lunes, 20 de julio de 2009

Transitions (y I)


























Esta secuencia (junto con otras que espero poner esta semana) son la mejor ilustración de mi amor apasionado por el anime, pero al mismo tiempo, también lo son de mi profundo disgusto por sus derroteros actuales.

Una aparente contradicción que no lo es tanto, como voy a intentar explicar a continuación.

En sí, la secuencia que he elegido es magistral, no ya en el reducido ámbito del anime, sino en el cine en general. De repente, para introducir un flashback, se decide poner de manifiesto la trastienda de la proyección, rompiendo esa ilusión tan cinematográfica de estar contemplando la realidad. Una ruptura que se expresa detiendo el fotográma, creando la ilusión de que el celuloide se quema (¡Ojo, una ilusión dentro de otra ilusión!), de que se cuelan pelos en el proyector, de que el film se sale de los rodillos, se desincroniza, marcha a saltos, se desenfoque y está ya consumido por el tiempo.

Una ilusión al mismo tiempo que no es arbitraria, podíamos pensar en un golpe de efecto, sino que está pensada de manera que enganche con el argumento, ya que la acción transcurre en los años 50 y la protagonista es una famosa actriz de cine, de forma que el espectador podría creer ver la proyección de una película antigua, aquejada por los defectos y problemas de la tecnología de antaño... o lo que es lo mismo si se quisiese mostrar ahora esta sef-awareness con respecto a la trastienda de la filmación, los defectos y problemas mostrados deberían ser otros muy distintos.

Una escena, en fin, que tiene el sello de una de las productoras más interesantes del momento, MadHouse, con el suficiente valor de dar vía libre a los directores que contrata, y permitirles jugar y experimentar, obteniendo así productos que no se parecen a las miles de copias eternamente repetidas que constituyen el grueso de la producción del anime actual... y aquí empieza mi desencuentro con las series recientes., porque unas series, las de Madhouse, tan originales, tan importantes, por así decirlo, que como es esta Mouryou no Hako, pasan sin pena ni gloria para los aficionados, que prefieren el fan service descarado de una cada vez más perdida Sunrise, o la enesima adaptación de un ero-game o de un manga moe a cargo de un Kyoto Animation que parece haber entrado en barrena.

Negros presagios, por tanto para el futuro del anime.

miércoles, 15 de julio de 2009

Gnosis (y III)

Porque yo soy la primera y la última
La honrada y la escarnecida
La puta y la santa
La esposa y la virgen
La madre y la hija
Los miembros de mi madre
Soy una mujer estéril
Que ha tenido muchos hijos
He tenido muchos maridos
Pero no he tomado ningún esposo
Soy la comadrona
Y la que nunca ha ayudado a un nacimiento
Soy el alivio de mi propio dolor
La novia y el novio
Y mi esposo me concibió.
La madre de mi padre
Y la hermana de mi esposo
Y él es mi descendencia...
....

...Soy el conocimiento y la ignorancia
Tímida y audaz
Desvergonzada y pudorosa
Soy dura. Soy el terror
Soy la paz y la guerra.

Trueno, Nag Hammadi Codex VI

Hablaba en entradas anteriores de la biblioteca gnóstica de Nag Hammadi, y hay quizás pocos textos como Trueno que expresen el problema y la dificultad que suponen esa colección de textos, es meteorito arqueológico que el azar y la causalidad han permitido llegar hasta nosotros.

El primer enigma es precisamente nuestro desconocimiento sobre quienes fueron las personas que compilaron y ocultaron esta biblioteca. Las pruebas circunstanciales permiten suponer que hacia finales del siglo IV, durante una campaña por implantar la "ortodoxia" en los monasterios coptos de Egipto, un grupo de monjes "heréticos" pusieron a salvo una colección de valiosos manuscritos y nunca volvieron a recuperarlos, lo cual coincide con el material de relleno utilizado en los códices que apunta a comunidades monásticas de esa época.

Hasta ahí la reconstrucción arqueológica.

