estas líneas, y me pasado un buen rato observando la fotografía), porque para mí representa un doble símbolo.

Por una parte, el recordatorio de todas aquellas otras pérdidas que causo la segunda guerra mundial y de las que nunca nos acordamos: Las culturales. Del canal de La Mancha a Moscú, Europa quedó convertida en un inmenso campo de ruinas, y muchas ciudades, ciudades hermosas, ciudades históricas, donde se había habitado desde siglos, donde se había ido acumulando en piedra el legado de generación tras generación dejaron prácticamente de existir y tuvieron que ser reconstruidas de la nada, partiendo de las fotografías de antes de la guerra, como Varsovia, o simplemente fueron rehechas al nuevo estilo de los tiempos, como Berlín, donde sólo aquí y allá, en medio de la modernidad absoluta, aparece repentina, como conservado en una vitrina de exposición.

Una sensación, la de haber sido amputados de su propio pasado, que para los habitantes de España es casi desconocida, ya que la destrucción que produjo nuestra guerra fue muy limitada y casi propias de niños, mientras que está dolorosamente presente para cualquier habitante del centro de Europa, y para cualquier viajero que tras haber recorrido las ciudades reconstruidas, más o menos a la antigua o a la moderna, se topa con poblaciones como Heidelberg, Spira o Praga, y descubre entonces lo que era una auténtica ciudad Europea, sintiendo de rebote, como sentí yo, el dolor por todo lo perdido.

Si tal fue la destrucción de las ciudades, no lo fue menos la de las obras de arte allí almacenadas. De todos los libros guardados en las bibliotecas alemanas, un veinticinco por ciento quedo completamente destruido, mientras que un cincuenta por ciento fue dañado en grado irreparable. No creo que nadie se haya atrevido a pensar en qué hayamos podido haber perdido para siempre, no ya porque se perdieran todas las copias de manuscritos grecorromanos, medievales, musulmanes u orientales. De muchos, probablemente, su contenido fuera preservado por los propios estudiosos, pero ya nadie podrá estudiar las obras originales y por lo tanto es imposible descubrir nada nuevo. Lo que se descubrió o lo que se creyó descubrir ha quedado congelado para siempre en el estado que otros lo dejaron.

La lista sería interminable, pero bastan dos ejemplos más. Las pinturas antiguas conservadas en el museo Kaiser Friedrich ardieron en su completa totalidad (los tesoros del Museo Pérgamo, se conservaron al ser almacenados en un inmenso bunker antiaéreo) de manera que de obras importantísimas de Caravaggio sólo se conservan obscuras fotografías en blanco y negro que apenas nos permiten hacernos una vaga idea. Asímismo, las esculturas que fueron desenterradas por Max von Oppenheim en Tell Halaf (Siria) a principios de siglo fueron convertidas en polvo, unas esculturas y unos hallazgos que provocaron en su tiempo una gran expectación, por su originalidad frente a culturas cercanas, y de las que, aparte de dibujos y croquis, sólo nos queda una mínima parte que se quedo en el museo de Alepo y que se salvo así de desaparecer para siempre, tras haber permanecido milenios a salvo bajo la tierra.

Sin embargo, he hablado de dos símbolos y el significado del segundo es completamente opuesto al primero, puesto que nos habla de esperanza en vez de desesperación.

Y es que ver esa catedral, esa hermosísima catedral construida durante siglos, del XII al XIX, erguida, intacta, en medio de la destrucción ocasionada por la locura de los hombres, es casi una promesa (una alianza por seguir el término bíblico, aunque no sé con quién) de que pase lo que pase, sobreviviremos.

De que ocurra lo que ocurra, perdurará la belleza y seguiremos creándola y amándola, a pesar de nuestras locuras y pecados.




domingo, 15 de junio de 2008

Thoughts not to be stored in heads







En una entrada anterior, hablando de la inmensa producción de los estudios de animación Zagreb Films (más de 400 cortos en 40 años de historia) señalaba yo mis reticencias sobre la reciente pasión actual por la animación, en concreto por la 3D.

