miércoles, 27 de diciembre de 2006
Generation Gap
En estos últimos meses se ha producido una curiosa polémica cinéfila, de ésas que uno no dudaría en llamar endogámica, simplemente porque sus origenes, peripecias y resultados no van a llegar a las tribunas de los periódicos o al gran público, ni siquiera a la mayoría de los que se llaman aficionados, sino que se restringe a un reducido círculo de especialistas, esos que pueden y quieren estar a la última.
Inciso: debo decir que esto de la cinefilía se parece cada vez más a la pasarela cibeles, esta temporada se ponen de moda los planos largos y todos a abjurar del montaje, la siguiente está de moda partir la pantalla, y hala todos a pedir que se utilice ese recurso hasta en la sopa, porque lo anterior era plano y manido, pero dejemos a un lado estos comentarios, que siempre pueden ser acusados de sarcásticos, retrógrados y otros epítetos también muy de moda.
Lo curioso de la polémica es como ha acabado desarrollándose, mejor dicho como se ha polarizado. Lo que en principio debería ser una cuestión de estética, es decir, constatar como el estilo dominante en una época acaba agotándose, se disuelve en una multitud de intentos solitarios, incompletos y en su mayor parte fallidos, para ser reemplazado, al cabo del tiempo, por otro estilo dominante que elimina al resto de soluciones, ha terminado por convertirse en una discusión biológica, en que los "viejos" se enfrentan a los "jóvenes" acusándolos de ignorantes y atrevidos, mientras que estos piden su jubilación y reemplazo, puesto que los "antiguos" ya no están al día y no son capaces de seguir la marcha de los "modernos".
Unos argumentos claramente de enjundia y de una altura intelectual digna de alabanza.
Pero no es eso de lo que quería hablar. Ya nadie se acuerda de la que se montó, allá a mediados del XVIII, en Paris, entre los partidarios de la Opera Bufa Italiana, representada por Pergolesi y La Serva Padrona, y los partidarios de la Opera Seria Francesa, agrupados en torno a Rameau. Un debate que no tardaría en politizarse con los "modernos" representando a la Ilustración y la Reforma, y los "antiguos" defendiendo el Ancien Régime de la monarquía borbónica.
Un debate esteril, puesto que ahora, a principios del siglo XXI, está permitido que te guste Rameau y Pergolesi, sin que nadie vaya a echarte en cara que eres un carca y un reaccionario, o un radical y un revolucionario.
Sin embargo, tampoco es esto de lo que quería hablar.
Quería hablar de algo más ambiguo, más importante a mi entender, y son esos casos, en que algunos viejos se ponen de parte de los jóvenes, y abandonan a los de su generación, especialmente en esas ocasiones en que los su generación se había caracterizado por la rebeldía y, en su vejez, se topaba con el descaro y insolencia de una generación más joven.
Un caso clásico es el de Pissarro.
Pissarro había formado parte del núcleo duro de los impresionistas, alla por los años '70 del siglo XIX. En su juventud, habría podido decirse, pero el caso es que Pissarro era ya un señor maduro frente a artistas como Renoir y Monet. De hecho pertenecía a la generación anterior y una de las razones de conectar con los jovenzuelos le venía de sus convicciones políticas. Él era anarquista y por tanto opuesto a los poderes e instituciones establecidas, un francotirador artístico en la Francia de Napoleon III, lo cual le hacía simpatizar enseguida con los contestatarios.
Lo que no podía esperarse es que en los años 80, repitiese una jugada parecida. En aquella tiempo, los impresionistas había ganado y, en cierta medida,se habían ablandado y acomodado. Las nuevas generaciones les veían como el enemigo a batir, como el stablishment contra el que se debía luchar, un espíritu que a Pissarro debía serle particularmente caro.
Así que cuando Seurat y los Puntillistas comenzaron a alborotar el patio, él se unió a ellos, abandonó su estilo y se puso a pintar como lo hacían los jóvenes , enfrentándose a sus compañeros de antaño, polemizando con ellos, llegando incluso a atacarles.
Sin embargo, nadie puede luchar contra la edad. Con el tiempo, Pissarro volvería a su estilo de antes, retrocería, abandonaría el camino de la vanguardia y pasaría el resto de su vida repitiendo una y otra vez los mismos temas, usando las mismas técnicas, lo cual, aunque pueda parecerlo, no es un reproche, puesto que olvidadas ya las polémicas, la belleza y la maestríade su obra es lo que queda.
No, lo que le pasó, es algo que cualquier persona llegada a la madurez conoce. No es lo mismo crecer con unas ideas nuevas, vivirlas hasta que se convierten en tí, hasta que su evolución y su crecimiento son tu evolución y su crecimiento, que encontrarlas cuando ya eres adulto, una vez que ya te has formado y construido.
Cuando eso ocurre, hay que realizar un esfuerzo para adaptarse a ellas. Un trabajo que nunca llega a ser definitivo, porque, siempre que se relaja la tensión, se vuelve al punto de partida, a lo que que creíste, a aquello con lo que creciste, a aquello que eres en realidad.
Por eso, todo ese intento por ser como los jóvenes, no deja de ser un ejercicio de simulación y de mentira, algo en lo que anida una falsedad, como los disfraces de carnaval, que sólo sirven para algunas ocasiones y no para llevarlos a todas horas. Un espejismo que, a menos que se sea un necio, toda persona inteligente acaba por reconocer.
El simple hecho de que no puedes seguirles. La triste certeza de que no puedes comprenderlos, de que sus modos y maneras de pensamiento están separados de los tuyos, que podéis reuniros en un terreno neutral, a mitad de camino, pero que al final volveréis cada uno a vuestro mundo.
El darse cuenta de que hay que dejar pasar las oportunidades, por mucho que se sienta uno halagado, por mucho que uno lo desee, por mucho que uno lo ansíe, ya que no conducirán a ninguna parte, o mejor dicho, porque el destino final es completamente distinto para cada uno de los participantes.
Simplemente, porque uno es ya un hombre viejo y pasado, un recuerdo de otra generación, de otras ideas, de otros combates, que no son los de ahora.
Algo irremediable en sí.
...
Y es por eso que películas como American Beauty, me parecen inmensas patochadas, escritas y dirigidas por gentes que nunca han cruzado una de esas crisis de mediana edad, que se nos suponen tan típicas de los hombres.
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