Como todos los domingos, continúo con mi revisión de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno de Superflat Monogram, corto publicitario realizado en 2003 por el artista postmoderno Murakami Takashi, con la dirección de Hosoda Mamoru, para la empresa Louis Vuitton.
Dejando a un lado la calidad, o no, del corto, en esta obra se cruzan tres problemas artísticos contemporáneos. El primero es que Murakami es un artista plástico postmoderno. Su obra se caracteriza por haber asumido, con todas las consecuencias, el rasgo característico de nuestras sociedades postindustriales: la superficialidad. No voy a entrar en si esto es bueno o malo, creo que ya conocen mi opinión, pero también creo que no les sorprenderá, si les digo que nuestra cultura contemporánea se fundamenta en el uso a escala masiva de la banalidad. Mejor dicho, en manejar sin ambages una contradicción de resolución imposible, aquélla consistente en comprometerse con todas las causas sin herir ni ofender a nadie, ni siquiera a los que se sabe culpables del problema por el que se finge combatir.
Así, el arte de Murakami no es otra cosa que la translación, al mundo de la alta cultura, de un fenómeno típicamente japones: la obsesión con lo que ellos llaman kawai, y que en nuestra lengua se podría traducir por mono, incluso ñoño. Se trata de figuras y representaciones de rasgos infantiles, pequeñas y regordetas, omnipresentes e insoslayables, que remiten a una inocencia intranscendente, inmadura e irresponsable. A un paraíso de imágenes bonitas y apaciguadoras, donde reían felicidad y alegría eterna, aunque sea al precio de extinguir todo pensamiento, toda crítica y toda individualidad. Sin embargo, no tomen esto último como una crítica a Murakami, sino más bien a la sociedad que lo alberga, la nuestra. Este artista puede estar jugando el papel del espejo de Stendhal, aunque su crítica se ejerza de forma inconsciente.
En segundo lugar este corto pertenece a esa categoría que se llama cine industrial, un apelativo menos agrio, más reposado, que hablar de publicidad o propaganda. Es decir, de un cine o una animación que se pliega a los deseos de un comitente y que embute su creatividad en el angosto espacio destinado a vender un producto, sea material o ideológico. Sin embargo, no hay que olvidar dos cosas. Por un lado, que hasta el romanticismo todo arte era propagandístico, puesto que, o bien se expresaban con él los mandatos de la iglesia, o bien se se ensalzaba la gloria de reyes y potentados. Por otra parte, la publicidad en el caso de Superflat Monogram es muy leve, apenas la inclusión, aquí y allá, del logo de la empresa anunciada. El corto podría funcionar perfectamente, como de hecho lo hace, si se quitasen esos añadidos, que en muchas ocasiones resultan invisibles. No supone, por tanto, una cortapisa a la creatividad, al igual que, salvando las distancias, la inclusión del logo de la GPO (General Post Office) Británica no comprometía la integridad de los cortos abstractos de Len Lye.
Finalmente, Superflat Monogram constituye un buen ejemplo de los muchos beneficios que el ordenador ha traído a la animación 2D. Sí, sé que me quejo mucho de los CGIs y las 3D, pero es innegable que estas nuevas herramientas han permitido conseguir lo imposible en animación, y además hacerlo de una manera que esté al alcance de casi cualquiera, es decir, sin excesivas inversiones en dinero y tiempo. Aún más importante, sin poner en peligro la creatividad y la personalidad del animador. Algo que sí ocurre en la 3D norteamericana, pero de lo que, por fortuna, el anime japonés se ha librado o al menos se está librando hasta ahora, y que es patente en este corto. Porque en él, desde el primer momento, es reconocible con claridad el estilo de dibujo de Hosoda, incluso sus manierismos. Es más, se podría decir que su desarrollo narrativo pertenece al universo de este autor, esos muchos mundos paralelos entre los que se transitan sus personajes.
No les entretengo más. Como siempre, les dejo aquí el corto. Una obra valiosa, pero no por su calidad intrínseca, ya que no deja de ser una anécdota. Lo importante en este caso es que permite meditar sobre el arte y la cultura contemporáneas, además de las formas en que elegimos expresarlas, ya sean correctas o equivocadas
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