Entiéndase bien lo que digo, no se trata de un rechazo de esa técnica, sino del modo en que se está enfocando. El ordenador, por ejemplo, ha supuesto una auténtica revolución en la animación 2D, permitiendo alcanzar gran calidad con menores presupuestos, al eliminar muchas labores tediosas y errores que eran casi inevitables, como podían los temblores entre fotograma y fotograma, provocados por mínimos desplazamientos de los acetatos, o las diferencias de color entre las mismas, al ser coloreadas por distintas manos. Asímismo, el desarrollo la robótica ha permitido conseguir auténticas maravillas en la stop-motion, consiguiendo efectos que antes sólo se obtenían con horas y horas de dedicación.

Lo mismo puede aplicarse a la 3D que permite alcanzar efectos imposibles de soñar hace unos años, tanto en aspecto como en movimiento, y que día a día la hacen más cercana a las producciones de imagen real. Un logro que para mí es su mayor victoria y al mismo tiempo su mayor derrota.

¿Por qué digo esto? Simplemente porque el aparente auge de la animación occidental reciente se debe ni más ni menos a que cada día es más y más indistinguible de las películas de acción real, con lo que el público no tiene la sensación, la vergüenza de estar viendo una de dibujitos. Una situación en que la bondad y la calidad de la animación, se reducen a eso simplemente, a su cercanía a la imagen real, a la experiencia que el espectador asocia con el cine de verdad, el serio y válido, del cual se puede hablar al día siguiente en la oficina o tomando unas copas con los amigos.

Sin embargo, ese objetivo es una reducción, un empobrecimiento de la animación, ya que está, simplemente por no ser una captura fiel del mundo real, sino algo pintado o algo construido, que sólo cobraba vida mediante la magia de la proyección, siempre se ha caracterizado por romper todas las reglas que aprisionaban al cine que intentaba reproducir la realidad. Una liberación que era precisamente por trabajar con algo pintado o con algo construido, donde una pequeña variación de los elementos, extremadamente sencilla en la hoja de papel o en diorama de la stop-motion, podía desencadenar resultados sorprendentes en la pantalla, al actuar contra nuestra experiencia visual cotidiana, como ya señalara también en la entrada anterior.

Una vía que se está perdiendo, mejor dicho que no se cultiva en la 3D comercial que se ha puesto tan de moda, ya que como digo éste quiere convencerse de que no está viendo una de dibujitos para niños (véase el caso de Shrek y como pretende hacerse pasar por una creación seria y postmoderna), cuando esta vía es la que más recompensas ofrece al artista, al obligarle a utilizar su imaginación, para dar un paso más y, sobre todo, a divertirse haciéndolo, algo que a nuestra época, tan seria y concienciada ella, le parece lo que antaño se llamaba un pecado mortal (trabajo y diversión ¿Cómo se podrán mezclar cosas tan distintas? o en otra variante El auténtico arte no puede ser entretenido)

Una vía en la que Zagreb Films y los artistas que ella trabajaban, asombraron al mundo durante cuarenta años, simplemente porque a cada artista que creo un corto se le dio absoluta libertad para hacer lo que quisiera, se les motivó a dar ese paso adelante que hiciera a cada corto distinto a los otros y, lo que parece casi imposible, sin olvidar que sus producciones estaban dedicadas a un público mayoritario, a gentes de todas las edades y educación, no exclusivamente a los críticos que entienden.

De esa manera, como digo y dije, lograron un milagro artístico, la de crear obras de altísima categoría (cada una de ellas merece el apelativo de High Art) pero que podían ser disfrutadas por cualquiera, como es el caso del corto Boomerang, con el que he abierto esta entrada, donde se realiza una durísima crítica del militarismo y la guerra, de la despersonalización del ser humano encuadrado en un ejército, sin utilizar la palabra en ningún instante, sino ilustrando los conceptos, haciéndolos evidentes al primer golpe de vista.

O como ocurría en el corto La peau de Chagrin, transformado en una sucesión de estampas minimalistas casi abstractas, pero sin perder ni un ápice del impacto de la historia original y sin volverlo críptico o incomprensible.





O como el corto En el fotógrafo, donde los esfuerzos repetidos de un fotógrafo para que su cliente sonría, se traducen en una jocoso carnaval en el que aparecen retratados una gran variedad de estereotipos humanos.








