sábado, 14 de octubre de 2017

Historias del pasado

Ajuar Romano de Cristal de Roca © MAN

Una de las grand exposiciones de este año, por lo que muestra y por lo que no muestra, es la llamada El poder del pasado, recién abierta en el Museo Arqueológico Nacional, MAN en abreviatura. Su atractivo, en primer lugar, está en los propios objetos expuestos, algunos auténticas piezas únicas, como el canto rodado de la cueva de Abauntz sobre el que se grabó, a finales del paleolítico, el que podría ser el primer mapa de la historia. Además, excepto algunas piezas del propio MAN, la mayoría de los objetos nunca se han mostrado juntos, sino que se guardan repartidos por muchos de los museos de arqueología de la geografía española, habiendo sido prestados para la ocasión. Sí, incluso por esa autonomía tan de moda en estos últimos días.

Sin embargo, el propósito de la muestra no es anticuario, sino construir una historia de la arqueología en nuestro país. La muestra se estructura así en cuatro partes, que abarcan los 150 años, más o menos, que componen su historia. Una primera fase que podríamos llamar romántica, en la que una serie de pioneros, como Schulten, los Siret o Sanz de Sautuola, básicamente se limitaban a remover piedras y recuperar objetos llamativos. Como mucho se realizaban  esquemas de lo descubierto y de su lugar de hallazgo, y eso sólo cuando su formación previa así les había enseñado, caso de los ingenieros Siret. Una segunda etapa, la de Alfonso XII y la República, inauguraría la entrada de la arqueología científica, tal y como estaba empezando a ser postulada y sistematizada en la Europa coetánea. En ella que brillarían los primeros expertos y especialistas de la arqueología hispana, caso de Bosch Gimpera, además de las primeras síntesis generales.  

Llegaría luego, con el Franquismo, lo que podríamos llamar la arqueología institucional, en la que el estado crearía y mantendría organismos para la investigación y preservación del pasado, o transformaría por completo los existentes, caso del propio MAN,  que en muchos casos se mantienen en esa forma incluso hoy en día. Por último, tendríamos la arqueología de la democracia, periodo en la que se produciría una descentralización de la actividad arqueológica, trasladada a las diferentes comunidades, además de una privatización de sus actividades, a cargo de empresas cuyo negocio son  las muchas excavaciones de urgencia que precisa el desarrollo urbano y de comunicaciónes.

Sin embargo, y a falta de leer el catálogo, me da la impresión que esta muestra no va más allá de esta mera catalogación. Y no es por descuido o desinterés, ya que de vez en cuando, en los rótulos que sirven de introducción a la diferentes secciones, se cuelan comentarios que buscan hacer balance de las diferentes etapas. Juzgarlas incluso, como ya veremos.


La ausencia más llamativa es que en esta historia de la arqueología hispana se olvida la evolución de las teorías arqueológicas, mejor dicho, de la evolución del marco conceptual que sustenta esta disciplina. Así por ejemplo, los años de la república y los finales del franquismo, coinciden con respectivos cambios de paradigma en el pensamiento arqueológico. Por un lado, la cristalización de la Arqueología Cultural, concebida por Childe en los años 30, a la que se opone a la irrupción de la New Archaeology a finales de los sesenta, impulsada por el también británico Binford . 

No es una cuestión baladí. La Arquelogía Cultural, por ejemplo, trataba los yacimientos al modo paleontológico, buscando objetos que sirviesen de fósiles directores. El objetivo era poder crear así una cronología relativa entre lugares y niveles, además de determinar la extensión de esas mismas culturas, que se definían en funciones de esos mismos objetos tipo: los portadores del vaso campaniforme, los pueblos de la cerámica cardial, incisa, excisa, etc... La arqueología cultural era una herramienta utilísima a la hora de sistematizar el pasado y aún lo sigue siendo, pero tendía a olvidarse de los seres humanos que utilizaron esos objetos. Los museos devenían enormes almacenes de cerámicas, polvorientos y fríos, sin ofrecernos una puerta al pasado.

De hecho, aunque les he dicho que la arqueología cultural fue puesta en entredicho en los años sesenta y abandonada en los ochenta, su espectro siguió pesando sobre la arqueología española hasta la primera década del siglo XXI. Mejor dicho, en lo que el lego podía ver y aprender. Simplemente porque la colección anterior del MAN, inagurada en 1981, había sido concebida al modo cultural, sin tener en cuenta las nuevas aportaciones, teorías y descubrimientos de esas décadas. Sería sólo con esta nueva reforma, la completada en 2014, cuando el ser humano, la acción y las relaciones humanas, cobrarían la importancia que merecen en su exposición. Se pondría así, al fin,  el acento en comprender a los hombres del pasado, como vía de conocernos a nosotros mismos.

No obstante, hay aspectos más tenebrosos en esta arqueología cultural. El énfasis en las culturas se asimiló a aspectos nacionales, incluso racistas. Cada cultura equivalía a un pueblo, con su lengua y sus creencias, cuya expansión se realizaba mediante la guerra y el desplazamiento de las  poblaciones originarias. Desde un punto de vista político, la arqueología servía para buscar las raíces del ser nacional, de manera que en un régimen ultrapatriótico y ultranacional, como el Franquismo, fueran habituales las llamadas a los primeros españoles, que supuestamente ya se sentían parte de una patria común, existente desde tiempo inmemorial. Fuera éste el de los visigodos, el de los romanos, los íberos y los tartesicos o los pintores de Altamira.

La llegada de la democracia y de las nuevas arqueologías modifico esto, nos enseño a intentar comprender a esos pueblos por sí mismos, sin reflejar en ellos nuestras creencias e instituciones presentes. O quizás no. En estos tiempos revueltos, no es extraño que nuevas entidades estatales, o nuevos sistemas de pensamiento, al liberarse de sus dominadores hereden también sus defectos. Al igual que el franquismo veía españoles tras cualquier hacha neolítica, así sueñas con catalanes los historiadores más exaltados del catalanismo. O al igual que el racista blanco del XIX y el XX creía que toda civilización había sido producto de la influencia europea, fuera en el presente imperialista o en un pasado remoto, los defensores extremistas de negritud invierten la ecuación, considerando cualquier logro europeo bien como apropiación o bien como pruebas de inmigración de no-blancos o de influencias extraeuropeas.

Vovliendo a nuestro tema, la tan necesaria descentralización de la arqueología de nuestro país ha tenido efectos indeseables. Por ejemplo, que la colección del MAN haya quedado congelada en su estado de 1981, sin que en ella hayan encontrado cabida los muchos nuevos descubrimientos de décadas recientes, algunos de importancia radical, reservados para los muy numerosos museos autonómicos y locales. Resultado que no sería malo en sí, si no fuera porque las distintas arqueologías regionales han comenzado a desarrollarse de forma independiente y estanca, sin preocuparse por lo que pasa al otro lado de sus divisiorias. Separación que resulta deletérea para cualquier estudio del pasado, ya que, como pueden imaginarse, la culturas antiguas poco sabían de nuestras fronteras presentes, de manera que o bien se extendían fuera de nuestras sacrosantas barreras políticas o conformaban zonas de mezcla y de contacto, que para algunas fes ideológicas pueden resultar más que incómodas.

Comentario que no es mío, sino que la propia exposición lo apunta con mayor sutileza.

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