miércoles, 7 de septiembre de 2005

Reading Whitman (y 4)

The love of the body of man or woman balks account, the body itself balks account
That of the male is perfect, that of the female is perfect.


Nuestro mundo, esa sociedad que consideramos como la mejor de las posibles, aunque aparentemos rebelarnos contra ella, ese mundo coloca todo en cajitas, clasifica y encasilla a los seres humanos, independientemente de los deseos de cada individuo.

No hay mejor ejemplo que el sexual. En este campo, en esta sociedad, en este momento, no puede haber grises. Todo tiene que ser blanco o negro. Normal o anormal. Fortalecido por el poder aplastante e intolerante de la mayoria o atrincherado tras la consciencia orgullosa y suicida del Ghetto.

De esta forma cualquier relación profunda tiene que acabar necesariamente en la cama, es más se fuerza a que acabe allí, especialmente si se trata de personas del mismo sexo.

O eso o la renuncia a esa relación especial.

Como puede ser también el caso de la apreciación del cuerpo humano. Ahora, en estos tiempos de supuesto libertad, cualquier representación del cuerpo tiene que ser obligatoriamente sexual. Cualquier imagen del ser humano desnudo, tiene que provocar obligatoriamente la erección o el deseo de ser penetrado, la reacción impuesta por la elección sexual.

Por tanto los hombres que se consideran hombres sólo pueden considerar bello el cuerpo femenino, nunca el masculino, so pena de formar parte del "otro", so pena de cruzar una frontera sin retorno, pues ya se sabe, todos los popes y pensadores lo proclaman, que la elección sexual es definitiva, no permite la marcha atrás.

Ideas extrañas.

No. Ideas extrañas las mías.

Educado en un ambiente que practicaba el nudismo, que animaba a admirar el propio cuerpo y el de los demás, educado más tarde en la escultura y la pintura del pasado, también tan centrada en la loa de la carne y la piel, la visión de los cuerpos desnudos no provoca en mí ninguna reacción, a menos que así lo desee yo.

Ninguna reacción que no sea la de apreciar su belleza, al igual que admiro los cielos esmaltados con las nubes o el entramado de las ramas de los árboles.

La misma tristeza y alegría que provoca la observación de la belleza. De la belleza desnuda, sin afeites ni oropeles, desconocedora de su gloria, plena en su fragilidad.

Enfrentada al miedo con que aún observamos el cuerpo, nuestro cuerpo, que aún consideramos como fuente del pecado y de la disolución.



Have you ever loved the body of a woman?
Have you ever loved the body of a man?
Do you not see hat these are exactly the same to all in all nations and times all over the earth.


Por ello, cuando visito el Museo del Prado, siempre dedico algún tiempo, aunque sean unos minutos a visitar la sección de escultura.

Y me quedo mirando, en la rotonda, el busto de Antinoo.

Debe ser un extraño espectáculo, menos ahora que have unos años, el de un hombre no tan joven observando con ojos arrebatados el busto de un joven.

Casi puedo imaginar los comentarios.

Pero pocos pueden sospechar lo que pienso. El ver reflejado allí la gloria de la juventud. La belleza, el vigor, la fuerza, la serenidad que me hubiera gustado a mi tener cuando joven y no el cuerpo, débil, apocado, siempre cansado que heredé de mis padre.

El cuerpo que me gustaría ver cuando me ducho, reflejado en el espejo, y no el mío.

Pero miro al otro extremo de la sala. Y descubro a Adriano, separado eternamente de Antinoo, sin poder alcanzarle, mirándo a quien fuera su amante. Y extrañamente puedo entender su deseo. La aspiración por alcanzar la perfección, aunque sea en otro. La melancolía que produce ver la belleza. La desolación que trae a un mundo donde no debería estar, pues vivimos en el infierno y no en el paraíso.

Marcho entonces a una sala cercana.

Allí en la onbscuridad, iluminada a la perefección. Sóla, puesto que aunque esté rodeada de otras estatuas, su perfección las aplasta, está la Venus de Ammanati.

Ensimismada. Sin prestar atención a los mortales. Desnuda, pero segura de sí misma, puesto que su propia perfección la protege, como un escudo que nos impide acercarnos.

Un sueño, una aparición. Lo inalcanzable. Lo imposible.

No es real, así lo dice el verde del bronce. No es real, pero su piel es tan suave como la de una mujer de las caminan a mi lado, de las que se detienen un instante y vuelven a marcharse. No es real, pero tengo la impresión de que el metal hecho carne cedería a mi presión si lo tocara.

No es real, puesto que como todas las estatuas no tiene mirada, pero bajo su piel se tensan los músculos y su movimiento eternamente detenido parece ir a reanudarse en cualquier instante.


Entonces entiendo porque Pigmalion se enamoro de Galatea, aunque fuera una estatua fría e inerte.

Entonces lamento que ya no existan los dioses que puedan conceder esos deseos.


If anything is sacred the human body is sacred.

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