Un tiempo, y una forma de crear y de atreverse, que parecen haber pasado para siempre.

viernes, 13 de junio de 2008

Neo-español

Le professeur: A présent, traduisez la même phrase au en espagnol, puis au neoespagnol.

L'élève: En espagnol, ce serat: les roses de ma grand mère sont aussi jaunes que mon gran-père qui était asiatique.

Le professeur: Non, C'est false.

L'élève: En neo-espagnol: les roses de ma grand mère sont aussi jaunes que mon gran-père qui était asiatique.

Le professeur: C'est faux, C'est faux, C'est faux. Vous avez fait l'inverse, vous avez pris l'espagnol pour du neospagnol, et le neospagnol pour de l'espagnol... Ah... non... C'est le contraire



La Leçon, Ionesco

El profesor: Ahora, traduzca la misma frase al español y luego al neoespañol.

La alumna: En español será: Las rosas de mi abuela son tan amarillas como mi abuelo que era asiático.

El profesor: No, Mal.

La alumna: En neoespañol:
Las rosas de mi abuela son tan amarillas como mi abuelo que era asiático.

El profesor: Mal, Mal, Mal. Lo ha hecho al revés, ha confundido el español con el neoespañol y el neoespañol con el español... Ah... no... era al revés.


Llevo varios días dando vueltas en la cabeza a esta frase, sin saber muy bien que decir. O mejor dicho, lo que tengo que decir es tan claro y sencillo que apenas permite una elaboración y ampliación ulterior, de ésas de las que peca tan a menudo este blog.

Porque lo que me atraía de esta cita y en general del teatro de Ionesco (o al menos de La Leçon y la Chantatrice Chauve, que he leído en tándem hace unas cuantas semanas) es su carácter de auténtica gamberrada, de cargarse de un papirotazo todo el sistema educativo, carcajeándose de la ciencia y el saber, al proponer que todas las lenguas europeas, vivas y muertas, incluso el latín, derivan de una única lengua inexistente, el neoespañol. Aún más, que todas las lenguas utilizan las mismas palabras y les atribuyen el mismo significado, distinguiéndose unas de otras por la voluntad del hablante, que en un momento dado decide que está hablando en español, en francés, en latín o en la madre de todas ellas, el neoespagnol.

De lo cual se deduce que la auténtica dificultada de un idioma no está en aprender su vocabulario, su fonética o su gramática, puesto que todo eso ya lo sabemos de antemano, sino en descubrir la nacionalidad del hablante para así poder averiguar la lengua en la que se nos está dirigiendo y así poder traducir correctamente y no cometer errores groseros.

Algo que para la pobre estudiante que sufre la lección es completamente imposible, al igual que para alguien que no es Pitufo resulta imposible hablar correctamente en Pitufo.

Y con esto llegamos al meollo de la cuestión, el hecho de que estas obras del teatro del absurdo, Beckett y Ionesco, constituyen el paradigma de la postmodernidad, antes de que, como en el caso de Jarry y Ubú Rey, ese palabro se inventase; ya que lo que Ionesco se propone es reírse de todo y de todos, sin intentar ofrecer ningún mensaje, ya sea político o estético, es más, en todo momento se nos está demostrando, por activa y por pasiva, que ese mensaje no existe, que no está escondido, y que cualquier crítico o estudioso que intente inventarlo no estará cometiendo otra cosa que no sea una inmensa impostura... que por supuesto será satirizada, desmontada y aplastada convenientemente, tras someterle a pública humillación y escarnio.

Una forma de entender el arte que si aún hoy produce heridas y encendidos artículos, en los tiempos de Beckett e Ionesco debía incitar a la agresión física, pues entonces el modernismo, con su sentido de misión estética y moral, insobornable e irrenunciable, aún eran fuertes y poderosos, más bien, constituían la única forma de arte posible y la norma a la que cualquier creación artística debía ajustarse.

Con lo que una obra como La Leçon debía asemejarse a una bofetada en la cara o a un puñetazo en la boca del estómago, por no referirse a otras partes anatómicas menos nobles.

jueves, 5 de junio de 2008

Hands

Este entrada es sobre como las manos nos sirven para comprobar que este mundo existe y que nosotros existimos en él...





...de como mediante ellas obtenemos el placer...



...de como nos sirven para crear belleza...










