Como todos los domingos, continúo mi con revisión semanal de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno a The End of the World in Four Seasons, corto realizado en 1995 por el animador holandés Paul Driesen.
Driesen es una de las grandes personalidades de la animación de las últimas décadas. Su estilo se caracteriza por un dibujo en aparencia descuidado e inestable, pero que le permite una gran expresividad y, sobre todo, metamorfosear sus figuras de forma continua e impredecible. Este último aspecto tiene gran importancia en su obra, ya que una de sus obsesiones desde sus primeros cortos, es la mezcla de varias acciones en paralelo, que se van enredando e influyendo entre sí, sin lógica ni reglas aparentes, pero que consiguen crear un mundo de gran riqueza, a veces críptico, simple ejercicio formal, a veces de especial resonancia y profundidad.
Una de las variantes que este autor utiliza para conseguir esa estratificación temática a la que hacía referencia, es la de partir la pantalla en varias regiones, cada una con su acción propia e independiente. Driesen subraya así la simultaneidad de estos hilos temáticos y su aparente aislamiento, que es roto de forma elegante, y aún así sorprendente, bien mediante giros de cámara que nos hacen darnos cuenta de que estamos contemplando el mismo paisaje, bien haciendo cruzar a sus personajes de un área a otra como si los límites entre ellas no existieran, bien provocando que una acción en un recuadro tenga consecuencias inesperadas, frecuentemente catastróficas, en la otra.
The End of the World in Four Seasons lleva esta investigación formal de Driesen casi hasta sus límites. La pantalla se divide en nueve regiones, de manera que resulta imposible estar atento a lo que sucede en cada una, ni siquiera saltando periódicamente entre ellas. A la confusión inicial sucede una cierta tranquilidad, ya que aparentemente la mayoría de los recuadros sólo contienen un bucle animado continuamente repetido, lo que permitiría fijarse solamente en las acciones que realmente son activas. Esta reducción de las posibilidades es una trampa preparada por Driesen, que ira provocando pequeños cambios en los cuadros que no estamos mirando - o distraerá nuestra atención de lo realmente importante -, los cuales iniciarán una reacción en cadena que dará al traste con todas ellas - el fin del mundo al que hace referencia el título - sin que seamos conscientes hasta el último instante.
El corto puede verse así como un simple experimento formal por parte del animador, que como malabarista experto intenta comprobar cuantas acciones separadas puede mantener en marcha al mismo tiempo, al mismo tiempo que mantiene una unidad entre todas y todo ello sin perder la atención del espectador. Tal estrategia no es nueva en la animación - el polaco Zbiginiew Rybczynski la llevó casi a sus últimos extremos ya en los años 80 - pero Driesen introduce en ellas fuertes dosis de humor negro y un claro pesimismo, característico de su personalidad artística. Para el animador holandés, nuestra vida no es más que un continuo repetir de conductas absurdas - que sin embargo consideramos esenciales e irrenunciables -, que equivocadamente suponemos aisladas del contexto, pero de cuya interacción con otros círculos viciosos se deriva la chispa que ocasionara nuestra caída y destrucción, sin que lleguemos a entender sus razones y motivos - y por tanto, sin que podamos anticiparlos y evitarlos -, entre otras cosas porque no los hay.
Como todos los domingos, no les entretengo más y les dejo aquí el corto. Tomen un cuaderno de notas, véanlo varias veces e intenten construirse un mapa temporal de lo que está ocurriendo. Y si no, limítense a disfrutarlo, que están en manos de uno de los grandes maestros de esta forma.
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