domingo, 9 de febrero de 2020

Del cómic a la pantalla (y III)























Les 12 Travaux D'Asterix (los doce trabajos de Asterix, 1976) es la última de las películas "clásicas" de Asterix. Última -y clásica- tanto por haberse rodado antes de la muerte del guionista Goscinny como por haber contando con la colaboración directa de ambos creadores originales en su producción, el citado Goscinny y el dibujante Uderzo. Una colaboración tan estrecha y profunda que en los títulos de crédito aparecen como directores, guionistas y, en el caso de Uderzo, como dibujantes Es obvio que, viniendo de otro arte distinto, contaron con un amplio equipo que permitiera la traducción al formato animando, pero no es menos cierto que Les 12 Travaux D'Asterix se consideraron desde su estreno como "otro" album canónico de la colección, aunque hubiera que ir a "leerlo" a las salas de cine.

Para justificar esta consideración, basta considerar que, al contrario que Asterix et Cléopatre (Asterix y Cleopatra, 1968), esta película no se propone adaptar un álbum ya existente, sino que crea una historia completamente nueva. Como es obvio, al tener al frente al guionista original, Goscinny, la historia no se limita a extraer los tópicos más reconocibles y famosos de los cómics de Asterix, sino que crea otros nuevos. Esa reutilización  de lo ya archisabido lastra, por ejemplo, los films de acción real y, en general, todos los albunes post-Goscinny, faltos de chispa e inventiva.  De la retranca inimitable de un observador agudo de las miserias humanas, capaz de hacer que nos ríamos a mandíbula batiente de nuestras propias flaquezas y obcecaciones.
 
Sin embargo, el acierto de Les 12 Travaux D'Asterix no se limita a ampliar el universo Asterix, como se dice ahora, manteniendo el mismo espíritu en situaciones distintas. Algunas de los episodios que se incluyen están tan logrados que han pasado a formar parte del canon de los más queridos por parte del aficionado. El mejor, con diferencia, es cuando Asterix y Obelix, los dos galos protagonistas, se ven atrapados en un edificio gobernado por las leyes de la burocracia y el funcionariado, diseñadas con el propósito de que ninguna gestión llegue a buen término. Como en tantas otras ocasiones, Goscinny sabe jugar al anacronismo para realizar esa crítica de las constumbres en la que era tan ducho. No obstante, no hay que pensar que las otras historias sean mediocres, cualquier fan recordara la muy psicalíptica escena de la isla de las delicias -con número  de samba incluido- o la hilarante pelea con el germano judoka.

La escena de la isla de las delicias, por otra parte, nos remite a otro aspecto en el que Goscinny era una maestro: la ironía autoreferencial, Si el mundo de Asterix era bastante aséptico, salvo contadas excepciones, en los aspectos eróticos, esa escena entera es un guiño al espectador que resulta difícil de comprender como se coló en una película para niños, a menos que el prestigio y la fama de Asterix y sus creadores sirvieran de escudo. Fama y prestigio de la que el propio Goscinny no tiene reparos en burlarse, puesto que en las primeras escenas, copia literal de las portadillas del cómic, el narrador pregunta directamente a la audiencia si puede prescindir de presentaciones, para recibir un no rotundo como respuesta por parte de los espectadores, para quienes Asterix y Obelix son unos completos desconocidos. 

No será la última vez que narrador y personajes sean conscientes de estar en una ficción dibujada. De hecho, en el penúltimo gag se señala precisamente que, al ser un film animado, todo está permitido, circunstancia que Obelix aprovecha para cumplir cierto deseo reprimido. No obstante, no hay que pensar que esta consciencia de su artificialidad está restringida al guión. De forma más sutil se extiende también a los aspectos visuales. Por ejemplo, en la película se han llevado al extremo las capacidades de la técnica de xerografía, que permitía trasladar los diseños originales del dibujante original a los acetatos finales, sin que otra persona diferente tuviera que encargarse de copiarlos. Se conservaban así las idiosincrasias, incluso las torpezas, del trazo del dibujante original. En este caso, hasta como el trazo del lápiz, su manchado, depende de las irregularidades del papel, de forma que queda interrumpido en algunos puntos. El resultado es que la personalidad y energía de Uderzo, dominante en los albunes, se traslada por entero al film, aumentando su encanto.

Sin embargo, no hay que pensar que esta fidelidad al cómic se queda en respetar los diseños de Uderzo. Lo importante y mucho más difícil es que la animación consigue que los personajes se muevan y actúen como intuiríamos que lo harían, basados en las viñetas del cómic. No hay discordancia entre lo visto y lo imaginado, de los estático a lo dinámico, un acierto en la traducción de la viñeta a la pantalla que se extiende a las escenas paradigmáticas de Astérix: los frecuentes combates con los romanos y otros enemigos varios, que conservan tanto su expresividad y entusiasmo contagioso como su vis comica. Ése atizarse de tortas como resolución de cualquier problema, tan distinto al legalismo y seriedad de la civilización romana, pero tan propio de bárbaros anárquicos, tumultuoso y revoltosos.

En resumen, quizás la mejor adaptación animada del espíritu de los cómics de Asterix, con el permiso de Asterix et Cléopatre.

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