...y por último, de como los automatismos aprendidos tras repetirlos una infinidad de veces, esos gestos almacenados para siempre en en el interior de nuestros cerebros, nos sirven para recordar esa misma belleza pasada...



...y sobre todo, a las personas a las que amamos...

martes, 3 de junio de 2008

Through Hell

Whoever lived through those last months with receptive senses must have felt that never before had the light been so intense, the sky so lofty, the distances so vast.

Graf Hans von Lehndorff, citado por Max Hastings en Armageddon.

He querido comenzar esta entrada con esta cita del Conde Hans von Lehndorff que vivió en primera persona la toma, en 1945, de Prusia Oriental por los soviéticos y la relató en sus diarios. Una época terrible, a la que sobrevivió por su calidad de médico, que le convirtió en algo valioso para los soviéticos, de manera que paso en cuestión de horas, de servir en un hospital militar alemán a hacerlo en uno ruso, siguiendo el ejemplo heroico de tantos médicos que decidían no abandonar a sus enfermos y se quedaban a esperar al enemigo que avanzaba y no tardaría en llegar, esperando así poder proteger a los heridos a su cuidado.

Un tiempo de horror y destrucción, del que sólo poco a poco, a medida que el régimen soviético se desmoronaba, y junto a él, se desvanecían toda la propaganda y todos los sueños que en ese sistema habíamos depositado, hasta quedar convertidos en polvo, y dejarnos sin camino, brújula o puntos cardinales, obligados a reconstruir de nuevo, desde la nada, el pensamiento de la izquierda, puesto que todo aquello en que habíamos creído y aprendido, había sido envenenado por aquellos que se proclamaban sus custodios.

Pero esto no es lo que quería señalar, lo que quería señalar es la absoluta serenidad con que este hombre afronta esa situación, el tiempo en que su tierra natal iba a ser invadida, sus ciudades y pueblos destruidos, sus gentes muertas, sus mujeres violadas y los supervivientes deportados, para no volver nunca a los lugares que amaban.

Un tiempo en que la naturaleza, indiferente a los asuntos humanos, inmutable por estos, capaz de sobrevivir al olvido que los mostrará inútiles; se mostró más bella que nunca, mejor dicho, adquirió una belleza desconocida y desusada como sí la catástrofe que iba a acontecer no fuera a ocurrir y todo se redujera a un mal sueño de los que despertamos sobresaltados y sudorosos.

Pero no fue así, puesto que todo el odio, la destrucción, el horror y las atrocidades con que la Alemanía Nazi había inundado Europa refluiría sobre ella, haciendo realidad la peor de sus propagandas, esa propaganda del miedo con que buscaban galvanizar la voluntad de sus habitantes, convertirlos en fanáticos para los que no existiese otra opción que la victoria o la muerte.

Una marea, el de aquellos que habían visto su país atacado por sorpresas, los que habían soportado el rigor con que los nazis hacían la guerra y lo oprimían a los pueblos sometidos, el de aquellos que habían tenido que reconquistar palmo a palmo el terreno perdido, descubriendo a cada paso las pruebas de ese rigor y sintiendo crecer su ira, por los muertos y por los vivos. Los mismos que vivían bajo una dictadura tan feroz como la nazi, y cuyas vidas estaban siempre pendientes de un hilo, acostumbrados a la cotidianidad de la violencia y la muerte, al uso arbitrario de esta, sin requerir justificación o excusa.

Los que ahora tomarían venganza sobre los alemanes, sobre cualquier alemán que encontrasen, fuera nazi o no, inocente o culpable, hombre o mujer, joven o viejo, convirtiendo a Prusia Oriental en un auténtico infierno sobre la tierra.

