lunes, 16 de marzo de 2020

No lo que hubiera debido ser




















Se lo digo por adelantado, la última de Masaaki Yuasa, estrenada en 2019, me ha supuesto una gran decepción. Kimi to, Nami ni noretara (Contigo, cabalgaré las olas, hermoso título mal traducido en castellano por El amor está en el agua) es una película mediocre. Si viniese firmada por otro autor habría pasado sin pena ni gloria. Puede sonar un poco radical, así me lo pareció incluso a mí, tras salir del cine donde la había visto, pero ahora que le he dado otra oportunidad he llegado a la misma conclusión

¿Qué problema tiene? No es la calidad de su animación, que sigue teniendo la energía y espontaneidad tan habituales en él. Si acaso, se le nota un tanto constreñido por las servidumbres de un realismo infrecuente en él, tan dado a romper los moldes tácitos del trazo del anime. No es la primera vez que le ocurre, puesto que esa concesión a un estilo más de anime ya era apreciable en una película notable, aunque un tanto insatisfactoria, como fue Yoake Tsugeru Lu no Uta (Lu over the wall, 2017). En esta última, no obstante, la desbordante fantasía del tema elegido, esa relación incómoda entre los habitantes de una localidad costera y las supuestas sirenas que viven a su vera, le permitía algunos alardes. Justo los que serían de esperar del director de Mind Game (2004), Kaiba (2008), The Tatami Galaxy (2010) o Ping Pong (2014)

Sin embargo,  Yoake Tsugeru Lu no Uta se resentía de una empalagosa sensiblería. Mejor dicho, Yuasa parecía haber encontrado el gusto a esa obsesión por lo Kawai que caracteriza a la cultura popular japonesa contemporánea. La protagonista de la cinta, la sirena Lu, parecía diseñada para provocar oleadas de sentimientos entrañables. Tanto, que en otras manos, y proveniente de otras productoras, podría pensarse en simple vehículo para la venta de un muestrario de muñecos. La película terminaba por ser blanda e intrascendente, desprovista de la garra de obras anteriores. Quizás imperfectas en su narración, quizás no tan brillantes en su acabado, pero capaces de sacudirte tu interior.

Esa blandurria se convierte en omnipresente en  Kimi to, Nami ni noretara, llegando a rayar en la cursilería. En principio, historias como las que narra Yuasa, un amor con ribetes trágicos y ambiente sobrenatural, han dado algunas obras notables de la filmografía mundial, caso de A matter of Life and Death (A vida o muerte, 1946) de William Powel y Emeric Presburger. Sin embargo, son muy pocas las que lo han conseguido con esa premisa, ya que se trata de un subgénero que requiere tener la habilidad de un equilibrista. El más mínimo error y todo el edificio de inverosimilitudes se vendrá abajo en un instante.

Eso es precisamente lo que ocurre con la película de Yuasa. Su empeño por mostrarnos una historia de amor única, que trascienda el tiempo, no va más allá de algunos tópicos, varios guiños al público local y unos cuantos burdos subrayados. Aún así, a pesar de construirse con estereotipos, esa sección inicial aún consigue mantener el tipo, si sólo por centrarse en gran medida en la cotidianidad, en los nimios usos y costumbres que sostienen nuestra actividad diaria. El derrumbe sin remedio se produce, por el contrario, en las partes sobrenaturales. Justo aquéllas a las que el genio de Yuasa es más afín y en las que debería brillar.

Digámoslo. En esa sección Yuasa cae en el más puro ridículo, negando por completo lo que ocurre en el primer tercio de la película, en especial el dolor desgarrador que invade a su protagonista tras cierto suceso funesto. El desaguisado empeora si se hace el ejercicio de contemplarla -error que yo cometí- desde fuera del punto de vista de la protagonista. Visto desde la posición de amigos y conocidos, la historia de la película devendría Bergmaniana, el lento deslizar hacia la locura irrecuperable de una persona incapaz de sobrellevar su duelo, ante la impotencia de quienes le quieren. Por el contrario, ese pesar abrumador se intenta representar de manera cómica, error  que Powell y Presburger supieron evitar con sabiduría. 

Ese amor eterno, perdurable más allá de la muerte queda por tanto desprovisto de todo arrebato. de todo frenesí, reducido a burocracia y papeleo. Un parón narrativo que Yuasa intenta solucionar con un despliegue final de habilidades pirotécnicas donde, es cierto, luce su pericia incontestable, pero que no puede evitar estar desprovisto de alma. Se nota demasiado que ha sido traído por los pelos, para conducir a un clímax que de otra manera no hubiera podido producirse.

Quizás haya sido demasiado duro, pero me irrita ver como Yuasa, ahora que cuenta con un estudio propio, parece estar apoltronándose. Abandando gustoso ese ímpetu innovador y experimental que, durante la primera década de este siglo, le convirtió en una personalidad única.

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