Pero, como digo, nada nos dice sobre quienes fueron los que enterraron estos códices (los simpatizantes, los enemigos) ni, sobre todo, sobre quienes fueron los que los compilaron, los tradujeron y con que intenciones lo hicieron, lo cual no es un problema baladí, especialmente porque muchos, la gran mayoría los documentos sólo son conocidos por esta fuente y como mucho, se han establecido identificaciones tentativas con los libros heréticos citados bien por los cristianos ortodoxos (Ireneo, Tertuliano, Hipólito) o los filósofos neoplatónicos (Porfirio y Plotino), pero siempre de forma deformada y con vistas a demolerlos.

No obstante, ciertas tendencias parecen ser claras en esta recopilación gnóstica. Por una parte sus documentos se adscriben a pertenecer a dos de las corrientes principales del gnosticismo, la de Valentino, con su énfasis en atribuir la creación del mundo a un error de una de las potencias de la divinidad y la necesidad de escapar de él gracias a la iluminación concedida por la Gnósis, y la de los seguidores de Set, obsesionados con reescribir el Génesis para mostrarlo como concebido por las potencias del mal, en combate constante con los descendientes de Set, únicos que conseguirán librarse de la cárcel que creían ser el mundo. Una orientación ideológica que nos indica ya cierto interés por parte de los compiladores de la colección, reforzado porque ciertos documentos se repiten en ciertos códices, como si fueran extremadamente importantes (y estos a su vez aparecen en otros como el códice Tchacos o el de códice Gnóstico de Berlín).

Sin embargo, no hay que perder de vista que si hemos recuperado estos documentos es porque la comunidad que los enterró era esencialmente periférica, lejana a los centros de poder, donde se discutían y resolvían estas cuestiones de fe. Es decir, lo que estamos contemplando es una irradación, un reflejo de lo que estaba ocurriendo en ese instante, pero que puede estar completamente deformado y no corresponderse con el auténtico significado del gnosticismo, si es que este existía (aunque hay que decir para ser justos, que muchos de los documentos parecen coincidir con los nombrados, aunque sea de pasada por nuestras fuentes históricas).

Aún peor. Los documentos de los que disponemos son principalmente traducciones del Griego al Copto, sin que sepamos con certeza cual es la fidelidad. En el caso de aquellos documentos en los que existe más de una copia (bien en la propia biblioteca de Nag Hammadi o en otros códices), las diferencias entre versiones son abrumadoras, llegando a haber páginas enteras de diferencia y sin que sea posible dilucidar qué versión es la original o al menos preferible. La cuestión se complica cuando, como en el caso del códice VI, contamos con una colección de textos que no son estrictamente gnósticos (y ocuparía páginas enteras el averiguar porqué se decidió incluirlas) de lo cuales en varias ocasiones existe su correlato en griego, simplemente porque en unos casos tenemos traducciones donde el escritor no se enteró de lo que decía el original (como es el caso del fragmento de la República de Platón) o una versión que parece más fiel al original que la conservado, como es el caso del fragmento del Logos Teleios, conservado en el corpus latino de Textos Herméticos y que en comparación parece demasiado libre e imaginativo.

Problemas, problemas, como lo es cualquier intento de descubrir el significado del texto, voluntariamente presentado de forma críptica, para que sólo los iniciados, aquellos que habían recibido la iluminación pudiesen entenderlo, como es el caso del fragmento de Trueno que se nos presenta arriba, plagado de enigmas y contradicciones, que a nosotros nos parecen incompresibles, no ya solo por vivir alejados de la atmósfera del gnosticismo del siglo II, sino de todo el clima religioso egipcio de la época, que se filtra y contamina sus manifestaciones y que nos hace preguntarnos hasta que punto estos estos testimonios representan un gnosticismo puro.

Dificultades, sin sentidos, enigmas, misterios para siempre velados, pero de vez en cuando, como en este Trueno, fragmentos de arrebatadora poesía, que como relámpago en la noche, nos permiten vislumbrar paisajes desconocidos para nosotros.

