jueves, 17 de enero de 2013

No Bearings

El Mapa surrealista del mundo
La temporada expositiva madrileña se encuentra ahora en un impasse, entre que se cierran unas muestras y se abren otras. En el intervalo, el aficionado puede visitar "pequeñas" exposiciones - de esas que no pasarán a la lista de 10 mejores de los medios generalistas, por mucho que se lo merezcan - como la abierta en el Caixaforum, con el título Cartografías Contemporáneas: Dibujando el pensamiento.



La excusa de la exposición no puede ser más original: mostrar como los artistas de la modernidad y la postmodernidad han utilizado uno de los signos definitorios de la civilización occidental - la cartografía - para realizar una meditación sobre el mundo y la sociedad que les rodea. Este giro a la concepción de los mapas, de objeto cientítico a objeto artístico, de representación objetiva a representación subjetiva, no es tan radical como podría parecer en un principio. No es ya que un mapa pueda ser una obra de arte, como los mapas del renacimiento y barroco, convertidos en objetos tan dignos de admiración como la pintura del mejor de los maestros, sino que todo mapa es en sí una representación, una visión parcial del mundo que traiciona la ignorancia, las apetencias y las ambiciones de las sociedad que la concibió, resultando por tanto imprescindible para toda reconstrucción artística.

Carl Jung, El Libro Rojo

La exposición del CaixaForum se muestra así enciclopédica, intentando establecer así en primer lugar esa conexión entre el mapa ciéntifico, que busca reflejar la realidad, y la utilización del mapa como recurso artístico, en sus diferentes grados. De esta manera, los orígenes de la cartografía veraz, como es el caso del primer intento de crear un mapa de España, a mediados del siglo XVIII, se ven abocados a confiar en las diferentes aproximaciones que los alcaldes de los municipios realizan de su entorno, la cuales serían compiladas y retocadas posteriormente por los cartógrafos reales, dejando de manifiesto esa calidad de realidad reinventada de todo mapa, que ni siquiera un proyecto  de cartografía mundial como google maps, basado en fotos de satélite y de campo ha sido capaz de evitar. Así ocurre que nuevas carreteras, indicadas por el algoritmo de búsqueda de caminos de la herramienta, no se ven reflejadas en la información visual, obligando al viajero virtual a adentrarse campo a través.

Esta disonancia, como puede suponerse, constituye un terreno más que fertil para los artistas, tal y como se ilustra en la exposición. Basta con tomar un mapa ya existente, añadirle otros elementos que sus creadores no pretendían, para subvertir completamente la versión oficial que nos propone la cartografía, empleada en una medida u otra del poder político. Frente a esto, existe también la opción inversa, crear una cartografía nueva, un remedo paródico de los modos oficiales, en la que se resalte aquello que una sociedad prefiere evitar ver y que ponga de manifiesto la contradicción última de la cartografía: esa imposibilidad de ser objetiva a la que me hacía referencia, ya que nuestro mundo tetradimensional, tres dimensiones espaciales más el tiempo, no puede ser embutido en estrecho  y limitado espacio de una hoja de papel.

Hilma Af Klint
No obstante, si esta dimensión política es fundamental a la hora de considerar las relaciones entre el arte y la cartografía - como tal se lleva buenamente las tres cuartas partes de la exposición - hay otra vertiente aún mucho más interesante, al menos para mí: la de aquellos artistas que intentaron representar su mundo interior utilizando los recursos de la cartografía, como si su psique fuera una de esas Terrae Incognitae de los mapas de los siglos XVI y XVII y ellos los navegantes que se adentraban en esas regiones recónditas y misteriosas, sin saber si existiría retorno.

En esa manera, caben tanto los experimentos psicogeográficos de los situacionistas, bien la deriva al azar por la ciudad de origen o la utilización del mapa de otra ciudad para orientarse en ella, de forma que se rompiese así la cárcel de la rutina y el individuo pudiese liberarse de la experiencia cotidiana. Un intento de emancipación física, mediante la exploración del entorno, al que podrían unirse los intentos de liberación psíquica mediante la exploración de la mente, en el que coinciden tanto un psicoanalista como Jung, cuya trayectoria le llevaría a adjurar de todo asomo de investigación ciéntífica, para desembocar en el chamanismo y el misticismo, como bien quedó reflejado en su Libro Rojo; o de alguien como Adolf Wölffli, un enfermo mental que acabó construyendo un mundo a su entero capricho, del cual sería señor absoluto y que terminaría por convertirse en una realidad irrefutable, si sólo se le dieran los medios para llevarla a la práctica según sus propios planos.

Adolf Wölffli

Y este quizás sea el mejor legado de una exposición de este tipo. No ya realizar la comparación entre arte y cartografía a la que hacía referencia - más o menos ajustada, mejor o peor llevada a cabo - sin enfrentar al visitante con la obra viva y poderosa de artistas de los que hasta hacía unos instantes no tenía idea alguna y que no pertenecen al mapa - valga el juego de palabras - intelectual, no ya del visitante esporádico, sino del aficionado avanzado.

Como la pintora sueca Hilma Af Klint o el animador experimental William Kentridge.

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