martes, 3 de abril de 2018

Cine Polaco (XXXVII): Człowiek z marmuru (El hombre de mármol, 1976) Andrzej Wajda
























































Leyendo estas entradas, parecería que el cine polaco de tiempos del comunismo se reduce a la resistencia contra ese sistema. Es obvio que no es así, otra cosa sería imposible, dado el carácter represivo y totalitario de esos regímenes surgidos del estalinismo. La mayoría de las películas rodadas en ellos eran acomodaticias y conformistas, cuando no directamente progandísticas, como ocurría, por otra parte, en otra dictadura coetánea, la del franquismo español. Además, estas peliculas contestatarias se concentran en un periodo muy corto, la segunda mitad de los setenta y principios de los ochenta, cuando la mano de hierro del sistema comunista polaco se relajó un tanto, ante el avance imparable de Solidaridad. Esa restricción temporal, con fundamentos políticos muy concretos, bastaría para explicar la excepción polaca, que no tuvo réplicas fuera de las fronteras de ese país. Salvo en el caso del cine checo de 1968, abatido por la intervención soviética, o las complejos edificios simbólicos de los directores húngaros, con Jancsó a la cabeza.

Volviendo al caso de Wajda, en la cinematografía polaca este director ocupa un lugar asimilable al de gran patriarca. En su filmografía abundan los filmes que constituyeron una ruptura con el cine anterior o que supieron conectar, como casi ningún otro con el sentir de su época. Así, una obra como Popiol i diament (Cenizas y diamentes 1958) , fue la primera en referirse a la solapada guerra civil que sucedió a la liberación del régimen nazi, atreviéndose incluso a retratar con evidente simpatía a los miembros del AK, el Armija Krajowa, el movimiento de resistencia organizada, primero contra los nazis y luego contra el régimen comunista. Por otra parte, en Człowiek z żelaza (El hombre de hierro, 1981), se atacaba de forma directa al régimen comunista, mostrando como mantenía a las clases trabajadores en la miseria, al mismo tiempo que reprimía, con cárcel, violencia y paro, cualquier intento de protesta y rebeldía.

La referencia a Człowiek z żelaza no es gratuita, ya que esa película es una continuación de Człowiek z marmuru (El hombre de mármol, 1976), la obra que les comentó hoy. Se trata de otro de los "first" de Wajda, el film que precisamente inauguró esa fase de cine comprometido políticamente de la que les le hablaba antes. Y lo hizo hablando de un tema tabú, el modo en que, durante la época más dura del estalinismo, en la primera mitad de la década de los cincuenta, se manufacturaron héroes del socialismo para demostrar los logros del sistema. Personas que realizaban autenticas azañas, en términos de records de producción, pero que sólo eran montajes propagandísticos, cuya finalidad era servír para poner objetivos de productividad imposibles  al resto. Ídolos del nuevo mundo que con la misma facilidad que se construían eran destruidos, humillados en juicios públicos por crímenes inventados, para ser consignados al Gulag.

Człowiek z marmuru  narra así el ascenso y caída de uno de estos héroes del socialismo, el albañil Birkut, cuyo record de levantar un muro de 30.000 ladrillos en una jornada, le lleva a figurar en películas propagandísticas e incluso a que se le dediquen estatuas... que un cuarto de siglo más tarde, en el presente de la película, se van desmoronando en los sótanos de los museos. Ocultas a la vista de todos, como testimonio incómodo de un pasado vergonzoso, que no se quiere recordar por su carácter de enmienda a la totalidad del proyecto comunista. Así, ante labor de ocultamiento, el averiguar cómo y por qué se produce el eclipse de Birkut se convierte en el motor que da movimiento a la película, construida al modo del Citizen Kane (1941) de Orson Welles: con un documentalista que investiga la solución a ese enigma.

Sin embargo, y al contrario que el film de Welles, ese investigador se convierte aquí en personaje central de la trama. Wajda utiliza el personaje de Agnieska, joven cineasta interpretada por Krystyna Janda, protagonista de Przesluchanie (Interrogatorio, 1982) de Ryszard Bugajski, para dar entrada a escena a toda una generación más joven que la suya. Aquélla que no había sido testigo del estalinismo de los años 50, como sí ocurriera con Wajda, y que por ello mismo no se ve atenazada por el miedo a la represión, ni cegada por los infundios propagandísticos de ese tiempo. Una generación cuya posición vital está influida, embebida, por el espíritu de rebeldía de la década anterior, la de los 60, hasta convertir ese descaro e insolencia en santo y seña propio. Actitud de contestación, de subversión incluso, que la pone en trayectoria de colisión con las autoridades culturales a cargo de vigilar y autorizar su película. Aunque sí le granjea, por su tenacidad y perseverancia, el respeto de compañeros y camaradas. Especialmente aquéllos que sí conocieron ese tiempo de silencio. Impuesto y obligado.

De Człowiek z żelaza sabemos que ese descaro e insolencia tendrá efectos desastrosos para Agnieska, pero en Człowiek z marmuru tienen un claro efecto embriagador, pleno de entusiasmo y de energía, el de lo prohibido que se revelan alcancable, que se contagia no sólo al espectador, sino incluso al propio Wajda. Porque en esta película abandonó por completo su estilo clásico, que volvería a retormar en la posterior Powidoki (Afterimage, 2016), para adoptar una manera más libre, casi descuidada. La de cámara al hombro y urgencia en la puesta en escena, que había popularizado la Nouvelle Vague, en su intento por limpiar al cine de afectación y recargamientos, para así acercarlo a un público que exigía sinceridad y cercanía. Urgencia, desarreglo, tosquedad, que convienen a una película que intenta "vivir deprisa". aprovechando al máximo esa oportunidad única que se la daba para contar. 

Porque este guión, no se olvide, había dormitado durante más de una década años en un cajón, ante la imposibilidad de que una crítica contra el estalinismo de ese calibre fuera aprobada a principios de los sesenta. 

Cuándo todo lo que narra estaba aún demasiado fresco.

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