jueves, 29 de noviembre de 2007

Four Fuckin' Minutes

Hablaba en entradas anteriores, de mi irritación ante los que reclamaban el dinamitado de las estructuras narrativas y visuales del anime, como si este hubiera entrado en un pantano estético del cual no puede salir y en el que se limita a remover una y otra vez la misma mierda.

Resulta curioso escuchar esa exigencia, proveniente evidentemente de personas que no ven anime, precisamente cuando este año está siendo una sorpresa tras otra, tal y como vienen demostrando obras mayores como Seirei no Moribito, Tengen Toppa Gurren Lagan, Mononoke, Dennou Coil o Oh! Edo Rocket, cada una destacando en un aspecto completamente distinto y profundizando/avanzando en caminos completamente dispares.

Resulta todavía más sorprendente cuando, en estas últimas semanas ha estallado, sin que nadie lo esperase, un serie como e.f. a tale of memories, que... pero mejor antes que nada vean estos cuatro minutos y juzguen (haciendo abstracción del pequeño añadido final). Cuatro minutos que no necesitan traducción alguna, porque en ellos se entiende todo....



Cuatro minutos donde el impacto emocional no se consigue mediante la interpretación de los actores, sino por medios absoluta y radicalmente abstractos, de forma que al impacto emotivo, como digo, se une un, no menos devastador, impacto estético.

Algo, lo que está haciendo esta serie que no debía haber sorprendido a nadie que siguiera la evolución reciente del anime, puesto que se trata de una producción del estudio Shaft, el cual, bajo la dirección de Shinbou Akiyuki, se ha dedidcado estos últimos años a sorprender continuamente al espectador, a destrozar sus expectativas y a jugar con el medio.

Inciso: tengo que dedicar una entrada a las series de este señor, porque son de lo nunca visto, y precisamente por eso, tienden a pasar inadvertidas, puesto que no despiertan el apetito del común de los otakus, sino de los que, como yo, gustan también de otros alimentos.
Un estudio que, en este caso, con una serie que aparentemente parece ser una más del género de amores juveniles, ha consegido atraer la atención de un segmento mayor y mayoritario del público, provocando, de rebote, un intenso debate entre los aficionados ante las inesperadas audacias y transgresiones en la forma y no en el contenido presentado, que son, éstas últimas, las más fáciles y las que más se suelen utilizar cuando se quiere pasar por avanzado y progressive, y al mismo tiempo recaudar en taquilla.

Dicho esto, se puede ver ahora la escena completa con subtítulos, y apreciar como esa forma avanzada amplifica el contenido, lo hace resonar, e incluso lo mejora, quitándole el óxido de la novela rosa y el infantilismo, y convirtiéndolo en auténtico arte, de ése que no necesita la mayúscula para serlo.




y una coda final. Tras el fundido en negro que culmina la escena, la serie continúa con el Ending, solo que la experimentación no se termina, y los creadores la utilizan, como habían hecho en otros capítulos, para comentar lo que acaba de ocurrir, en un magnífico ejemplo de postmodernismo, como puede verse.


martes, 27 de noviembre de 2007

Eagerly Waiting for the Apocalipsys

Quizás uno de los conceptos más difíciles de definir ahora mismo es el de postmodernismo, si no es por refiriéndose a su oposición al modernismo/formalismo que reinara de 1880 a 1980 más o menos. Un concepto éste, por tanto, elusivo y escurridizo, que hace casi imposible señalar que es postmodernista, aunque es extremadamente simple señalar lo que no los.... y que en mi caso particular me hacía recelar profundamente de esa tendencia, puesto que no era capaz de acotar sus límites.

Quien me iba a decir, por consiguiente, que encontraría una respuesta leyendo, ni más ni menos, a Gombrich, quien a priori, no parece la persona más apropiada para coger ese toro por los cuernos. Sin ambargo, ocurre que su definición, o mejor dicho el aspecto que señala como común al postmodernismo, es precisamente, el que lo define por entero. En concreto, su falta completa de seriedad.

En efecto algo común a todos los ismos, es precisamente esa seriedad asumida y mostrada, la conciencia de tener una misión, que debe cumplirse irremediablemente y que exije al artista que adopte una práxis, y que sea cubista, abstracto, surrealista, expresionista, informalista, pop, incluso, de forma completa, ascética y pura, de manera que toda mezcla, toda concesión, todo retrocesos en unos postulados irrenunciables, se ve como traición, como herejía que debe ser denunciada y castigada irremediablemente. Un espíritu que sigue extrañamente vivo en artes supuestamente tan nuevas y avanzadas como el cine, representado por los posturas de esos defensores de la ortodoxia heterodoxa, que habitan en Cahiers y adláteres.