Pero no por ello menos fascinantes.

lunes, 13 de julio de 2009

When the cat is away







Ya había hablado de como al marcharse Ub Iwerks de la Disney y quedar Walt como jefe indiscutible del estudio, la producción empezó a derivar hacia el sentimentalismo y el conservadurismo que todos asociamos con ese estudio. Sin embargo, a pesar de eso, la calidad técnica y el humor más desenfrenado, blanco, eso sí, pero igual de anárquico y desenfrenado, continuaron siendo un elemento importante de los cortos de la productora en los primeros años 30

Al menos hasta que Disney se embarcó en la creación de su primer largo, Blancanieves en 1937, puesto que desde instante se despreocupó completamente de la dirección de los cortos, para pasar a centrarse en la producción de los largos de finales de los años 30 y la década de las 40.

No sería la primera vez que Disney se aburriese de algo. Nuevamente en los cincuenta, El jefe dejaría de lado la animación y se centraría en la TV, los largos de imagen real y, por último, los parques de atracciones. En ambos casos, la rama del negocio dejada de lado entraría en una irremediable decadencia, que en el caso de los cortos provoca que la mayor parte de los cortos Disney sea perfectamente olvidables, al consistir en la repetición continua de una misma fórmula hasta que esta pierde todo su significado.

Sin embargo, no todo sería malo en este olvido del jefe. Como bien saben quienes se han preocupado por estudiar la producción Disney, los largos de los años 50 tienen un aire arty que no casa en absoluto con el conservadurismo de Walt, mientras que los cortos Donald de aquella época consiguieron resucitar al que es quizás el personaje más carismático de la compañía, especialmente en su encarnación cómic a cargo de Carl Barks.

Y luego están los cortos de Goofy.

En los años 40, Jack Kinney se encargaría de producir lo que es quizás la mejor serie de cortos de la Disney, capaz de resistir la comparación con las obras maestras de la Warner, aprovechándose del desinterés de Disney y de que Goofy no era más que un segundón, para el que acababa de crearse una serie propia (que comienza por cierto, con uno de los cortos paradogmáticos de la productora, al resumir todos y cada uno de sus defectos que le atribuimos), pero que le permitió crear con completa libertad y producir prácticamente lo que le venía en gana.

Una libertad que utilizo de una forma inesperada para lo que era habitual en la Disney, incluyendo fuertes dosis de violencia (como es apreciable en las capturas que encabezan esta entrada), realizando auténticos ejercicios de quasipostmodernismo, en los que cada corto se construye como un pseudocumental/retransmisión en vivo, donde las palabras del narrador/comentarista son negadas por lo que se ve en pantalla, y desplegando una inventiva visual y formal como no se veía desde tiempos de Ub Iwerks.

Como puede verse en este hilarante spoof de un partido de tenis, Tennis Racquet realizado ni más ni menos que en 1949 (y como siempre denle al botón de HD)


sábado, 11 de julio de 2009

Les Malheurs des Immortaux
















...y ocurrio que la Diosa Selene obtuvo de los otros dioses que a su amante se le concediera la inmortalidad, pero olvido pedir también la eterna juventud...

miércoles, 8 de julio de 2009

For all the eternity


Uno de los museos más hermosos de Atenas, y también de los menos visitados, es el museo al aire libre del Cerámico.

No se encuentran allí los grandes monumentos públicos que han servido de modelo a la arquitectura posterior, ni los espacios donde tenía lugar la política, el comercio o la discusión filosófica, no, lo que allí se halla es algo mucho más trivial, pero al mismo tiempo más humano e importante.

El museo, del tamaño de unas pocas manzanas de casas, conserva las excavaciones de uno de los lugares más interesantes de la Atenas clásica. Por su interior cruza un lienzo de las antiguas murallas, atravesado por dos caminos y el río Eridano. Un lugar de frontera, por tanto, donde los viajeros tenían el primer contacto con la ciudad y donde podían descansar y reposar del camino, como muestra el hallazgo, justo al pasar una de las puertas, de un enorme complejo que en tiempos de Pericles no era otra cosa que un compuesto de posada, fonda y burdel.