Otro más de tantos de aquella guerra.

viernes, 30 de mayo de 2008

Fanarts/Intolerance/Lost forever

El pasado fin de semana he visitado por fin la nueva sede de La Caixa en Madrid, tras el largo hiato en sus exposiciones, de más de dos años, que su construcción había supuesto y debo decir que he sentido una cierta nostalgia por su antigua ubicación, que se había convertido en una parada obligada en mis viernes culturales, ya desde el año 1983 y la exposición La mujer en el antiguo Egipto. Una sede, la antigua, que al contrario que la nueva, bigger than life y animada de un cierto racionalismo cartesiano, que tiende a aplastar al visitante y a hacerlo pequeño, era de salas pequeña y trazado laberíntica, con las escaleras de acceso al piso superior escondidas a la vista y que muchos no encontraban, y una pasarela que conectaba las dos alas superiores. Un espacio, como digo, exiguo y angosto, pero que colocaba las obras de arte en contacto casi directo, familiar con el público, impidiendo que este pudiera apartarse de ellas, el efecto contrario de la monumentalidad fría y casi pomposa de la nueva sede, un envoltorio magnífico casi más importante artísticamente que las obras que pueda albergar, o que como poco las pone en situación de desventaja, como ocurre con el museo Gugenheim de Bilbao.

Una, posiblemente falsa, apreciación negativa, la de quien va a visitar algo largamente anunciado o esperado, y se encuentra que no era para tanto, pero que seguro en unos meses, y con la llegada de exposiciones/platos fuertes, esas magníficas muestras que organizaba la Caixa, se me pasaré, y podré apreciar la sede en su justa medida valor.

Y hablo de exposiciones/platos fuertes, porque las que han servido de apertura han desmerecido un tanto el bombo y platillo de esta reapertua, ya que cuando visitaba la muestra del Pintor/Ilustador/Publicista Mucha...


...no pude reprimir la risa, algo que bien pudiera haberme causado ser nombrado persona non grata en la fundación, ya que los diseños de Mucha eran clavados a los fanarts de ciertos contenidos audiovisuales que me complazco en ver...


...algo que no sé ahora mismo si constituye un elogio o una crítica (al menos servirá de publicidad de este blog, como google bien demuestra).

No obstante, el día no se echo a perder. En la librería de la fundación encontré el catálogo de una de las pocas muestras de la Caixa que no llegaron a Madrid, y que yo tenía mucha ilusión por ver, aunque fuera de forma indirecta, via el catálogo.

Se trata de la muestra Afganistán una historia Milenaria, una región y un tiempo, que antes que los demonios del fanatismo religioso, la geopolítica, el fanatismo y la guerra la trajeran al primer plano informativo, era de especial importancia para los estudiosos de la historia. Allí, en medio de Asia, en la via natural que une a la India con Oriente Próximo, Asia Central y China, habían pervivido, tras la expedición de Alejandro, reinos helénicos hasta el siglo I de nuestra era, y su influencia había sido tan grande que el nombre del conquistador macedonio no es recordado por la tradición hindú, pero sí el de uno de esos reyes grecohelénicos, Menandro, por sus diálogos y debates con los monjes budistas.

Un tiempo y un lugar donde se produjo uno de los sincretismos y metamórmofosis más asombrasas de la historia, tanto bajo esos gobernantes grecohindios, como sus sucesores Kushanos, en el que los santos y personas sagradas de una religión, la budista, fueron representados bajo las formas de la escultura helénistica, perfectamente reconocible para cualquier occidental, pero de significado e intencionalidad completamente distinto, como muestra este Boddishatva, tallado como si fuera Heracles.



Una forma artística nueva que, a través de la ruta de la seda, se transmitiría hasta China y al Japón, fertilizando todo el continente. Más importante aún, porque sería también en esas tierras de Afganistan, donde el Budismo Teravada (o Hinayana si tomamos el término despectivo), donde el nirvana sólo puede alcanzarse de una forma personal y solitaria, sin ayuda de nadie, se transformaría durante el dominio Kushano en el Budismo Mahayana, con su legión Boddhishatvas, empeñados en la salvación de la humanidad y en conseguir con su acción y su ejemplo, que el Nirvana pudiera ser alcanzado por todos.

Una nueva religión, envuelta en una nueva forma artística que se extendería desde su lugar de origen los valles del Hindu Kush, hasta los más remotos confines del mundo, China, Mongolia, Tibet y Japón, y que tras las conquistas musulmanas del siglo VII (y la expansión hacia la India del siglo X) desaparecería en su tierra de origen sin dejar otro rastro que los restos arqueológicos, pinturas desvaídas, santuarios derrocados, estatuas rotas, que luego serían amorosamente rescatadas del olvido por esos héroes modernos que son los arqueólogos, restauradas y vueltas a traer a la vida, a la admiración de los ojos modernos...

