viernes, 17 de septiembre de 2021

2046 (2004) Wong Kar-Wai

2046, estrenada en 2005, ocupa un lugar especial en la opera de Wong Kar-Wai. No por razones positivas, sino por otras en apariencia negativas. Con ella se cierra su década prodigiosa, sin que obras posteriores recuperasen el pulso magistral de esa edad dorada, al tiempo que esta obra límite/hito dividió a la crítica en tiempos de su estreno, sin alcanzar la adoración unánime de su obra anterior, la mítica In the Mood of Love (Deseando amar, 2000). ¿A qué se debió esta frialdad en su recepción? Basicamente a dos factores que descolocaron a sus admiradores, uno estético y otro temático, que engarzan -y quizá explican- con ese parón que sufrió su carrera posterior.

El estético fue señalado ya en tiempo de su estreno. Simplemente, Kar-Wai llevó a su conclusión lógica los elementos de estilo que había estado cultivando durante esa década prodigiosa, para encontrar que había llegado a un callejón sin salida. Esa imposibilidad de continuar por el camino que él mismo había abierto provoca que 2046 sea, a un tiempo, cumbre y fracaso. Por ponerles un ejemplo- que pueden ver en las capturas que abren esta entrada - Kar-Wai, de manera paulatina, había ido negando en sus filmes el amplio espacio que ofrecen los formatos cinematográficos apaisados, para plasmar por el contrario ambientes angostos y claustrofóbicos. En sus encuadres los personajes son arrinconados a una región periférico del plano, bien su visión es interrumpida por otros personajes o elementos del decorado, o bien se les niega la tridiminensionalidad, como si fueran bordados sobre un tapiz.
 
Añádese a eso dislocaciones frecuentes de la lógica visual -como personajes que en sus encuadres no están mirando hacia donde donde se supone debería estar su interlocutor-, así como continuas rupturas del eje y se se tendrá una idea de cómo Kar-Wai estaba desmontando la gramática del cine, tornando manifiestas las contradicciones internas de lo que no era, si se piensa bien, más que una serie de convenciones aceptadas tácitamente por todos. Una labor donde, como les ocurrió a las vanguardias modernas, muertas sin remedio hacia 1980, se acaba por topar con muros infranqueables, que aunque se derribasen no descubrirían nuevos territorios que cartografíar. ¿Esfuerzo suicida? En gran medida, como vino a demostrar el azoramiento de los críticos ante 2046, pero que entronca muy bien con ese otro factor de confusión: el temático.

La cuestión es que si In the Mood of Love era una representación destilada del sentimiento amoroso, auténtico ensueño a pesar de su final amargo, el tono que domina en 2046 es el cinismo. Su argumento, muy resumido, es el de un hombre quien, tras un desengaño amoroso, busca resarcirse, saciar su ansia de venganza, en multitud de aventuras fugaces, al tiempo que escribe un relato de ciencia ficción -el 2046 del título-, en donde las mujeres quedan reducidas a androides sin alma, incapaces de sentir y expresar sentimientos humanos. Visión desengañada, pesimista y desesperada, que la película plasma a través de un punto de vista inflexible -el de ese mismo hombre, tornado en narrador único-,. que es simultáneamente negado. De cuando en cuando, seremos testigos de escenas que el narrador no puede haber presenciado -ni mucho menos conocido-, donde esas mujeres tan duras y despiadadas, se muestran dulces y sentimentales. Capaces de haberle ofrecido ese amor que tanto ansía, pero que él mismo se negó a disfrutar.

¿Qué es entonces 2046? O mejor dicho, ¿qué importancia tiene? Sólo por su audacia, por su esfuerzo en hacer avanzar el estilo de Kar-Wai -aunque esto desemboque en un callejón sin salida- merece ya la pena. Incluso su cinismo, tan turbador cuando se viene de In the Mood of Love, no es injustificado, se podría decir incluso, tras haberla meditado y sopesado, que es más realista, más veraz, que la fantasía idealizada de su hermana mayor. Más cercana, por tanto, a nuestra experiencia cotidiana, tan abundante en mezquindades, en venganzas inútiles, cometidas por nosotros mismos contra personas inocentes.

Porque no podemos alcanzar a aquéllos, aquéllas, que nos hicieron el daño que nos tortura.

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