jueves, 8 de septiembre de 2005

En soledad

Nuestra sociedad, esa sociedad que creemos perfecta y completa sólo porque tolera nuestros vicios y ríe nuestras payasadas, ha convertido en un ídolo, en un ideal lo que llaman la soledad.

La soledad.

Cada vez más personas dicen preferir vivir solas, amar la independencia, no tener que servir a nadie.

Llevar una vida plena y libre, entregados a sus intereses, dictándose ellos mismos el camino.

Rodeados de gente a la que quieren y que les quiere. Borrachos de humanidad. En un verano eterno.

¿Hablamos de lo mismo?

Eso de lo que presumen tantos ahora no es la soledad. No es estar solo salir todas las noches de marcha, disfrutar de cuantas amantes se te antoje, llenar los tiempos vacíos con películas, con discos, con libros, con la Internet

Eso es vivir acompañado, con todas sus ventajas y ninguno de sus inconvenientes.

Eso no es la soledad.

Los solitarios, los auténticos solitarios lo sabemos.

Porque la soledad, vivir en soledad, significa preferir ésta al contacto con la gente, evitar el contacto con alguien simplemente porque ése día no quieres ver a nadie, arriesgarse a no volver a verla por el desprecio que le has hecho.

Sin poder contar a esa persona - quien podría creerte - que no lo haces porque le odies, porque odies al mundo, sino simplemente porque no te sientes a gusto entre tus semejantes, porque no sabes comportante cuando estás con ellos, porque no sabes expresar lo que sientes, ni nunca podrás decírtelo.

Porque sólo puedes contártelo a ti mismo, a solas.

Porque sabes que estás aparte. Que tu camino no se cruza con el del resto. Que nunca se cruzará. Que de hecho no quieres que se cruze.

Sentir dolor, al mismo tiempo. Experimentar el absurdo de amar la soledad y de sufrir por estarlo. Porque observas desde tu silla al borde del camino, espectador que nunca participa, que desconoce las reglas del juego y ya no sabe como aprenderlas, el modo en que los demás van envejeciendo, la manera en que, a lo largo de ese camino, van consiguiendo aquello que tú anhelas. Un amor. Hijos. Serenidad. Cariño, en definitiva. Alguien que les saluda al llegar a casa. Algo de Felicidad, aunque sea minima.

Perder una tras otra a las personas que has amado. Saber que es culpa tuya, que nadie puede vivir contigo, porque nadie puede vivir en un glaciar, nadie puede esperar eternamente a que te descongeles, a que los bosques cubran las laderas, a que la vida ascienda a las montañas. Entre otras cosas porque tú subirás más alto, rehuyendo el contacto.

Vivir entre las ruinas de tus sueños. Saber desde el principio que nunca debiste permitirte soñarlos. Descubrir que has malgastado tu vida persiguiendo fantasmas, enamorado de ellos, fascinado por ellos, y que ahora como los libros antiquísimos, se deshacen en polvo entre tus dedos.

Desear la muerte, en definitiva. Ansiar que un día te vayas a acostar y no vuelvas a despertarte.

Saber que tampoco eso te será concedido.

3 comentarios:

UnaExcusa dijo...

Hay de muchas clases.
La impuesta, la elegida. La solicitada, la desesperada, la irritable.

No es difícil creer lo que se explica. Y nadie dijo que la palabra hablada fuera el único medio de comunicación posible.

Pero no sé aún si hablas de soledad o hablas de miedo.

David Flórez dijo...

Por responder algo, hablo de incapacidad de comunicarse.... y sobre todo de como, al cabo de mucho tiempo de vivir, uno acaba por darse cuenta de que el problema no está en los demás, sino en sí mismo...

...pero también son palabras escritas en un momento determinado, que quizás ahora no comparta plenamente...

UnaExcusa dijo...

Parecía permanente.
Depende de qué problema.