Sin embargo, como digo, lo que caracteriza al postmoderno es precisamente esa falta de seriedad. Él puede ser , sea cubista, abstracto, surrealista, expresionista, informalista, pop, sin que esto represente contradicción alguna, y sin que le obligue a apurar los postulados estéticos de esas corrientes, más bien, le basta con parecer ser, sin que necesite llegar a ser. Más aún, el artista postmoderno toma todos estilos contrapuestos, y los presenta juntos al mismo tiempo, haciendo rechinar el conjunto, más bien deseándolo como fin último, amándolos y denigrándolos al mismo tiempo, sin reconocer que uno sea superior al otro.

Un espíritu, éste de buscar la impureza y revolcarse en ella con gusto, de ser al mismo tiempo serio y gamberro, que resulta profundamente perturbador para los formalistas/modernistas, simplemente porque como a mí me ocurría, no saben a que atenerse. Una imprecisión que les lleva a reaccionar violentamente ante los postmodernos... algo que a estos les encanta, por cierto.

¿A que toda esta introducción? Simplemente por que he visto estas reflexiones mías reforzadas por la audición estos últimos día. de Le Gran Macabre, la opera postmoderna de Gyorgi Lygeti. Un compositor que tiene en su haber algunas de las últimas cumbres del modernismo, pero que hacia 1970, justo cuando estaba componiendo esta ópera, se dio cuenta que la pureza formal, mística y críptica, que había defendido tanto tiempo, se había convertido en algo inútil, en un camino sin salida.

¡Y qué vía de escape! Cómo buen postmodernista, Ligety realiza un paseo glorioso por toda la historia de la música occidental, de los trovadores y el gregoriano, a él mismo. Una revisión que no se torna historicista, puesto que no es una copia literal, ni una puesta al día, como otros artistas menos hábiles habrían realizado. Muy al contrario, somos capaces de reconocer los mismos estilos, pero la forma en la que se presentan está doblemente distorsionada, puesto que no se utilizan los instrumentos que deberían utilizarse, ni se aplican a las situaciones (a los sentimientos debería decir) que les correspondería.

Todo está tratado de una forma irónica y desapegada, como si no nos perteneciera ya, como si sólo nos fuera válida, si solo pudiera emocionarnos, de esa forma retorcida y degradada, casi decadente, preludio de un supuesto apocalipsis que se desea con locura.

Una llegada del apocalipsis que es precisamente el tema de la obra, pero que como era de esperar en la praxis postmoderna, está tratado con los modos del teatro de títeres, mostrando nuestra aniquiliación como algo risible, y nuestra existencia, todas las cosas, maneras, sueños, ideologías e ideales, como absurdos que mantenemos por propio cabezonería, juegos de niños que no tienen ningun sentido, y cuyas reglas cambian a capricho y a berrinche de los participantes.

Ejemplar en ese sentido, el tercer cuadro de la obra, donde los dirigentes de los partidos, blanco y negro del reíno de Brueghelland donde tiene lugar la accióbn, entablan un duelo verbal en el que intercambian insultos siguiendo las letras del alfabeto, para, al llegar a la Z, dimitir simultáneamente llevados de su indignación, y reconciliarse acto seguido, por el bien del país. Un ciclo constatemente repétido, de autómata que obedece a un programa y es incapaz de salirse de él, y que si lo comparamos con el clima político actual, debería bastar para hacernos enrojecer de vergüenza.

Una forma de hacer arte que no era nueva, pues ya los maestros del teatro del absurdo, Becket y Ionesco, la habían llevado a cierta perfección, sea cual sea el significado que eso pueda tener para un postmoderno. Peor aún, algo que incluso era ya viejo y con canas para ellos, puesto que no es sino el espíritu de Jarry y su Ubú Rey, esa aparente broma de fin de curso, pero que se las arregla para demoler todo intento de hacer arte político y política con el arte, dejando desnudas su vaciedad, exponiendo sus tics y clichés, señalando lo efímeras y banales que son las ideas que le sirve la excusa.

Algo que, para pseudoprovocadores como Calixto Beito, es especialmente turbador, y que les lelva a denigrar esa obra, Ubú siempre que pueden, por su falta de seriedad, y a montarla intentando destruirla y llevarla su propio terreno.

Vano intento que haría reír a carcajadas a Jarry, si éste pudiera verlo.

domingo, 25 de noviembre de 2007

One Step Back (y 3)


En otras entradas de este blog ( como ésta y ésta) me había dejado llevar por mi entusiasmo ante la exposición Durero y Cranach que está abierta ahora mismo en la Fundación Thyssen, se me perdonará que continúe en la misma vena, pero no es para menos.