...para, repentinamente, "gracias" al fanatismo y la ignorancia desaparecer para siempre y dejarnos huérfanos...


El 26 de febrero de 2001 el jefe supremo de los talibán, el Mullah Omar, decretó la destrucción de todas las estatuas existentes en Afganistán. La orden del lider político y religioso perseguía borrar toda huella de las idolatrías que, a lo largo de una historia milenaria, habían precedido el advenimiento del Islam.
A principios de este año (2001) concebimos la idea de organizar la exposición "Afganistan, una historia milenaria" pocos días antes de que, efectivamente, se consumara la destrucción de las estatuas de Bamiyán, las imágenes de Buda, más grandes que existían en el mundo... Simultáneamente, decenas de ídolos de piedra y madera estaban siendo destruidos en los emplazamientos históricos de Herat, Ghazni y Nanhagar. Las colecciones del Museo de Kabul también estaban siendo sistemáticamente destruidas.

Luis Monreal (en el catálogo de la exposición Afganistán una historia milenaria)

Leer estás líneas, ahora en el 2008, resulta estremecedor, especialmente porque fueron escritas en el 2001, antes de que el 11-S, la irrupción de Al-Quaeda y del islamismo radical en la escena mundial, y la intervención armada de los Estados Unidos en Afganistan e Irak, provocasen un terremoto político e ideológico de consecuencias aún incalculables, un periodo de confusión del que aún no vemos el final.

Un tiempo, en fin, en el que a pesar de la evidente estupidez e ignorancia de la administración Bush, que ha hipotecado, como digo, el futuro de este planeta por bastantes decenios junto con el poco crédito que aún pudiera quedarle a la civilización occidental, hay muchos autoproclamados defensores de la libertada y de la pluralidad de culturas que han olvidado que los Taliban y su régimen eran un régimen totalitario, que pretendía imponer una única visión del mundo y de la historia y que, en al estilo de 1984, quiso borrar el pasado para que no hubiese refutaciones a su presente.

Una destrucción del pasado, que no sólo se limitó a los restos de otras culturas y religiones, sino que se aplicicó también a los aspectos de su propia cultura que no correspondían a su visión restringida e ignorante. Ya que en ese mismo Afganistán, en el siglo XV, surgió una cultura cortesana y refinada, cuyo mejor ejemplo sería Babur, príncipe de Samarcanda, rey de Kabul y emperador de Dehli. Unas gentes profundamente musulmanes, creyentes piadosísimos, pero amantes, al mismo tiempo (como los musulmanes de Córdoba), de los placeres de la vida, de la belleza, de la poesía, de la música y de la pintura, que cultivaban, incluso los reyes guerreros de esa época, hasta dominarla como los grandes maestros y, como en el Renacimiento occidental, buscando que la misma poesía pudiera servir, al mismo tiempo, para lo sagrado y para lo profano.

Algo que las mentes ignorantes y estrechas de los Taliban no podían concebir, y que este pasaje del catálogo demuestra claramente

...Ante el monumento, el artista se hizo esculpir el mismo, bajo la forma de una pequeña escultura de mármol; adoptando, no obstante, el aspecto sorprendente de un perro tendido humildemente ante el umbral de la gran portalada.

Esta mpodestia tenía un sentido místico. El artista había querido, en efecto, recordar al animal mencionado en la sura XVIII del Corán, La Caverna, "Y su perro extendió en el umbral las dos patas delanteras". Según la intención del arquitecto, el santuario de Gazurgah tenía que significar a partir de entonces la Caverna sagrada Coránica: allí donde duermen los Siete Sabios, como todas las almas bendecidas, a la espera del juicio final, dentro de la luz negra de la ocultación divina, mientras su perro fiel, símbolo del alma carnal, yaciendo en el umbral anuncia la transformación de nuestros corazones por la humildad, para pasar de este bajo mundo al otro. Si bien el perro es un animal impuro en la percepción islámica ordinaria, éste que duerme ante la caverna, según una glosa medieval común, será transformado en ser humano, y el umbral que guarda marca, pues, el límite entre la carne y el espíritu, entre este mundo y el más allá. Y es esta lección la que proponía el perro de Gazurgah. Los talibán, cuando destruyeron esta escultura en 1995, pusieron en evidencia, no sólo su obstusa iconoclástia, sino también su ignorancia crónica de la espiritualidad musulmana más tradicional, al destrozar toda la dimensión simbólica del monumento.