Sólo por eso ya sería interesante, al mostrarnos otra Atenas bien distinta de la de los grandes hombres y la gran historia, la de los hombres comunes y la de los afanes cotidianos, pero además ese lugar en la murallas era un sitio mítico, ya que de el salían dos caminos el que llevaba a Eleusis, famosa por sus festivales y sus misterios (esos que darían la vida eterna a sus iniciados, no la existencia en forma de sombra del Hades), y el que servía de vía a la procesión de las Panatenáicas, la fiesta por antonomasia del calendario Ateniense.

De esa manera, a ambos lados de la puerta mayor, la que servía de camino a la procesión de las Panatenáicas, ilustrada en los frisos del Partenón, se construyeron una serie de edificios oficiales que servían para guardar los utensilios y los ornamentos utilizados por el cortejo, además de otros que sirvieran de vivienda a los encargados de su organización.

Un lugar mítico, por partida doble, por servir de ruta de salida a Eleusis, y de entrada de la procesión sagrada, pero que además, desde los primeros tiempos de Atenas se convirtió en el lugar preferido por los atenienses para ser enterrados, como demuestra la existencia de túmulos de la edad de Bronce o la pervivencia de monumentos funerarios de toda la época grecorromana, desde los tiempos obscuros del siglo VIII a.C a la gran crisis del siglo III d.C, que culminaría con la toma, saqueo e incendio de Atenas a manos de los hérulos.

Y aquí debemos hacer un inciso. Para nosotros un cementerio es un lugar del cual debe huirse, que debe permanecer escondido y que nos produce aprensión y repulsa, como si en el habitasen los mayores horrores imaginables, siempre dispuestos a atacarnos. Muy distinto era el caso de los griegos, puesto que para ellos, éste era el lugar para comunicarse con sus ancestros y para dejar un recuerdo de su memoria. De esta manera, comenzada la guerra del Peloponeso, en un espacio especialmente limpiado y allanado en medio de este cementerio (no lo olvidemos, frente a las murallas y cruzados por las dos rutas más importantes que llevaban a Atenas) pronunciaría Pericles el discurso en honor de los primeros caídos, que registrara Tucidides, en su historia, convirtiéndose, siglo tras siglo, en un cementerio oficial dedicado a cantar a los héroes y las glorias de Atenas, a todos amigos y aliados que dieron su vida por ella, como los Lacedemonios (espartanos) que vinieran a ayudarla en la guerra de los treinta años.

Pero no sólo era un cementerio oficial, con todo lo que esto supone. Aquí también se hacían enterrar los Atenienses comunes, al borde del camino, para que su tumba estuviera a la vista de los caminantes y su recuerdo no se perdiera. Una obsesión que no solo ha permitido que en el propio Cerámico haya un museo que guarde las lápidas más hermosas, sino que medio museo de Arqueología de Atenas se compone de los hallazgos del cerámico. Y es que estos atenienses que querían ser recordados hasta el final de los tiempos y que disponían del dinero suficiente, se hacían retratar como si aún estuvieran vivos, llegando incluso sus sosias de piedra a mirar intensamente a los espectadores, viandantes y visitantes, como si les invitaran a pasar un rato en sus compañía, charlando y conversando, como si aún respirasen el aire de esta tierra, tal y como la muestra la foto con la que he encabezado esta entrada.

Aunque para la mayoría lo único que estuviera a su disposición fuera una simple piedra circular, sobre la cual derramar las libaciones de agua y vino que sirvieran para alimentar a las almas siempre hambrientas del Hades.





Aunque quizás lo más impresionante sea ponerse en el lugar del viajero que llegase a Atenas, cruzando entre largas e inmensas filas de monumentos funerarios, de épocas completamente dispares, de difuntos ya olvidados, pero que aún seguían mirándole con ojos curiosos, o se entregaban a sus actividades habituales, o bien tenían junto a sí, en la muerte, a los mismos que habían amado en vida.

Porque como digo, una vez llegados a las murallas, y cruzadas las puertas, dejado atras el inmenso cementerio que se apretaba contra la ciudad, lo primero que se encontraba, a mano derecha, no era otra cosa que un burdel.