Y no es para menos porque, como bien demuestra esta exposición, junto cuando los modos del Renacimiento Italiano comienza a extenderse al resto de Europa, aparece en Alemania una generación de pintores de primera línea, que en vez de entregarse al nuevo sentir, son capaces de crear un arte opuesto a las formas nuevas, aparentemente anticuado, atado a un pasado y a unas formas ya desvanecidas, pero que es en realidad original, revolucionario, señalador de nuevas vías, como descubrirían los expresionistas alemanes en el XX.

Una generación que surge de forma inesperada, sin un preludio que lo antecediese y en el que fundamentarse, como fuera el caso de la pintura holandesa, viva desde el principio del siglo XV e independiente del arte italiano hasta el final del XVII.

Una generación que se extingue también repentinamente, restringida casi exclusivamente al último cuarto del siglo XV y el primer cuarto del siglo XVI, por razones completamente independientes del genio de los artistas, y que deberían hacernos reflexionar sobre cuan equivocados estamos sobre la capacidad de éstos para influir en el gusto y el el camino del arte... a menos que vivan en una sociedad dispuesta a ser conducida y guiada.

Porque el caso es que la reforma protestante supuso el final de esa generación de artistas, y con ella el de los caminos que marcaban, unos caminos que, como comentaré más adelante podrían haber adelantado el reloj del arte europeo casi tres siglos, pero que, por falta de patronos, se malograron.

Y es que la cuestión fue tan simple como ésa, la desaparición de la iglesia como primer comitente, como fue el caso de Italia, la ausencia de un poderes seculares fuerte y centralizado, como sería el caso de España o Francia, o simplemente, la inexistencia de una clase de comerciantes, necesitada de decoración para sus hogares, como sería el caso de Holanda y Flandes, condenaría a los pintores alemanes a la extinción.

Pero... ¿cuáles eran esos caminos de la revolución de los que hablaba? ¿En que consistían? A todos nos han enseñado que la revolución de la pintura Europea, esa que terminaría con la pintura de caballete y la racionalidad renacentista, se originaría con la invención del paisaje puro a principios del XIX y su exaltación por los Impresionistas a en el último tercio de ese mismo siglo. Todo muy bonito, si no fuera porque el paisaje puro se ha reinventado muchas veces a lo largo de la historia del arte Europeo (y olvidado otras tantas), por unas y otras razones.... como fue el caso de la época que nos ocupa y el caso Albrecht Altdorfer, una de cuyas pinturas encabeza esta entrada.

Un pintor y una obra cuya mera presencia en la historia europea, en ese tiempo, supone un enigma de primera magnitud. En efecto, no estamos en una época donde se prime L'art pour L'art, o donde el creador tenga patente de corso para llevar adelante sus concepciones artísticas, jaleado por un coro de conaisseurs. Estamos en una época en la que el arte es esencialmente utilitario, como he dicho, donde hay un comitente que encarga una obra, exigiendo que presente un contenido ideológico muy concreto, el de hacer propaganda de la persona, la institución a la que pertenecía o de la ideología a la que representaba. El mundo, por tanto, de la obra de encargo.

Pero ¿Qué ideología tiene un paisaje? Precisamente, si el paisaje se había podido filtrar en la pintura Europea, había sido mediante la inclusión de figuras, que le daban la excusa temática apropiada para que algún comprador se interesara por ellas. Sin embargo, aún eso, era una ultimísima novedad, como cualquier visitante de la reciente exposición Patinir, puede recordar. Sólo queda, por tanto la posibilidad de que el propio paisaje fuera una cifra de sí mismo, y remitiese a contenidos alegóricos, si no fuera porque incluso para eso es demasiado pronto, como es posible darse cuenta si se piensa en los grabados de paisajes/alegorías religiosas de Rembrandt.

Así que el misterio queda sin resolver ¿Quién encargó esas pinturas? ¿Para qué? ¿Serían experimentos privados del artista? Y si así eran ¿Cómo es que se han conservado durante cinco siglos? ¿Qué vieron en ellos sus transmisores que fuera de valor para su tiempo, distinto del nuestro, y que a nosotros se nos escapa?


miércoles, 21 de noviembre de 2007

Shared feelings

Nuestra época se caracteriza por su obsesión con el significado. En cierta manera, la forma en la que se manifiestan los productos artísticos ya no es importante, siempre que sea la manera de moda, mientras que donde realmente se centran los debates, es en el qué quiso decir el artista y lo que es más importante, lo que ven los espectadores, que por supuesto, debe ajustarse a los criterios ideológicos favoritos del escribiente.

O dicho de otra manera, ya no es posible una visión inocente, no está permitido decir que algo te gusta o se disfruta, si no hay una excusa ideológica detrás, de manera que el espectador y el crítico, se ven obligados a justificar su elección refiriéndose a algo externo y superior a la obra de arte, ya sea una adscripción a ciertas misiones estéticas, o una certificación de ortodoxia ideológica.

