jueves, 2 de marzo de 2006

In the heart of darkness (y 2)

¿Qué es un artista para nosotros? ¿Qué representa en nuestra sociedad?

Creemos habernos librado de la idea del artista romántico, la personalidad visionaria que descubría territorios, conceptos, formas aún sin explorar, y que forzaba al espectador a aceptarlas, utilizando los métodos del escándalo y de la rebelíon.

Puede que creamos haber dejado atrás esa idea, al fin y al cabo nuestra era es una era de falsos descreídos y falsos escépticos. Un tiempo donde todo se mira con ironía y sarcasmo, donde la moda es aparentar desapego y distaciamente.

Así parece, pero, en el fondo, seguimos siendo artistas románticos. Para nuestra sociedad, el artista sigue teniendo una misión, una vocación que le lleva a crear y actuar, que le sitúa al margen de los demás y que le lleva al combate... aunque esta misión y esta vocación no sea el conquistar nuevos territorios estéticos o hacer propaganda de una ideología y una visión del mundo, sino que se haya reducido a escandalizar por escandalizar, a determinar un conjunto de creencias, sean progresistas y conservadores, y atacarlas sin piedad, entre los aplausos de sus admiradores.

Porque esta es la otra cara del arte actual. El artista ya no se dirige a toda la humanidad, ni siquiera aspira a ello. Su obra, excepto en el caso de los productos comerciales manufacturados en masa, se dirige a un grupo estrecho y reducida de conaisseurs y críticos. Si esta reducida élite no existiera, el artista no existiría. Mucho peor, nadie se daría cuenta de su desaparición. Porque ese escándalo con el que pretende sacudir el mundo, no turba a nadie. Muy al contrario, sólo sirve para cimentar y sustentar los prejuicios de aquellos que le aplauden y jalean.

Completamente distinto a lo que se mostraba en la exposición Orígenes del Conde Duque Madrileño.

Esas formas pueden parecernos abstractas, juzgadas desde los parámetros de nuestra propia cultura, productos refinados y elevados, producidos por artesanos y especialistas tan refinados y elevados como el público que va a ser su destinatario.

Pero no es así. El arte Africano, Americano y de Oceanía es un arte popular, producto de, en principio, cualquier miembro de la comunidad y destinado a todos ellos. Su significado, sus presupuestos, sus objetivos son completamente claros y meridianos. No excluyen a nadie, no evitan a nadie, no buscan escandalizar a nadie.

Muy al contrario, esos objetos tan bellos desde el punto estético, tan revolucionarios a nuestros ojos, a pesar de 200 años de vanguardia, servían para cimentar la sociedad que les había dado origen. Su finalidad última no era el gozo estético, ni la observación estética, ni ser encerrados en Museos para el disfrute de las generaciones venideras.

Su ámbito se reducía al aquí y ahora. Su importancia al festival, la celebración, el rito en que eran utilizados. Porque no eran importantes en sí mismos, sino como símbolos que guiaban a los seres humanos, a los hombres y a las mujeres, en su nacimiento, en su niñez, en el paso a la adolescencia, en los misterios del amor y la paternidad/maternidad, en la madurez y el envejecimiento, en la misma muerte.

Al contrario que el arte occidental de ahora, perdido en su laberinto y con el único objetivo aparente de perder a los demás.

Estéril y esterilizador.

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