viernes, 13 de abril de 2018

Cine Polaco (XXXVIII): Goto, l'île de l'amour (Goto la isla del amor, 1968) Valerian Borowczyk



































Cuándo se intenta trazar la historia del cine polaco, se plantea el problema de qué hacer con la diáspora de sus directores, si incluirlos en la cinematografía de sus países de adopción o en la de su patria de nacimiento. Por mi parte, en esta serie de entradas me he permitido la libertad de analizar el caso de cada director por separado. Así, considero que Polanski es un director perteneciente al ámbito anglosajón, puesto que su obra pronto se integró en el sistema de producción Hollywodense. Hasta un extremo, que las décadas de los 80 y 90, claramente comerciales, son de decadencia en el conjunto de su filmografía, tan brillante en las dos décadas anteriores. El caso contrario sería el de Zulawsky, quien a pesar de trabajar a caballo entre el Reíno Unido y Francia, mantuvo no obstante una fidelidad a ultranza a sus raíces estéticas, como si su nomadismo fuese el requisito necesario para mantener su integridad. Me veo obligado, por su coherencia, a considerarlo como director polaco de pura cepa.

Lo mismo me ocurre con Valerian Borowczyk. Su obra puramente polaca se reduce a sus primeros cortos en colaboración con Jan Lenica a finales de los cincuenta y al filme tardío,  Dzieje grzechu (Historia de un pecado, 1975), que ya saben que me parece el inicio de su decadencia cinematográfica, sea ésta juicio justificado o no. Sin embargo, durante su primera época francesa, dedicada enteramente a la producción animada, resulta difícil distinguir una cisura que marque la transición entre ambos países. Más bien hay una continúa depuración y perfeccionamiento de un substrato original,  que va a culminar en un largometraje  de animación inclasificable, obra maestra que quedó relegada ante la imposibilidad de sus contemporáneos para asimilarla. Les hablo, por supuesto, de Théâtre de Monsieur & Madame Kabal (El teatro del señor y la señora Kabal, 1967), película que sí constituye la cisura estética de las que le hablaba, puesto que tras ella Borowczyk abandonó casi por completo la animación, para centrarse en el cine de personajes reales.

Su primera obra en ese campo fue la película que hoy les comento, Goto, L'île de l'amour (Goto, la isla del amor, 1968), película no menos desconcertante que el film animado. Porque les hablaba de cisura, pero en realidad no es tal, ya que, de acuerdo con los testimonios de los colaboradores en el filme, Borowczyk la enfocó como un film de animación, donde los actores fueran comparables a dibujos, muñecos y otros objetos inanimados. No me di cuenta de esto en el primer momento, tuve que esperar al documental que acompaña a mi edición de la cinta, pero sí que note una serie de disonancias con respecto a lo que se podría llamar cine "normal". En primer lugar, la observación de una estricta frontalidad, que bien empujaba a los personajes contra el fondo, casi aplastándolos contra él.  Efecto potenciado al tratarse en muchas ocasiones de un muro desnudo, que cerraba la visión al espectador e impedía huir a los actores. Fondos opresivos que además tanto evocaba un escenario y una representación, como la película subraya en sus primeras imágenes, como el espacio de trabajo del animador.

A esa falta de profundidad y perspectiva se unía la casi ausencia de movimientos de cámara, reducidos a desplazamientos paralelos a esos muros-decorado. Línea de movimiento que era también los de los actores, quienes, al igual que en el teatro o la animación entraban por un lateral, recorrían el escenario y lo abandonaban por el extremo opuesto. Bidimensionalidad, de nuevo, ajena al cine, o al menos desconocida desde el tiempo de los pioneros, que era reforzada por una iluminación difusa, neutra, que apagaba los contrastes entre blancos y negros, borraba cualquier sombra. El espectador, por tanto, no sólo se veía expulsado de la película, sino que además era privado de cualquier asidero que le permitiese considerar lo visto como real o verosimil. Repito, como en el teatro o en la animación consciente de sí misma.

Estilo que convenía muy bien a la historia que relataba, dotándola de la atmósfera precisa. Porque Goto transcurre en un limbo temporal, en un isla a la que una catástrofe ha aislado del resto del mundo, donde, desde hace más de un siglo, se repiten de forma rigída y ritualizada las ordenananzas de la avanzadilla militar que fue. Sus personajes están atrapadas en un tiempo eterno, sin posibilidad de cambio ni evolución, excepto porque, paulatinamente, los edificios en que viven van deteriorándose, transformándose en ruina. Anunciando un derrumbamiento que se presiente próximo, aunque ninguno de sus habitantes lo prevea.

Esa militarización hasta el ridículo ha llevado a considerar esta película como un sátira del totalitarismo. Estaríamos por tanto, ante algo muy querido del cine polaco, otra de esas constantes de su cine, a las que llevó dedicada ya muchas crónicas en esta serie. Sin embargo, cuando veía la película, esto no cuadraba, ya que su historia no es el ejercicio de un poder omnímodo, sino el modo en que un pícaro llega a la cumbre de ese poder, mediante el engaño, la manipulación y el asesinato. De hecho, la obra más cercana a este Goto no pertenece a la cinematografía polaca, sino a la dramaturgia francesa, ya que no es otra cosa que una relaboración del Ubu Roi de Alfred Jarry. Sin su humor irreverente, claro está.

Referencia que no es gratuita, porque, al contrario de Wajda, por ejemplo, para Borowczyk el totalitarismo no es un problema de ideologías o de sus métodos de plasmación. Es, sencillamente, un problema de la naturaleza humana. Si ocurre es porque nosotros consentimos, porque nos regodeamos en el uso del poder, tanto mejor cuanto mayores dosis de sadismo conlleve. El totalitarismo es así indisociable del absurdo de la existencia humana, lo que explica esa cercanía suya a Jarry, así como la coherencia y unidad de esta película con respecto a la obra animado anterior de Borowczyk.

Cortos en los que este autor señalaba, una y otra vez, como estamos dispuesto a cometer las mayores bajezas, consentir en las más abyectas humillaciones, si con ello conseguimos medrar y ascender.

Como ocurre en Goto.


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