Lo cual, cuando leo a mis contemporáneos comentar sobre ese indefinible que se llama arte y cultura, me da la impresión de escuchar una cacofonía donde no es posible encontrar nada de provecho, principalmente porque se termina hablando de temas ajenos al propio objeto artísticos y especialmente porque el crítico se convierte inevitablemente en mentiroso, en alguien que debe fabricar continuamente excusas socialmente correctas para presentar sus preferencias, sin llegar a mostrar nunca lo que realmente siente.

¿Y a qué viene todo esto a cuento? Pues el caso es que acabo de ver el episodio 7 de Blue Drop, una serie de la que ya había comentado anteriormente mis reticencias, y de la que aún no puedo decir si será una serie buena o no, memorable o no, puesto que ahora mismo no se hacia donde está yendo, o qué es lo que pretenden decir los autores.

Simplemente, ese capítulo que comento me ha dejado buen sabor, sin que haya sido un episodio excepcional, y que cuando lo he vuelto a mirar me ha recordado los elementos que me atrajeron del anime, en primer lugar, y que continúan atrayéndome... puesto que engarzan con lo que es mi temperamento, mi ethos, por así decirlo.

Porque de siempre me han gustado los momentos de introspección, especialmente aquellos en que un personaje descubre repentinamente cierto sentimiento que no esperaba experimentar.


...o las actividades cotidianas (o como en este caso, convertidas en cotidianas por la casualidad) que contribuyen a reforzar los lazos entre las personas...



... o los pequeños placeres que uno se permite sin que el otro llegue a saber de ellos, hechos posibles por la mutua confianza, que te permite estar donde otros no pueden...


...o simplemente, como se dice una y otra vez en La Una y Mil Noches, que nada hay más hermoso que dos amantes durmiendo juntos...

...y por supuesto uno podría extenderse en hablar de sexpolitics, de intencionalidades y públicos, de transformaciones sociales, de ideales futuros y mínimos mínimos, de imágenes que por sí solas parecerían apuntar a ciertas ideologías....

...pero no tengo ninguna gana de hacerlo, es más, no lo considero importante.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Shifted Meanings


Quizás prodría resumir esta entrada en una sóla frase, decir simplemente, todo es parecido, todo es irreconocible.


Pero claro, en ese caso estas anotaciones no pasarían de ser un enigma irresoluble, perfecto para espantar a los lectores y contrario a mis intenciones reales.


Porque la cuestión es que en este otoño madrileño de grandes exposiciones sin publicidad alguna, excepto el macro festival político que ha supuesto la inaguración del Prado, la muestra Los Etruscos, en el museo de Arqueología Nacional es una de las mejores, con diferencia.


Se trata de una muestra con colas de hasta dos horas, que no se deben a una afluencia masiva de público (quienes serían esos etruscos) ni a alguna genialidad de la taquillas, sino a que no se permiten más de quince personas en la sala, para no dañar las piezas allí expuestas. Unas piezas que fuera de un viaje a Italia, a las antiguas ciudades y necrópolis etruscas, suponen la mejor oportunidad para conocer y sentir la cultura de la desaparecida Etruria, no sólo por la calidad de cada una de ellas, sino por su pertinencia. Es decir, cada una de esos objetos es en sí una obra maestra, y cada uno de ellos nos ofrece un detalle nuevo de ese pueblo ahogado por la expansión romana.


Una exposición de la que se sale doblemente agotado, mental y físicamente, por el tiempo que se tarda en recorrerla, a pesar de no ser demasiado grande, y por el esfuerzo que supone digerir toda la información que se expone.


Conocer y Sentir, decía. Para comprender lo que quiero decir, y especialemente para entender la frase con la que abría esta entrada, ese todo es parecido, todo es irreconocible, es necesario que haga un poco de autobiografía, en otras palabras, que comente mi amor por la antigüedad grecolatina, mi hambre por saber cada vez más de ellos, que en otro tiempo me hacía conocer su historia, su cultura, sus esquemas mentales, casi al dedillo, hasta el extremo de poder engañarme y mecerme en la ilusión, equivocada, por supuesto, de que podía comprenderles, de que ellos y yo, éramos camaradas intelectuales.


Sólo sabiendo eso es posible saber, el sentimiento turbador y desconcertante que sentía yo al recorrer esta exposición, el mismo que siente todo enamorado de la antigüedad. La impresión de verse enfrentado a un misterio doblemente insondable, puesto que todo lo que ve le resulta conocido, como no podía ser de otra manera, puesto que los romanos fueron herederos de los etruscos, pero al mismo tiempo es incapaz de descifrar lo que tiene ante los ojos.