Michael Barry

...y no es menos importante que la crítica a la locura destrtuctiva Talibán, no se hace desde una óptica occidental, sino desde una óptica musulmana, demostrando como no son más que unos ignorantes, y como han traicionado, con su fanatismo y con su intolerancia, lo más bello y precioso que hay en esa religión (al igual que cristianos rabiosos como Mel Gibson son lo peor que puede suceder al cristianismo), llegando, en su cadena de prohibiciones absurdas, en la búsqueda de una pureza esterilizadora, a desfigurar lo que otras manos piadosas construyeron y muchos otros creyentes vieron como la prueba viviente de la divinidad...

El árbol de la vida manifiesta el cosmos y la imanencia de Dios dentro de él. En Gazurga, el Árbol de la Vida no desplegaba sólo sus espirales de azul en los azulejos de los muros. En el centro del patio, un tejo por lo menos cinco veces centenario, dado que Bihzad lo había pintado ya hacia 1847 en una ilustración del poema místico La mántica de los pájaros, inclinaba antaño, hasta 1995, sus ramas venerables sobre la tumba del santo; en virtud de aquella imagen mística de Ibn Arabi, según la cual, al apercibir la manifestación divina, "El Árbol del Ser tembló de gozo y todos sus colores y sus ramas se estremecieron" a la espera de "inclinarse hacia Ella con veneración". Los taliban lo talaron.

...Una pureza que llega al extremo de negar (y hemos oído a muchas voces supuestamente cultas y expertas proclamar ese despropósito, como el el caso de Gemma Martín) también la existencia de una pintura musulmana, algo que este otro pasaje desmiente...

Contra las ideas recibidas (o a las elucubraciones recientes de los Talibán) una cierta pintura figurativa siempre ha existido en el Islám - desde el primer califato imperial de Damasco - como una expresión simbólica del poder real, concebido como emanación de la voluntad divina... Fue el califa omeya Abd-al-Malik, a finales del siglo VII, quien desterró las imágenes de los santuarios pero las conservó en el palacio...

..y que un visitante de las sedes imperiales de los Omeyas en Siria/Jordania puede comprobar, al encontrar sobre sus paredes representaciones de la mitología clásica (como el nacimiento de Venus) o del poder del Cálifa (calcadas a las que se pueden admirar en las iglesias de Ravenna). O por retomar el hilo, como las pinturas que se crearon en Herat, en el siglo XV, concebidas como enigma místico y cifra de la divinidad, y que ahora se hayan esparcidas por todo el mundo. Un estilo y una forma que luego fueron continuadas en el Irán y en la India Mogol, de tal belleza que aún asombran

Unas pinturas donde la piedad de sus ejecutores y sus comitentes no vaciló en representar al mismo profeta.


...y que deberían hacer que ciertos debates no tuvieran sentido alguno...

miércoles, 28 de mayo de 2008

Boomerang

Hablaba en la entrada anterior de mis reservas sobre la animación 3D, en concreto, la imposibilidad manifiesta de hacer buena 3D con bajo presupuesto y, sobre todo, el afán que la animación 3D comercial tiene por hacerse indistinguible de la realidad, pero temo que no llegué a explicarme con toda claridad y mis palabras hayan resultado excesivamente duras para los que gustan de esa variante de la animación (o sus creadores)... que si en realidad compite con otra forma técnica es con el stop-motion, no con la 2D aunque pueda parecer lo contrario.

Por dejarlo un poco más claro. A nadie se le habrá escapado que las fronteras entre la animación y el cine de personajes reales se están desmoronando, de manera que los CGI ocupan cada vez un lugar más importante dentro de una película y se llega a extremos como la reciente Beowulf, donde gracias a al motion-capture los actores reales han sido substituidos por sus constructos digitales. Este deslizamiento no es nada novedoso, al menos para los que conozcan algo de la historia de la animación. Desde siempre ha habido películas y cortos donde la imagen real y la animada han convivido y compartido el mismo espacio. Lo que ha cambiado es el acento, o mejor dicho la intencionalidad.

