sábado, 28 de marzo de 2020

En homenaje



















































 En medio de este torrente de malas noticias -al final el apocalipsis predicho por tantas películas está sucediendo en tiempo real-, ha pasado desapercibida la muerte de Juan Padrón este martes. Me atrevería a calificarlo de autor esencial en la historia de la animación, pero quizás esté exagerando un poco. Lo cierto es que en el ámbito hispanoamericano -incluso latinoamericano-, Padrón gozó en los años 80-90 de una fama inusitada para un animador. Su nombre, al menos para los niños y jóvenes de aquellas décadas, se convirtió en familiar, tanto -otro punto de asombro- en lo que se refiere a producciones más infantiles -la serie animada basada en la Mafalda de Quino- como en otras más adultas o de culto. 

Vampiros en la Habana (1986) pertenece a esta última corriente. La primera vez que la vi fue en la época de auge de las plataformas de TV vía satélite, allá por el año 2000, cuando canales como Locomotion o Buzz nos obsequiaban con todo tipo de animación, desde el anime a producciones centroeuropeas, desde lo más comercial a lo más experimental. No sabía nada de ella y les confieso que me llevé una gratísima sorpresa. La historia que narra es la de una guerra entre facciones de vampiros, una al estilo de la mafia americana de los años 20, la otra una parodia de una Europa anticuada y envejecida, por hacerse con un producto que permitiría salir al sol a los vampiros. Si esto ya es un acierto, el principal es trasladarlo a una Cuba bajo la dictadura de Machado, en la que insurgentes y policía libran una lucha a muerte en las calles. El resultado final es una comedia enloquecida, repleta de chistes inspirados, puyas contra todas los clichés de occidente, españoles incluidos, sazonado con música caribeña y sexo gozoso. No es de extrañar que tuviese el éxito que tuvo.

Así que para rendirle un homenaje, la noche del martes saqué del montón el DVD con Vampiros en la Habana y me dispuse a verlo. Era una edición de cuando nos vendían masters restaurados digitalmente que en muchos casos no eran otra cosa que transferencias de VHS. En este caso la copia parece ser un positivo original, pero baqueteado y desvaído. No estaría mal que alguien se animase a restaurarlo y pasarlo a Blue Ray, pero a saber si queda ya, cuatro décadas después, alguna copia en condiciones, dado además el escaso interés que existe por la animación. El disfrute de la película queda así un tanto ensombrecido, no porque haya perdido garra, sino porque no se la puede saborear en las condiciones a las que ya estamos acostumbrados por los avances técnicos y las restauraciones espectaculares.

Lo segundo que noté, en esta revisión, es la falta de medios con que se rodó esta película. Comparada con las producciones actuales, los títulos de crédito son casi los de un grupo de amigos que se hubiese reunido para realizar un proyecto de aficionados. A la menor ocasión, se utilizan estrategias para reducir gastos, como imágenes fijas, animación limitada o pans. Sin embargo, a medida que avanza la película estos defectos, inevitables dado el origen de la obra, se ven compensados por dos factores aún más importantes: el talento y la imaginación. Los diseños tienen personalidad, no sólo en su dibujo, sino el modo que en están animados. Cada personaje tiene su propio lenguaje corporal, el que corresponde a su carácter, algo que puede parecernos normal, obligado, en una producción de renombre, pero que en ese contexto es casi milagroso.

Los aciertos no se detienen en la caracterización. Como les indicaba, la película es, ante todo, una comedia, pero sus chistes no se basan en el diálogo, sino que son visuales. Esto ya es un plus, en especial comparado con tanta serie norteamericana actual que compensa una animación cochambrosa con unas réplicas ingeniosas, pero la película de Padrón no se queda ahí. Podía haberse quedado en incluir gags de viñeta de cómic, en donde a una impresión inicial se le da la vuelta cuando el plano de abre -hay algún ejemplo en las capturas que abren la entrada-, pero Padrón consigue ir un paso más allá. Se adentra en el terreno de los auténticos maestros, aquéllos capaces de crear un gag visual con los medios propios de la animación: exagerando, distorsionando y controlando los tiempos.

Como conviene a una obra que es, en esencia, una comedia alocada. Plena de enredos, confusiones y persecuciones. Momentos de lucimiento que Padrón aprovecha a la perfección, a pesar de su muy exiguo presupuesto y para bien de todos sus espectadores, me atrevería a decir admiradores.

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