En otra palabras, contempla escenas que le recuerdan otras escenas, plasmadas casi igual, pero que hacen referencia a leyendas que le son desconocidas y que dejaron de contarse hace milenios, cuando Roma se enseñoreó de Etruria. Observa a dioses similares a los de la Acrópolis y el Palatino, descritos de la misma manera, pero mezclando atributos que corresponderían a deidades completamente distintas. Observa gentes que, por su tipo, podrían caminar tranquilamente por el foro, pero que han sido representadas de una forma que sería ajena, casi repulsiva, a los orgullosos patricios romanos.


Un mundo en fin, Romano en apariencia, pero Etrusco en su interior. Un interior que se nos escapa completamente y para el que no tenemos puntos de referencia que nos sirvan de guía, que observamos a través de un cristal turbio que nos impide mirar con claridad.


Al igual que ocurre con su lenguaje. Unas inscripciones que podemos leer, pero que no podemos comprender, puesto que nadie tradujo su lenguaje para nosotros, ni existen ya otros lenguajes que se le parezcan.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Imperial Nightmares


The truth was that Spain was a poor country that made the leap into empire because it was aided at every turn by the capital and expertise and manpower of other associated peoples. It is a story that has never been told, and some day the historians will get round to doing it. Who were the Portuguese, from a nation with the smallest populations in Europe but with the greatest familiarity with the ocean, who backed the Spaniards int the Canaries, in the Caribbean, in the Maluku archipelago, and who piloted their ships across the Pacific? Who were the Genoese whose fleets and finances anchored the Spanish presence in the Mediterranean? Who were the Africans who created the economy of the Caribbean and defended Havana, Portobelo and Callao against the depredations of foreigners? Who were the Chinese who ran the economy of Manila, built its ships and directed its trade? The traditional image of a world empire that one day was securely in the control of Spaniards and the next had slipped out of their control is little more than a fantasy born out of intellectual lethargy.


Henry Kamen, Spain's road to empire.

Comentaba yo en otra ocasión, mis aprensiones sobre la nueva historia de España que Editorial Crítica había comenzado a publicar... unos miedos los míos que la lectura del tomo 3, Monarquía e Imperio, no han hecho más que confirmar.

El caso es que las lecturas de la historia de Iberia hechas por historiadores peninsulares suelen dejarme más sabor. El primer defecto es que siempre parece haber un trasfondo político, un algo del que hay que buscar pruebas en la historia contada, que parece mediatizar y enturbiar la narración de esa misma historia. Así por ejemplo, en tiempos de Franco, la historia Ibérica parecía ser una demostración de la necesidad del régimen dictarial, de forma que en él se encarnasen todas las "esencias patrias" y cada uno de los acontecimientos "buenos" y "gloriosos" no fueran otra cosa que una anticipación de ese régimen. Algo que ha conseguido que los que no compartimos esa ideología, ni la de sus sucesores democráticos, sintamos que nos han robado nuestro pasado, manchado y ensuciado por tanta manipulación.

Ahora sin embargo, en estos momentos de replantemiento de la idea que hemos convenido en llamar "España", esa misma polémica se extiende a la escritura de la historia, puesto que en vez de intentar aproximarnos a la época en cuestión, lo que se nos presenta es el estado de las discusiones, o mejor dicho, el debate entre diferentes nacionalismos ibéricos y el "stalemate" al que las opiniones contrapuestas nos han conducido, ergo, a que sea imposible realizar una historia neutral de "España", y a que todas tengan que ser políticas y polémicas, es decir panfletarias.



Pero esto, aún sería asumible si no fuera por lo que para mí, es el peor defecto de todas estas historias ibéricas, la sensación de no haber aprendido nada, de no haber obtenido una visión genérica de esa época. Por poner un ejemplo, la mayoría de las historias de "España" tienden a ser extremadamente localistas, sin tener en cuenta lo que pasa fuera de los límites territoriales autoimpuestos, excepto si interfieren con la línea narrativa, de manera que los cambios provocados por fenómenos exteriores parecen cataclismos repentinos e inexplicables.


Esto es especialmente lamentable en un caso como la historia Ibérica del siglo XVI, un momento histórico en el que se produce un auténtico first histórico, el instante en que una civilización, la occidental se pone (y pone) en contacto al resto de las civilizaciones mundiales, creando la primera red económica y cultural, global conocida y provocando una respuesta del resto de civilizaciones ante su intromisión... una respuesta que variaría entre la extinción (como sería el caso de las culturas americanas), la resistencia y el anquilosamiento (como sería el caso del Islám) o la adaptaciónm absorción la renovación (como sería al caso de las civilizaciones orientales).


Algo que no se encuentra en la Historia de Editorial Crítica, pero que si aparece en el breve resumen de Kamen, como muestra la cita que encabeza esta entrada.