En efecto, en muchas de esas películas el CGI no es otra cosa que un efecto especial ampliado, y por tanto, fracasará en cuanto se pueda distinguir de la realidad o se encuentre un nuevo mecanismo que lo mejore, como ha sido el caso de transparencias, superposiciones, disfraces y maquillaje, stop-motion (como King Kong o las aportaciones de Harryhausen) que ahora, al verlas, nos parecen justificables sólo por su encanto Kitsch o el efecto nostalgia, mientras que en las producciones animadas per sé, este efecto de desenfoque, de pérdida de la óptica correcta, no se produce, ya que desde un inicio sabemos que todo era mentira y se nos había presentado como tal, como algo que ampliaba, ilustraba, completaba a la imagen real, pero sin lo cual está, o la película, no podría existir (o viceversa).

Lo cual nos lleva a otro problema, el del realismo en animación. Desde antaño, se ha supuesto que la animación no debía substituir a las producciones reales, que su esencia, era la caricatura, la insinuación, la reconstrucción y la deformación. O dicho de otra manera, que si lo que se animaba era posible rodarlo en imagen real, la animación resultante era algo inútil y sin sentido, como si la animación tuviese que cavarse una caverna, una guarida, para ella solo, admitiendo así que no podía competir con la imagen real.

Un reproche, el de ser como una producción de personajes reales, que se lanza muy a menudo contra el anime, puesto que este invade el recinto temático de las producciones normales (el policiaco, el retrato de costumbres, el melodrama y la comedia rosa, la ci-fi, las producciones de época y fantasía), lo cual debería hacer que, dentro de la animación, el anime y creaciones similares fueran algo muy, muy menor, al contravenir esa regla escrita.

Sin embargo, en esta argumentación se olvida que mitos de la animación como Disney hicieron marca de la casa el representar la realidad de forma casi perfecta, o por decirlo de otra manera, cuando se crea Bambi, los animadores estudian a ciervos reales, los dibujan una y otra vez, incluso en esqueleto, hasta comprender perfectamente su estructura, y los observan para captar el modo en que se mueven y sus manierismos (el body language, que diríamos), de manera que cuando vemos el mono del ciervo en la película, nos lo creemos ya que la física de sus movimientos es la de un ciervo real.

O lo que es lo mismo, se busca que nos creamos un conjunto de líneas y colores, presentados sin trampa ni cartón, no al estilo de un F/X, porque en ellos se ha recreado la realidad, se ha buscado representarla, de forma que debamos admirar y aplaudir la maestría y el arte de aquellos que han sabido insuflar vida a algo inanimado, o dicho de otra manera, que han recordado como son las cosas en la realidad y han pretendido que nosotros también lo recordásemos.

Algo en lo que la serie Kurenai, que se acaba de crear, alcanza cotas de excelencia que uno no recordaba, no sólo por el número de pequeños detalles que se intenta añadir al plano (detalles, como digo, tomados de la realidad, pero que en todo momento se conservan como dibujo), sino por las expresiones faciales de los personajes y el modo en que su lenguaje corporal se ajusta a su personalidad, algo que en una animación con una tendencia tan fuerte al estatismo como es el anime, no deja de ser excepcional.


Una recreación de la realidad que, como es el caso de las últimas capturas, no se deja atar y aprisionar por ellas (como sería el caso de intentar un F/X utilitario) sino que sabe dejarse arrastrar por el placer de la línea, las iluminaciones extremas y los colores desusados, esas cosas que la imagen real no puede conseguir y que son el dominio natural de la animación (por contradecirme un poco a uno mismo)

Sin olvidar tampoco como esta serie cuenta con un elenco de personajes cuyas interacciones son dignas de cualquier screwball de la época dorada de la comedia americana, con diálogos ingeniosos y réplicas no menos rápidas y certeras.

Como esta escena en que Tamaki, una de las personas que comparten bloque de apartamentos con nuestros protagonistas Shinkuro y Murasaki, enseña a esta última unas cuantas verdades que le serán muy útiles posteriormente en la vida...



... no siendo la menor de ellas ésa de Amor omnia vincit...







...o lo que es lo mismo, que todos, hasta los más poderosos, los más independientes, los más seguros de nosotros mismos, acabamos sucumbiendo a esa pulsión...