martes, 10 de octubre de 2017

Tiempo, vejez y muerte



Desde hace tiempo vengo diciendo que son más interesantes las exposiciones de fotografía de la Mapfre que sus hermanas mayores dedicadas a la pintura. Es una opinión personal, por  supuesto, y se debe en gran parte a que la política de exposiciones de la Mapfre me está permitiendo conocer en detalle la historia de la fotografía. Una oportunidad que un casi completo ignorante de ese arte, como es quien les escribe, no puede por menos que agradecer. Sentida y sinceramente.

La última muestra fotográfica, abierta hace apenas unos pocos días, está dedicada al fotógrafo norteamericano Nicholas Nixon. Este artista, tal y como se nos muestra en la exposición, tuvo una evolución inusual, con un giro temático sorprendente. Hay fotógrafos se decantan desde el inicio por un género y tema determinado, sea el paisaje o el retrato, sea el fotoperiodismo o la fotografía más de estudio, sea el clasicismo o la experimentación. Nixon, sin embargo, comenzó tomando vistas de paisajes urbanos desprovistos de la presencia humana, casi al estilo de un Stephen Shore o Lewis Baltz, pero pronto se trasladó al mundo del retrato. Con armas y bagajes, se podría decir.

El retrato, en la aproximación de Nixon, tiene tres rasgos característicos. Primero, siempre hay una historia detrás de él. Conocida o desconocida, implícita o explícita, las personas que vemos se muestran ante la cámara por una razón definida. Son conscientes del objetivo que las mira, casi podríamos decir desnudándose ante él, puesto que se ofrecen a sí mismas como símbolo, de un punto de sus vidas, de su situación social, de sus peripecias vitales. No es extraño, por tanto, que algunas de las series de Nixon se centren en ilustrar grupos sociales concretos, sean los habitantes de barrios deprimidos, los enfermos de SIDA o los ancianos olvidados en los asilos. Pero no de una forma narrativa o como reportaje, sino de manera alusiva, casi como enigma. Obligándonos a buscar y averiguar lo que ocurre fuera de los márgenes del encuadre, antes y después de que se tirara la instantánea.

Hay por tanto, una implicación, una complicidad ente Nixon y sus modelos. No sólo entre él y ellos, sino también entre estos últimos. Este fotógrafo es uno de los escasos que no aísla al individuo, encerrándolo en el marco de la foto, sino que busca capturar grupos en los que se integre. Los grupos y las relaciones que los unen, sean éstas amistad y amor, o bien odio y desconfianza, o cualquier matiz entre medias. No es extraño, por tanto, que otras de sus series tengan como tema parejas enamoradas de cualquier edad. Y no en cualquier momento, sino casi en el de la intimidad última, cuando ya no quedan barreras ni ficciones entre ellos. O que durante cuarenta años, haya estado fotografiando a su mujer y a sus hermanas, registrando sus cambios de humor, relación y aspecto exterior, como pueden apreciar en las imágenes que abren esta entrada.

Serie que nos lleva al tercer rasgo característico y distintivo de Nixon: su obsesión por el paso del tiempo, expresado en el largo camino que nos lleva a la vejez. Esa obsesión era ya visible en su fotografías de ancianos, en las parejas de amantes maduros, en la decadencia irreversible de los enfermos de SIDA, pero llega a su máxima expresión en esta serie de las hermanas. En ella, vemos algo que no solemos apreciar en la gente que amamos: como se deterioran, ajan y marchitan. Sí que lo descubrimos, cierto, pero no de esta forma tan innegable, tan descarnada. Debido a la lentitud de nuestro envejecimiento, el recuerdo de lo que fueron las personas con las que convivimos va siendo difuminado, substituido por lo que vemos ahora mismo. Por el deterioro y la decadencia.

Incluso nos parece, aunque sepamos que fueron jóvenes, aunque las conociéramos en el apex de su belleza, que siempre fueron ancianas, que su belleza y su frescura sólo fueron un sueño. Es sólo la fotografía la que nos permite revertir el proceso, resucitar el pasado, aunque sea en forma de pasado y aparición. Darnos cuenta, con el mayor de los dolores, de todo lo que hemos perdido, de tanto y tanto que se quedó en el camino, de como ya no hay camino de vuelta a esa realidad perdida, sino es mediante la magia y el artíficio.

Y aún tenemos que dar gracias, porque llegará el momento que ni siquiera esto nos valdrá, porque nosotros mismos habremos devenido, únicamente, formas y manchas en un trozo de papel, imágenes fugitivas proyectadas en un monitor.

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