Un resumen que a pesar de sus errores (por ejemplo el poco espacio que se le da al imperio a partir de 1700, que no pasa de ser un epílogo) resulta especialmente por derribar bastantes mitos historiográficos que, a pesar de toda la investigación y de todo nuestro escepticismo postmoderno, siguen bastante vivos entre nosotros,tanto entre las izquierdas como entre las derechas.


Por resumir. El primer mito que deriba es el de que el Imperio (la pesadilla imperial en la que nos embarcamos y que no nos sirvió de nada) fue una empresa exclusiva de Castilla. Kamen argumenta con bastante peso que fue una empresa en la que contribuyó todo Europa, incluso aquellos países que eran enemigos de la monarquía hispana, puesto que de él obtenían gran parte de la riqueza que les permitió desarrollarse (y dominar el resto del mundo, by the way). Lo que es más que el imperio fue una colaboración mundial, en la que participaron africanos, asiáticos y americanos, que se mostraron incluso más celosos del mantenimiento de ese imperio que los propios conquistadores hispanos y sus descendientes.


O lo que es lo mismo que los españoles (los castellanos) no pasaron de ser unos intermediarios a regañadientes en un sistema que no comprendían completamente y cuya gestión se les escapaba de las manos.


Algo que se convierte en el segundo punto, el de como el imperio y el dominio que los españoles ejercían sobre él era especialmente tenue y frágil, que si no se quebró antes fue porque nadie se propuso quebrarlo, y que el papel de los españoles se limito a ser los subtitutos de las élites gobernantes, allí donde estás existían, mientras que el resto de la población continuaba su vida normal sin apenas cambios.


Algo que no debería ser tan sorprendente, por lo que voy a explicar a continuación. Cuando de pequeño te contaban la historia de la América colonial, ésta se reducía a un par de conquistas cataclísmicas, tras la cual toda América era hispana y católica, como si nada hubiera existido antes. Una situación que no cuadraba con el hecho de que los conquistadores fueron incapaces de extenderse a territorio de los EEUU, de vencer a los indios araucanos (mucho menos organizados que los incas, pero nunca sometidos por los conquistadores) o simplemente de eliminar a la piratería del Caribe.


Cuando uno estudiaba un poco más encontraba que las amplias manchas en el mapa que expresaban el dominio español se reducían bastante, y que este se había limitado a los nucleos duros de los imperioos precolombinos, mientras que fuera de ellos, los conquistadores habían sido incapaces de extender su dominio. Así por ejemplo, la conquista de Yucatán costó más vidas y tiempo que la del Imperio Azteca y hasta el siglo XVIII existió un reíno maya independiente en el corazón de Guatemala, similar a los reínos postIncas que coexistieron con el Vierreinato del Perú, Argentina y Uruguay habían sido conquistas tardías, una y otra vez tomadas y abandonadas, mientras que en el Paraguay existió el estado paralelo jesuítico.... para culminar con el largo rosario de rebeliones indígenas del XVIII que continuaría hasta la independencia, muchas veces en contra de los libertadores.


Un imperio muy poco imperial, por tanto, limitado por los amplios espacios, la penuria de sus recursos y la cerrazón ideológica.


Así que no debería extrañarnos la descripción que hace Kamen de Manila, como una simple factoria comercial, lo cual explicaría porqué en Filipinas la lengua oficial no es el castellano, el desinterés de España por el Pacífico que debería haberse convertido en un lago Castellano, si realmente hubiéramos sido un Imperio como es debido, o el fracaso en colonizar el sur y el oeste de los actuales EEUU.


Es decir un imperio que no se hizo producto de un diseño y de una política, es decir de un imperialismo ideológico, sino que se construyo por casualidad, por suerte, y casi a regañadientes, de forma que España y Castilla se vieron de repente ascendidas al rasgo de potencia imperial, sin pretenderlo, sin la capacidad para hacerlo y sin la mentalidad para conservarlo... lo que nos llevaría a ser odiados y detestados por el resto del mundo.


Algo que tiene mucho que ver con ese novus imperium de ahora mismo, también construido a regañadientes, también odiado por todos.... y cuyo destino pudiera ser el mismo que el nuestro.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Dissonances


Entre las series que han comenzado este otoño, hay una que me ha despertado un especial interés, por razones que podríamos llamar metacinematográficas... y no tengo muy claro como explicar correctamente ese interés mío.



Nada mejor que un ejemplo en estos caso... así que pego a continuación el opening de la serie.






y si algo tienen en común los buenos openings de las series con los buenos preludios de las óperas, es que ambos coinciden en ponerte en el estado apropiado para ver lo que sigue a continuación. O lo que es lo mismo, te adelantan el modo en el que va a ser contado, las posibles relaciones/incidentes de la trama e incluso te permiten adelantar cual va a ser el final de la historia.



