En el Islam medieval, y particularmente en el Occidente musulmán, muchas prendas de vestir de idéntico tejido, forma y nombre, eran corrientes a hombres y mujeres. Así, los musulmanes de ambos sexos se ponían encima de la piel una camisa (qamis) de lino o algodón y unos calzones largos (sarawil) que se ajustaban al talle con un cordón (tikka) o un cinturón. Se podía substituir la camisa por una amplia túnica de seda blanca, la zihara, sobre la cual se ponía una blusa de tela fina (gilala). En invierno, hombres y mujeres usaban sobre esta ropa ligera una pelliza enguatada (mahiuw o mihla) o bien un chaquetón de piel de oveja o de conejo (farw).
Las mujeres se envolvían en un manto (buruf o mitraf) que cubría la parte superior del cuerpo o bien se envolvían en un amplio trozo de tela (izar o milhafa), cuyas puntas se liaban a la cabeza (ta'dib).
Niñas y niños iban vestidos iguales. Protegían sus pies y sus piernas con unas medias calzas (yawrab) de lana que llegaban hasta la rodilla. En invierno se usaban unos ligeros botines forrados de fieltro (juff) que en verano eran substituidos por chapines con suela de madera (yanka) o por alpargatas con suela de esparto (balga) o de corcho (qurq).
A primera vista, los hombres se distinguían de las mujeres por el tocado. Los hombres iban descubiertos o llevaban en la cabeza un simple gorro de lino (kufiya) o un casquete de fieltro (sasiya). Las mujeres se tocaban con una trozo de tela (lifafa) y ponían encima un velo más amplio, la miqna'a, cuyas puntas caían sobre el pecho. El jimar era una especie de pañuelo de gasa que se ataba a la nuca y cubría el rostro por debajo de los ojos.
Historia de España de Tuñón de Lara. Tomo III. España Musulmana. Rachel Arié
En las entradas anteriores, me he estado quejando de las muchas carencias de los primeros tomos de la Historia de España que Tuñón de Lara dirigiera a principios de los años 80. La mayor parte se resumen en que su modo de narrar la historia sigue anclado en el pasado, a pesar de sus pretensiones de ser renovadora. Otros problemas eran de orden metodológico, como el claro desorden en muchas de sus secciones, el desequilibrio cronológico en los contenidos, la tendencia a suponer ciertos hechos conocidos por el lector, junto la falta casi absoluta de notas que ayuden a suplir las posibles algunas. Esto último esencial en un tiempo en que Wikipedia y Google eran inimaginable, de forma que la resolución de cualquier duda o el cotejo de datos exigían largas búsquedas bibliográficas.
Pues bien, este tomo dedicado a los ocho siglos de Al-Andalus es una muestra de las alturas a las que se podía haber elevado la historia de Tuñón de Lara. No es un caso único, pues lo mismo ocurre con el que narra la historia de la América Hispana. En ambos, en apenas 500 páginas, los dos autores se las arreglan para dar una visión completa y equilibrada de esos periodos históricos. No tanto en los hechos y acontecimientos políticos, que en aquellos tiempos se consideraban casi secundarios, frente a las leyes y procesos de largo recorrido que se creía dominaban la historia, sino en los aspectos sociales, religiosos y culturales. En general, en cualquier elemento que definía la vida cotidiana de las personas de ese pasado, único modo de que podamos hacernos una idea de como experimentaban y concebían su existencia. Una auténtica ventana al pasado, por muy frágil, fragmentaria y provisional que sepamos que es.
No es que este volumen esté exento de defectos. El primero, como les adelantaba, es ese desinterés hacia la historia narrativa, tan propio de aquellos tiempos de predominancia del Marxismo y sus ineluctabilidades históricas. Sin embargo, ese conocimiento de reyes, batallas y fechas se ha vuelto ahora crucial, puesto que ciertos bandos políticos construyen sus versiones del pasado sobre mitos e imaginarios. Falsedades que es necesario destruir con hechos probados y verificados. O al menos demostrando cuánto desconocemos del pasado y qué atrevido resulta pontificar... o ver en ese pasado un remedo ideal de nuestros ideales presentes.
