domingo, 3 de febrero de 2019

Los olvidos/Los recuerdos

El abrazo, Juan Genovés
Si viven en este país, aún llamado España, no les habrá pasado desapercibido que en diciembre del año pasado se cumplieron los cuarenta años de la constitución. En otras circunstancias, incluso apenas hace una década, esta efemérides habría dado pie a demostraciones sinceras de regocijo popular. Puede parecer extraño, pero esta moda de poner banderas en los balcones no es nueva. Sólo que si ahora se hace para demostrar el alineamiento con la derecha de orden, antes se hizo para demostrar el apoyo a una democracia amenazada por la involución militar y el terrorismo salvaje. Antes, claro está que el cansancio y la frustración nos tornaran una generación de indiferentes y conformistas.

Así, las celebraciones han sido casi exclusivamente institucionales. Deslucidas, protocolarias y rutinarias. Desprovistas de alegría y repletas de preocupación, aunque esto último no se manifestase a las claras. Por el futuro de nuestro país y por la integridad de nuestra democracia. Esta última cada vez más vacía de contenido, a medida que los partidos tradicionales revelan su debilidad y fragilidad, su dependencia de los poderes que nunca dejaron de serlo. Amenazada, por tanto, desde dentro y desde fuera, en este caso por partidos que ya no tienen remilgos en proclamar su auténticas intenciones. La de volver a tiempos mejores, para ellos, desde el punto de vista del orden, del control cultural y de la protección de la riqueza.

En este contexto, el de la celebración impostada de un constitución ansiada en su momento, se han abierto dos exposiciones muy dispares en Madrid. Una de ellas, en el Caixaforum, de nombre Democracia, 1978-2018, es un panegírico a nuestro sistema político actual, como corresponde a una institución bancaria con mucho que perder en caso de cambio de régimen. La otra, en el Reina Sofia, de nombre Poéticas de la transición,  intenta explorar esos años a través del arte de vanguardia coetáneo. Quedan en ella al descubierto los muchas fisuras y contradiciones de ese periodo, así como los muchos caminos abandonados en pos de una necesaria normalización democrática.

Creo que ya pueden suponer cuál de las dos es más interesante.


Guernica Cortado, Equipo Crónica

Es, por tanto, una exposición de arte político. Además,de la izquierda que aún se veía a sí misma como revolucionaria, transgresora, contestataria. Resulta extraño, asímismo, que no se haya puesto ningún aviso a la entrada, indicando que la exposición no toma partido, sino historiar unos tiempos convulsos. No hubiera estado de más, puesto que, otras veces, los sectores más reaccionarios de nuestra derecha se han rasgado las vestiduras y clamado a los cielos por minucias. Quizás es que están ya saboreando su cercana victoria, el momento en que podrán limpiar esa cueva de radicales para poner a los suyos propio.

¿Exagero? Seguro, pero eso no quita que lo más llamativo de la muestra sea el olvido en que ha caído todo ese arte comprometido. Como si nunca hubiese existido, como si la transición hubiese sido un periodo de placidez, amenazado sólo por una ínfima minoría de extremistas, salvado por la acción y la guía previsora de unos pocos hombres buenos. Sin intervención alguna de las masas, reducidas al papel del coro de los teatros, que abuchea o aclama según le dictan desde detrás de los bastidores. Sin embargo, no fue así, y nos hacemos un flaco favor olvidando la efervescencia de esos años, la participación directa, continua y voluntaria de la población en el cambio de régimen. En multitud de formas y maneras, muchas fuera de la cobertura y la vigilancia de los órganos del gobierno o de los futuros partidos mayoritarios.

Soluciones y respuestas que involucraron a todos los ámbitos de la creación artística, desde los artistas de vanguardia a las manifestaciones populares. En el campo de la alta cultura, en forma de colectivos anónimos, los Equipos Crónica y Realidad, la Estampa Popular de Valencia, que utilizaron las formas del pop art para denunciar de forma vitriólica la hipocresía y la mentira del sistema tardofranquista, aparentemente paternalista y clemente, pero tan represor y cruel como en 1939. Mientras que desde abajo, desde los barriadas obreras, desde los suburbios, surgía una oleada de respuestas propias ante el arte oficial. En forma de conciertos, de cómics, de pintadas, de asociaciones y campañas vecinales. De luchas por los derechos de la mujer o del colectivo LGBTQ, teñidas aún de heroísmo, por el evidente peligro que suponían sus reivindicaciones.

Sin que aún, en ese instante, fueran controladas por intereses empresariales, que acallasen las que no les sirviesen o encajasen en sus propósitos.

Calendario, Estampa Popular de Valencia

Amplia y extensa, casi enciclopédica, la selección del MNCARS, como es su costumbre. También extenuante, imposible de abarcar en una sola visita, a menos que se pasase uno varias horas. Encomiable por obligarnos a recordar lo que han querido que olvidemos. A apreciar, con amargura, como nos hemos dejado domesticar, apaciguar, proceso del que, dentro de la misma exposición, es ejemplo claro la proyección en bucle del Entre Tinieblas (1983) de Pedro Almodovar. Al mismo tiempo obra transgresora en extremo, de las que no se podrían rodar hoy por la multitud de denuncias judiciales a las que se vería sometida por parte de la carcunda, pero que al mismo tiempo marca el paso hacia la indiferencia ochentera. A ese pasotismo e intranscendencia que al final sólo sirvió a los de siempre, al darles el tiempo para que se recuperasen y reorganizasen.

Como ha venido a suceder ahora mismo, en nuestro presente, a pesar de algunos sustos políticos sin consecuencia ni continuidad. De los que sólo han salido vencedores los que agitan las banderas, sean del color que sean.


Franco, Eduardo Arroyo

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