¿Carpe diem o Memento Mori?

lunes, 6 de julio de 2009

We're but an exception

This disillusionment colours the strange postt-1989 triumph of democracy in Europe. Seventy years earlier, the consolidation of democracy across the continent after First World War fitted liberal dreams of a new world order: Europe seemed destined to become the model for mankind. Through the League of Nations the new states would learn the habits of democracy from the more mature and advanced states of the West, while through colonies and mandates, the great imperial powers would spread democracy more widely. The defeat of comunnism in 1989 carried no such global implication, and no such evangelical dreams. Democracy suits europeans today partly because it is associated with the triumph of capitalism and partly because it involves less commitment or intrusion into their lives than any of the alternatives. It is for this reason that we find both high levels of suppor for democracy in cross-national opinion polls and high rates of political apathy. In contemporary Europe democracy allows racist parties of the right to coexist with more active human protection of human rights than ever before. It emcompasses both the grass roots politics of Switzerland and near dictatorship in post communist Croatia.

Mark Mazover, Dark Continent

En esta Europa de primeros de siglo, hemos acabado todos por convencernos de un mito fundacional, perverso por ser mito, no por los ideales que representa. Se trata por supuesto el creernos la sede de todas las libertades, de todos los derechos, de lo poco bueno que hay en el mundo, pero sobre todo, la idea de que siempre hemos sido así, de que siempre hemos estado a la vanguardia de ese combate, y de que era inevitable que acabará de esa manera.

Si para desmontar ese espejismo no bastase una mirada a nuestro patio político europeo, de los chillones conversos neoliberales del este Europeo a los que aún se les notan las costuras de los galones del partido a las estrellas mediáticas políticas o a los que confunden el país con su finca privada, sin olvidar a los indecisos que buscan contentar a todo el mundo o a los que ido cediendo en sus ideales hasta encontrarse sin ninguno... si esto no bastara, repito, lo conseguiría la lectura del resumen que ha escrito Mark Mazover sobre la historia europea en el siglo XX.

Una Europa que, no lo olvidemos, fue colonial e imperialista durante gran parte de ese siglo, y que consideraba hasta hace casi nada, al resto de la humanidad como inferiores que, a lo mejor, con tiempo y la educación correcta podrían llegar a convertirse en algo parecido a sus gobernantes y mentores. Una Europa asímismo que se embarco en dos guerras mundiales que culminaron en una matanza generalizada de proporciones inimaginables y donde aquellos mismos que luchaban por la libertad del continente acabaron imitando los procedimientos de los que pretendían sojuzgarlo.

Pero sobre todo una Europa que en ciertos momentos, como los años 30, acabó fascinada por los totalitarismos de ambos signos, hasta el extremo que parecía que la democracia iba a desaparecer definitivamente de la faz de la tierra, arrumbada por sistemas políticos mucho más efectivos y modernos, más apropiados para gobernar a los hombres y asegurar su bienestar.

Una posiblidad histórica, la de que ahora viviésemos en un mundo de dictaduras totalitarias, donde las libertades personales y sociales de las que nos ufanamos no existieran, que bien podría haberse convertido en realidad, no por inevitabilidad histórica, como bien señala Mazover, sino por decisión propia de una mayoría de Europeos, aunque nos cueste tragar esa dura verdad.

Y es que esas libertades de las que presumimos son producto de ayer mismo, causadas paradójicamente por la desilusión y la apatía política que sucedió a las inmensas matanzas del siglo, y que sembraron por toda Europa la desconfianza ante todas las ideas, todas las ideologías, todos los sistemas que se situan por encima de los hombres y que buscan conducirles al combate por paraísos futuros, bien sean el de la raza superior, bien el de los trabajadores y campesinos.

Unas libertades y derechos demasiado nuevas, que pueden marchitarse en cualquier momento y que siempre están amenazadas.

