domingo, 19 de abril de 2009

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La historia de los últimos años del estudio Fleischer es uno de esos ejemplos que sirve para demoler uno de nuestros mitos culturales más queridos: aquel por el que la dedicación y el trabajo duro son las recetas del triunfo inevitable.

Sin embargo, en estos años de existencia, el único estudio en los años 30 que hacía sombra a la Disney se vio aquejado de una desgracia tras otra. Una huelga del personal provocaría la marcha de gran parte del equipo y el traslado de la sede de Nueva York a Miami... con la subsiguiente desorganización y retrasos en la producción. Peor aún, cuando las cosas volvían a su cauce, Disney estreno Snow White, con lo que los Fleischer se vieron obligados a contratacar, y si bien su primer intento, Gulliver's Travels, no fue todo lo buena que debiera ser, la excelente Mr Bug goes to town coincidió con Pearl Harbour y el inicio de la segunda guerra mundial, con lo que acabó siendo un rotundo fracaso en taquilla, puesto que el público no estaba para cuentos de hadas. Un descalabro que llevó al estudio casi a la quiebra y motivó que la Paramount, para recuperar las inversiones, expulsase a los Fleischer de su estudio, quedándose con él y rebautizándolo como Famous que continuaría produciendo corto tras corto, hasta los años 60, en la estela de los Fleischer, pero cada vez de peor calidad en la animación, más rutinarios y repetitivos en sus planteamientos.

Por ello revisar, gracias a la edición del tercer volumen de los cortos de Popeye, recién editado en EEUU y que abarca el periodo entre 1941/1942, es al mismo tiempo deprimente y sorprendente. Deprimente, por que nosotros ya sabemos como terminará la historia y como las circunstancias darán al traste con ese estudio (con el insulto añadido de que la historia de la animación sería escrita por el vencedor, Disney, de manera que pareciese que sólo él había existido en los años 30 y el resto eran advenedizos que nunca llegaron anda). Sorprendente, porque a pesar de todos las dificultades, los cortos de los Fleischer gozan de un gusto por la experimentación, de una alegría y de unas ganas de jugar y de un instinto para hacer reír al público del que carecen los cortos de la Disney, en donde la preocupación por la calidad técnica acaba por matar la naturalidad, haciéndolos previsibles, y por tanto faltos de gracia.

Un peligro que los Fleischer conocían muy bien, y por ello no les importaba deformar el dibujo, distorsionar los objetos, romper las relaciones y leyes naturales que damos por asumidas. Un ejercicio de ir siempre más allá en que los Fleischer no tenían miedo de romper la cuarta pared, de dialogar con el público o de mostrar la trastienda del asunto, la trampa y cartón que podía desmoronarse en cualquier instante y que ellos restituían de las formas más delirantes.

Por ello, no hay nada mejor que ver el último corto en Blanco y negro de Popeye (perdón por ofrecerlo en B/N, pero no había otra copia), ya con la Famous. Un ejemplo magnífico del estilo Fleischer, donde Popeye decide hacer un corto y los animadores aprovechan para reírse de su propio oficio, de la falta de detalle del dibujo, de los argumento estereotipados, de los tics expresivos, para acabar en un pandemonium hilarante, que ya en esos tiempos era casi imposible de conseguir por la Disney, encorsetada en su propio estilo... excepto, por supuesto, en los cortos de Goofy, en los que el amo no se involucraba en absoluto.


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