viernes, 27 de junio de 2008

Be Proud of your Work

Hace unas entradas, hablaba yo de la exposición el Seicento Napolitano, única e irrepetible, ya que muchos de sus cuadros tienen la condición de ser invisibles, al estar albergados en colecciones particulares o no pertenecer a pintores de esos que figuran en todas las antologías, esos breviarios modernos que sirven de guía a las hordas de turistas que invaden los museos todas las vacaciones, en un fenómeno cada vez más parecidos a los santuarios medievales que guardaban las reliquias de los santas y a los que los fieles iban a pedir lo que no podían obtener en su vida diaria. Un símil que, si lo pensamos bien, augura un feo futuro a la institución museística en cuanto se produzca la próxima metamorfosis cultural, si no es que ha ocurrido ya y vivimos en un epílogo sin darnos cuenta.

El caso es que volví a visitar la dicha exposición y al ver la obra de Artemisia Gentileschi que en ella figura, me vino a la cabeza el autorretrato con la que ilustre la entrada anterior.


que a su vez me hizo acordarme de otro cuadro de Rembrandt


y resulta curioso comparar estas dos obras de aproximadamente la misma época y darse cuenta de lo similares que son y al tiempo del abismo que los separa.

En ambas se representa al artista trabajando, pero, curiosamente, en ninguna de ellas se muestra la obra en la que se trabaja. Lo importante en estas representaciones no es la obra, sino el artista que la crea, una impresión reforzada por el detalle, mas chocante aún, de que en ambas el artista no viste las ropas de trabajo, la blusa manchada de pintura que le protegería, sino sus mejores ropas, aquellas a las que la más mínima gota de pintura arruinaría completamente.

Evidentemente, en un tiempo en que el pintor era aún considerado como un trabajador manual, tanto Gentilleschi como Rembrandt, hacen alarde de ese mismo oficio, o mejor dicho del status, representado en los costosos ropajes que viste, que esa profesión permitía alcanzar en el XVII. Un status, un lujo y una seguridad que en poco se distinguían de las de una comerciante acaudalado o un noble, indicando implícitamente que poco había de trabajador manual en el oficio de pintor, y apuntando ya, en fecha tan temprana a su independencia económica y artística, al hecho de ser él su propio señor, el que elegían encargos y trabajos a su antojo y no según las órdenes de un patrón. Algo que si en el caso de Rembrandt ya era una cierta rebelión, o al menos una puesta en tela de juicio de los papeles asumidos, en el caso de Gentileschi era doble, al tratarse de una mujer y por tanto tener una doble sumisión, a su patrón por ser un trabajador manual, a los hombres por ser del sexo "débil".

Y es precisamente en esa rebelión, o mejor dicho en esa reafirmación personal frente al mundo, donde se acaban las similitudes entre Gentileschi y Rembrandt, ya que la actitud frente a la obra en la que ambos se representan no puede ser más distinta. Gentileschi está en pleno trabajo, luchando con él y podemos advertir claramente su pasión, su resolución y su energía. Sentimos, al ver la postura forzada, el gesto de apoyar el pincel para dar la pincelada, la concentración del rostro, absorto y ausente a todo lo que no sea la pintura, que ese oficio, esa labor, ese acto de crear es la vida del personaje allí representado, aquello que la consume y la obsesiona, muy en consonancia con el hecho de ser una doble excepción, una mujer que realiza una trabajo de hombres y ha conseguido ser aceptada por ellos, y como decía, el de una persona que ya no se ve como un trabajador, sino como un noble

Sin embargo, en el caso de Rembrandt, si no fuera por el pincel, el tiento y la paleta, el personaje representado podría pasar por un visitante en el taller del artista. Rembrandt ha representado el momento en que se termina la obra y esta ha dejado de ser propiedad del artista para convertirse en algo distinto, extraño e independiente a él, ya que como vemos en el cuadro de Gentileschi el pintor antiguo pintaba pegado al lienzo, la tabla y la pared, sin apartarse de él para tener una visión general excepto cuando lo terminaba. De ahí que el cuadro de Rembrandt esté teñido de melancolía y de misterio, al enfrentarse el creador al momento en que ya no puede modificar la obra y en que no sabe aún si esta será buena o mala, la cristalización de sus sueños y fracasos o un fracaso que provocará acerados comentarios, cuando no carcajadas.

Un juicio que queda en manos de nosotros, los espectadores, que debemos avanzar al medio de la sala, rodear el cuadro y ver nuestros propios ojos.

Una representación, por último, esencialmente romántica, puesto que si Gentileschi se centra en el duro trabajo de la pintura, en la labor cotidiana, Rembrandt lo hace, como digo, en el misterio y la melancolía, tal y como ocurre en este retrato de Caspar David Friedrich, realizado por Kerstin,



donde un pintor retrata a otro pintor, y donde éste, al igual que Rembrandt, reflexiona sobre la obra que acaba de concluir y que ya no es suya.

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