Este caso no es una excepción. El tono que marca el opening, la tranquilidad, el relativo misterio, la delicadeza que allí se señalan, es el mismo que continúa en la serie, que tiene un ritmo lento y tranquilo (demasiado lento para algunos, no para mí) y donde, al menos hasta el episodio tercero, las posibles relaciones, sus posibles causas, y los misterios que tras ellos se oculten, están apenas insinuados... un trabajo en tono menor que se refleja incluso en el estilo visual, con su gama de colores fríos y sus tonalidades difusas y poco brillantes.



¿Dónde está la disonancia, entonces?



Algo que todo aficionado al anime sabe, es que en su mayor parte estas series suelen ser adaptaciones de mangas ya existentes, unas versiones que suelen seguir con bastante fidelidad el contenido original, lo cual tanto puede ser una virtud, si entiende como ejercicio de estilo, de contar mejor lo que se contó allí, o de transmitirlo más intensamente, como un defecto, si se convierte en una servidumbre completa y se limita a replicar lo que ya estaba hecho.



Esta serie también es una adaptación de un manga, pero aquí se acaban los parecidos con otras series, y empiezan las disonancias.



Simplemente la historia que se nos cuenta es lo que ocurrió antes de que tuvieran lugar los hechos del manga (el cual, para rizar el rizo, era otra narración anterior a la historia de otro manga). Algo que en sí, ya me resulta bastante atrayente, por el reto que supone para el creador, que tiene que llegar de una forma lógica a unos hechos ya conocidos, y que puede jugar con ese mismo conocimiento del espectador para llevarlo a caminos y situaciones insospechadas... y tenerlo intrigado esperando como se van a confluir los, aparentemente, diferentes caminos.



En este caso lo que se sabe de la historia (y desgraciadamente ha sido imposible no saberlo, gracias a foros de internet y demás herramientas), es que la historia debe terminar en una guerra sin cuartel entre la humanidad y una civilización extraterrestre... una guerra en la que la humanidad pierde, para ser luego mantenida en una estado similar al de mascotas de esas otras razas, principalmente por la diferencia entre esperanzas de vida, similar a la que nosotros podríamos tener con nuestros perros y gatos, a los que cogemos cariño, pero que no pasan de ser un algo que nos pasó en un tiempo, pero que no nos acompaña la vida entera.



Ahí está la primera disonancia, puesto que los personajes principales, que tan cercanos y próximos aparecen en el intro (y más cercanos aún están en la serie, que llegan incluso a sufrir mal de ausencia) habrán de encontrarse en campos opuestos, o lo que es lo mismo su ámbito privado, habrá de entrar en necesario conflicto con su ámbito público.... algo que en manos de un buen guionista podría ser memorable, realmente memorable.



Pero hay una segunda disonancia, y está quizás es más turbadora, puesto que no alcanzo a saber como se podrá resolver. Como se puede ver en la intro, el clima de la serie es suave y delicado, algo que se extiende a la relación especial entre las dos protagonistas, muy acorde con la forma en que el yuri suele representarse en el anime, sensual y al mismo tiempo pudoroso (o debería decir no ofensivo/no especialmente orientado al público masculino... sí, en ése sentido).



Sin embargo, en el manga, el clima es completamente distinto. La civilización extraterrestre que ha invadido la tierra es una civilización sólo mujeres, que constituye una sociedad lésbica perfecta. Una cultura donde los hombres se han extinguido, por causas naturales, y que ha tenido que recurrir a la técnica para permitir la reproducción... y que ha llegado a la tierra en busca de un medio que les permita recuperar ese elemento masculino que ha desaparecido de su cultura.



Sólo que una vez desembarcadas y obtenida la victoria, se olvidan de su objetivo inicial y se dedican, como decirlo... a vivir que son dos días.



Algo que suena a excusa barata para hacer pornografía... y que las páginas del manga parecen no desmentir.









...y sin entrar en polémicas, sobre contenidos válidos e inválidos, correctos e incorrectos, o sobre si está justificado o no (algo que suele ser estériles y derivar en excusas retorcidas para justificar apetencias poco habituales o que no se suelen mostrar), no acabo de ver como ambas lineas narrativas van a converger, simplemente por que las atmósferas, el modo en que están siendo narradas, parecen pertenecer a mundos opuestos...


