Le professeur: A présent, traduisez la même phrase au en espagnol, puis au neoespagnol.
L'élève: En espagnol, ce serat: les roses de ma grand mère sont aussi jaunes que mon gran-père qui était asiatique.
Le professeur: Non, C'est false.
L'élève: En neo-espagnol: les roses de ma grand mère sont aussi jaunes que mon gran-père qui était asiatique.
Le professeur: C'est faux, C'est faux, C'est faux. Vous avez fait l'inverse, vous avez pris l'espagnol pour du neospagnol, et le neospagnol pour de l'espagnol... Ah... non... C'est le contraire
La Leçon, Ionesco
El profesor: Ahora, traduzca la misma frase al español y luego al neoespañol.
La alumna: En español será: Las rosas de mi abuela son tan amarillas como mi abuelo que era asiático.
El profesor: No, Mal.
La alumna: En neoespañol: Las rosas de mi abuela son tan amarillas como mi abuelo que era asiático.
El profesor: Mal, Mal, Mal. Lo ha hecho al revés, ha confundido el español con el neoespañol y el neoespañol con el español... Ah... no... era al revés.
Llevo varios días dando vueltas en la cabeza a esta frase, sin saber muy bien que decir. O mejor dicho, lo que tengo que decir es tan claro y sencillo que apenas permite una elaboración y ampliación ulterior, de ésas de las que peca tan a menudo este blog.
Porque lo que me atraía de esta cita y en general del teatro de Ionesco (o al menos de La Leçon y la Chantatrice Chauve, que he leído en tándem hace unas cuantas semanas) es su carácter de auténtica gamberrada, de cargarse de un papirotazo todo el sistema educativo, carcajeándose de la ciencia y el saber, al proponer que todas las lenguas europeas, vivas y muertas, incluso el latín, derivan de una única lengua inexistente, el neoespañol. Aún más, que todas las lenguas utilizan las mismas palabras y les atribuyen el mismo significado, distinguiéndose unas de otras por la voluntad del hablante, que en un momento dado decide que está hablando en español, en francés, en latín o en la madre de todas ellas, el neoespagnol.
De lo cual se deduce que la auténtica dificultada de un idioma no está en aprender su vocabulario, su fonética o su gramática, puesto que todo eso ya lo sabemos de antemano, sino en descubrir la nacionalidad del hablante para así poder averiguar la lengua en la que se nos está dirigiendo y así poder traducir correctamente y no cometer errores groseros.
Algo que para la pobre estudiante que sufre la lección es completamente imposible, al igual que para alguien que no es Pitufo resulta imposible hablar correctamente en Pitufo.
Y con esto llegamos al meollo de la cuestión, el hecho de que estas obras del teatro del absurdo, Beckett y Ionesco, constituyen el paradigma de la postmodernidad, antes de que, como en el caso de Jarry y Ubú Rey, ese palabro se inventase; ya que lo que Ionesco se propone es reírse de todo y de todos, sin intentar ofrecer ningún mensaje, ya sea político o estético, es más, en todo momento se nos está demostrando, por activa y por pasiva, que ese mensaje no existe, que no está escondido, y que cualquier crítico o estudioso que intente inventarlo no estará cometiendo otra cosa que no sea una inmensa impostura... que por supuesto será satirizada, desmontada y aplastada convenientemente, tras someterle a pública humillación y escarnio.
Una forma de entender el arte que si aún hoy produce heridas y encendidos artículos, en los tiempos de Beckett e Ionesco debía incitar a la agresión física, pues entonces el modernismo, con su sentido de misión estética y moral, insobornable e irrenunciable, aún eran fuertes y poderosos, más bien, constituían la única forma de arte posible y la norma a la que cualquier creación artística debía ajustarse.
Con lo que una obra como La Leçon debía asemejarse a una bofetada en la cara o a un puñetazo en la boca del estómago, por no referirse a otras partes anatómicas menos nobles.
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