Por esa misma apatía y desilusión que permitió que crecieran.

domingo, 5 de julio de 2009

Rock and Roll




















No pensaba referirme más a los cortos de Oswald, The Lucky Rabbit, que realizaran a finales de los 20 del siglo pasado, Walt Disney y Ub Iwerks, pero viendo hoy Sky Scrapers (1929) no he podido por menos de sorprenderme con la inventiva formal y el desenfado narrativo que presentan, completamente ausentes en la Disney que todos recordamos, o al menos del Disney post-1935, lo cual deja claro que a pesar de la clara autoría y colaboración de ambos, que se remontaba ya a los no menos sorprendentes cortos mudos de Alice, esas características eran la marca exclusiva de Iwerks quien, no lo olvidemos, animaba casi en solitario todos y cada uno de ellos (y muchos de los primeros de Mickey Mousem que en realidad no deja de ser un Oswald de emergencia tras perder los derechos sobre este personaje), aún cuando Disney firmaba como director.

Uno de los mayores enigmas de la animación es los posibles derroteros que habría podido tomar la Disney si Iwerks hubiera continuado allí, pero desgraciadamente eso habría sido casi imposible. La relación de iguales que mantenían cuando él y Disney trabajaban para otra compañía se transformó en una de jefe y empleado a medida que pasaban los años 30, hasta culminar en la partida de Iwerks y la fundación de su propio estudio, sin contar con que para entonces sus respectivos talantes ya eran incompatibles, puesto que Disney empezaba ya a acuñar el concepto de cine familiar, conservador ideológicamente aunque no formalmente, mientras que la manera de Iwerks nos parece ahora, casi 80 años después como un antecesor de lo que sería la Warner.. (o si se prefiere poner en contexto estaba más cerca de lo que los Fleischer realizaban en ese instante, la otra rama gamberra y revoltosa de la animación EEUU que Disney ocultaría por más de medio siglo hasta que volviera a resurgir en la TV en los 90.

No debió ser una ruptura agradable. Coincidiendo con ella, o mejor dicho, debido a ella, en los títulos de crédito de los cortos Disney dejan de aparecer los nombres de los participantes, una mala costumbre que se mantendría durante muchos años hasta finales de los 40, cuando ya todos las productoras hacía largos años que reconocían los méritos de su trabajadores, permitiendo al aficionado seguir las andanzas de Avery, Jones, Freleng o Camplet, mientras que las distintas manos dentro de la Disney han tenido que ser reconstruidas post-morten, por así decirlo, con el testimonio, muchos años más tarde, de los protagonistas y el ojo de los estudiosos, capaces de descubrir el trazo de un animador, el estilo de un director.

Un intento obsesivo y enfermizo por hacer que en la Disney pareciera que sólo había un talento, el suyo, y por dotar a toda su producción de un mismo estilo único que corría el peligro de ahogarlo, aún cuando Disney, que nunca fue un buen animador aunque sí un buen director, cada vez se interesaba menos por los cortos, hasta darlos de lado cuando empezó a producir los primeros largos (un desinterés que por cierto, permitiría que se creasen los delirantes cortos de Goofy de los 40, al quedar fuera de su supervisión y tutela), e incluso en los 50, perder interés por la animación y dedicarse completamente a la imagen real, la TV y los parques de atracciones (lo que, incidentalmente, hace que los largos Disney de los 50 sean curiosamente arty, un tanto lejanos de su cine familiar tanto en el fondo como en la forma)

¿Y qué paso con Iwerks tras romper con Disney? Como tantos grandes animadores fundo su propio estudio y comenzó a producir los cortos que quería de la forma que el quería. No contaba con los gustos del público, sin embargo, cada vez más alejados de la anarquía y el desarreglo visual de los años 20, ni con la censura del código Hays, empeñada en limpiar los dibujos de todo tipo de sexualidad o violencia, eliminando lo que le hacía diferente a las producciones limpias, casi asépticas, de la Disney. Dos factores inevitables que acabaron por llevarle a la ruina, al igual que ocurriera con los Fleischer, y que le forzarían a pedir de nuevo trabajo en la Disney, esta vez como uno entre otros muchos, y no como el socio y camarada del jefe.

Triste destino para el hombre sin el cual Disney nunca hubiera llegado a las alturas que llegó.

Para que luego hablen de justicia o de la inevitabilidad del genio.