... ¿o estoy viendo barreras, fosos, obstáculos, donde no los hay?





lunes, 5 de noviembre de 2007

One Step Back (y II)



Hasta el sábado pasado por la mañana, tenía completetamente decidido lo que iba a escribir en esta entrada, principalmente la oposición entre el ethos "nordico" y el "latino", entre algo que podríamos llamar "idealización" o "belleza" y otra cosa que podríamos llamar "naturalismo" o "fealdad", de lo cual pueden encontrarse más que abundantes ejemplos en la exposición Durero y Cranach, de la que hablaba anteriormente, observando como estos artistas a caballo entre dos siglos reaccionan frente al reto del renacimiento venido de Italia.

Lo tenía muy seguro, repito, había escogido hasta la imagen que serviría para ilustrarlo, si no hubiera sido porque al ver este último sábado la segunda parte de la exposición, en la fundación cajamadrid, me topara con un cuadro extraordinario, muy poco visto, que expresaba gráficamente lo que me hubiera costado explicar párrafos y párrafos.

Concretamente este Martirio de Catalina de Siena, de Lucas Cranach.





¿Y que tiene de excepcional este cuadro? Si se recuerda la leyenda de la santa, la protección de dios salvaba a esta de todos los peligros con que se le amenazaba, en concreto de las ruedas erizadas de cuchillas que se quebraban antes de rozar su piel. Un milagro que en este cuadro ha sido llevado al paroxismo, puesto que no sólo se destrozan los instrumentos de tortura, arriba en la esquina derecha, sino que los cielos se abren y la cólera del señor se derrama por toda la tierra, abatiendo a todos los enemigos de la santa que caen fulminados o huyen en desorden.

Todos menos uno, el verdugo que se retratado en el acto de deseinvanar la espada, mientras con la otra agarra la barbilla de Catalina y tira hacia atrás de ella para descubrir su cuello y que la hoja no encuentre ningún obstáculo.






Un momento de absoluta desesperación, de casí pérdida de la fe, puesto que vemos como todo ese despliegue de poder divino no sirve de nada, puesto que no habrá manera en que la ciega determinación del ejecutor pueda ser evitada, y se puede presentir el terror de la joven, al ser arrancada un instante después de su falsa seguridad, de la victoria que creía ya suya, y encontrarse de bruces con la muerte.

Pocos ejemplos mejores hay de esa oposición "norte" contra "sur" de la que hablaba al principio. Si mira lo que estaban haciendo en ese tiempo los artistas italianos, puede comprobarse como siempre la belleza y la perfección estaban por encima de todo. Podían describirse las escenas más brutales, las acciones más descarnadas, que sus pinceles los convertiríoan en algo bello y hermoso, en el sentido habitual del término, robando a la escena su significado y transformándolo en otra cosa, en una visión fugaz de ese paraíso en el que creían.

Todo lo contrario de la expresión "alemana", que nos muestra este cuadro, en la que la la esperanza no existe y mucho menos la belleza, y donde la escena se nos representa en todo su horror y toda su fealdad, casi negando la lección moral podría esperarse de la representación del milagro, puesto que ni la fe, ni el poder de dios, han podido sustraerla a la muerte.

Una característica que es casi un rasgo definitorio del estilo de Cranach, que niega punto por punto las conquistas del renacimiento, conociéndolas, dominándolas y subvertiándolás, siendo a la vez, antiguo y moderno.

Antiguo y moderno. Realizando ese "paso atrás" del que ya he hablado antes, puesto que se puede observar como el conoce tanto la perspectiva como el escorzo, pero una y otra vez lo rechaza, distribuyendo sus personajes en la pintura como si esta fuera un tápiz, en función del efecto decorativo final y no del lugar que la razón les daría en una escena real, rechazando la profundidad y aplanando las figuras, utilizando los temas de la mitología y sacándolos de contexto, aplicando pequeñas variaciones que, como digo, demuestran su conocimiento del tema, pero le dan un significado que no tenían, que lo niegan por entero.

Como es el caso de juicio de Paris, aquí ilustrado.



donde el pastor Paris, refugiado en el monte Ida, se convierte en un poderoso noble al que se le muestran tres jóvenes, presumiblemente para su disfrute, sin que nada en ellas, excepto el título del cuadro, nos indique se trata de tres poderosas diosas... o el clima malasano y perverso de las diosas y las santas de otros de sus cuadros que miran al espectador con una media sonrisa, como si conociesen todos los secretos que guarda en su alma.


Una forma de pintar, de entender y de mostrar, que parece representar, presentir, el clima espiritual de la Alemania de su época, un instante antes de la explosión protestante. Una forma de entender el arte que debéría esperar hasta el siglo XX para volver a ser comprendida, cuando los expresionistas, encontrasen en esa planaridad, en ese rechazo del clasicisomo, en ese placer por lo malsano y pervertido, un hermano espiritual.


Una sensibilidad que es la misma que la de nuestros tiempos, que también aborrece la belleza, el equilibrio, la luz... todo lo que podríamos llamar "clásico"