También se reproducen en este tomo los habituales desequilibrios cronológicos de los anteriores, ocasionados por la parquedad de las fuentes en tiempos medievales. En este caso, el volumen se concentra en los dos siglos largos de existencia del reino de Granada, cuyo relato domina el análisis. Esto se debe a que, en los siglos XIV y XV, el desarrollo de la literatura castellana y la abundancia de crónicas nos permiten conocer en gran detalle la sociedad del reino de Castilla y el de las naciones limítrofes. Entre ellas, la nazarí, con la que Castilla estaba inmersa en una infructuosa guerra de posiciones. Por el contrario, el periodo de gloria de Al-Andalus, el del emirato y califato Omeya, coincide con la edad obscura documental de la historia española, centrada en el siglo VIII, pero que en mucho aspectos se extiende hasta el X.
En concreto, del periodo de la conquista musulmana sólo se cuenta con una fuente contemporánea, la sucinta y sobria Crónica Mozárabe del 735, desesperante por lo mucho que calla y con problemas internos de primera magnitud, entre ellos la fijación de la propia fecha de la conquista. Otros relatos de ésta ya son muy posteriores, del siglo IX en el caso cristiano o del X en el caso árabe, lapso temporal suficiente para que en ellos se incluyan leyendas, fabulaciones, rumores, infundios, propaganda y versiones interesadas. Sabemos, no obstante, que en Al-Andalus se escribieron historias generales de ese periodo, algunas por historiadores de primera categoría como Ibn Hayyan, pero éstas se han conservado sólo de forma fragmentaria, en copias de dudosa calidad. Incluso en traducciones de traducciones, caso de la Crónica del Moro Rasis, traducida del árabe al portugués y de éste al castellano.
Otro defecto metodológico, esta vez achacable al planteamiento de la colección entera, es la separación artificial entre los mundos cristiano y musulmán. Al colocar su relato en volúmenes distintos da la impresión de que eran ámbitos incomunicables, refractarios y opuestos, lo que no coincide con la realidad, o al menos no hasta tiempos del emirato nazarí. Ya les he hablado de la relación entre las familias Arista y Banu Qasi en el siglo IX, ésta primera musulmán, conocida como el tercer rey de España, aquélla con el control de Pamplona y el futuro reino de Navarra. Ambas estrechamente emparentadas y aliados frecuentes frente a las asechanzas y ambiciones de los reyes asturianos y los emires cordobeses. Además, la arqueología nos informa de como la moneda emiral y califal era moneda de cambio en los reinos del norte, mientras que los objetos de lujo árabes, telas, arcas y estuches, son moneda corriente en los tesoros de catedrales y monasterios.
Un contacto estrecho y continuo, por tanto, más allá de guerras, algaradas, razzias e incursiones, que se materializó en corrientes culturales y comerciales que conectarían ambos mundos. Algunas oprobiosas, como la ruta esclavista que conectaba el este europeo, pagano y eslavo, con los zocos de Córdoba, mediante la intermediación de los condados catalanes. Otras de importancia decisiva en el despegue científico e intelectual de Europa, como la traducción y transmisión, en el siglo XIII, de obras centrales del pensamiento filosófico musulmán, a las que se unieron las traducciones árabes de Aristóteles, provocando el abandono del platonismo dominante en la escolástica por una aristotelismo renovado.
Pero esto son sólo objeciones nimias. La cantidad de datos que se incluyen en este volumen y lo bien organizado que está el relato son encomiables. Tanto, que es de estos libros que llevan a buscar otros. No porque abunde en puntos obscuros, sino por completar lo mucho y bueno que en él se contiene.
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