sábado, 30 de septiembre de 2017

Cuando se deja de pertenecer... (y I)

Si siguen este blog, sabrán que a principios de este año estuve a punto de fallecer. No acabo aún de hacerme a la idea, aunque de vez en cuando rememoró los acontecimientos, con la misma sensación de incredulidad de entonces. Tampoco he sacado en claro ninguna lección vital, mucho menos una revelación de esas que cambian la existencia, salvo hallarme más escéptico ante el mundo, más desanimado, desesperanzado y desapegado. Como si ya nada pudiera llenarme o satisfacerme, ni siquiera lo que creía amar con locura. Como si nada valiera el esfuerzo de intentarlo, mucho menos de realizarlo. Negros pensamientos a los que no es ajeno el que en este año haya llegado a  los cincuenta, edad en la que se tiende a hacer balance de logros y fracasos, de ganancias y pérdidas. En mi caso, poco de lo positivo, demasiado de lo negativo.

El caso es que, a medida que me recuperaba, que iba descubriendo con sorpresa que lo que veía y leía  lo interpretaba de manera distinta al antes de, empecé a concebir la idea de escribir una serie de entradas retrospectivas. Un ajuste de cuentas con lo que fui y soy, ese balance que les señalaba antes. Ya sé que hablar de uno mismo es un veneno para todo blog, pero como estas anotaciones mías han sido erráticas y nunca se han especializado en un tema concreto, poco importa que vuelva a dar un quiebro. Al fin y al cabo, nunca he conseguido granjearme un público, de manera que tengo la impresión de hablar en una habitación vacía. A solas y sin nadie, confesándome mis propios pensamientos, como si no los conociera ya.

Me disperso. La idea de esta serie surgió de la lectura de este artículo en la revista hyperbole, publicación en la que he encontrado - y disfrutado - auténticas joyas. En él, se señalaba que la música clásica ya no nos sirve, porque no nos acompaña. Mejor dicho, el modo en que escuchamos la música clásica, sea en la sala de conciertos o en el salón de conciertos, es siempre a solas, aislados e inermes, sin capacidad de reacción, mucho menos de repulsa, ante lo que el compositor - o sus interpretes - quieran contarnos, casi imponernos. Por el contrario, la experiencia moderna de la música es comunitaria. Se va con otros amigos a un concierto o a bailar, de manera que la música no pasa de ser un mero catalizador. De la vida y el gozo.


Como pueden imaginar, me sentí entristecido. Primero, por que nuestras maneras de experimentar la música, la mía y la del articulista, eran completamente opuestas. Irreconciliables, puesto que ninguno podría explicar su modo de sentir, ni mucho menos entender el del otro. Para mí era obvio, de siempre y espero que para siempre, que la música era un diálogo con un compositor, en busca de resonancias sentimentales, de auténticos momentos de iluminación, cuya belleza, en demasiadas ocasiones, era incluso dolorosa. Para el escritor del texto, ése era precisamente el problema, ése era el motivo concreto que le impedía apreciar, llegar y que le llegasen, esas músicas pasadas. Porque de ellas, por ellas, estaba desprovista la alegría, la ligereza y la fiesta.
  
Segundo, porque esa dinámica de tiempo presente/tiempo pasado, me colocaba a mí entre los antiguos, entre los caducos. En esa zona en la que se entra sin saberlo pasada cierta edad y en la que, poco a poco, nos instan a desaparecer. A convertirnos en el abuelo desmemoriado, repetidor de las mismas anécdotas archisabidas, a quien se le puede dejar olvidado en cualquier parte, sin que importe mucho. Así, a mi experiencia reciente de la desaparición física, se unía la de la lenta decadencia, la consciencia creciente de estar dejando de pertenecer este mundo. De descubrir, en definitiva, que ya no se entiende su funcionamiento, que no puedes amar y entusiasmarte por lo que ves, que eso sólo se haya ya en el pasado. En la revisión constante de los recuerdos, cada vez más ajados y desvanecidos. Inalcanzables y mentirosos.

Había algo peor, sin embargo. Mucho más turbador. Esas opiniones que leía en ese artículo no eran nuevas. Las había escuchado mucho antes, cuando yo era joven, precisamente cuando me aficioné a la música clásica. Fue en 1980, en primero de BUP, curso en el que se impartía la historia de la música. El profesor que nos daba la clase era músico el mismo, así que aderezaba las explicaciones con selecciones de su amplia colección de LPs. Por alguna razón, esas audiciones me fascinaron, y no meramente Mozart y Bethooven, o los muchos compositores del XIX, o el inmenso monumento que es Bach. A mí me gustaba todo, absolutamente, del canto gregoriano a la vanguardia más radical e incompresible.

Pero era sólo yo. Mis compañeros, como el articulista, alegaban que no la sentían. Mejor dicho, que no la sentían cercana. Aquella música pertenecía a siglos con los que la cultura presente, su experiencia vital, sus anhelos y ansías, no tenían ya relación alguna, o bien se adentraba en laberintos en los que ellos, mis amigos, no querían perderse.  Por inútiles, porque les apartaban de los demás y de su compañía. De la vida y el goce. De ser, en definitiva

Y tenían razón, porque para mí, pobre aficionado que cree ser un melómano, mi afición por la música clásica sólo me llevó a la soledad. Mejor dicho, se convirtió en uno de los modos en que los se expresan mi soledad, mi aislamiento, mi misantropía. Mi miedo ante mis semejantes . Porque la concebí equivocadamente no como puerta y salida al mundo, sino como refugio y asilo, como escondrijo donde lamerme y restañar mis heridas.

Como si ella fuera a protegerme y consolarme. Como si pudiera amarme.


8 comentarios:

Riberaine dijo...

Al margen de que exista algo más allá de la muerte,está demostrado que las personas creyentes afrontan mejor la existencia ,tienen más paz.
Y le dan un sentido na su vida ,síntesis falta todo eso igual no es el mundo el que es así ,sino tu mismo.

David Flórez dijo...

Ya, la religión. Aunque entiendo ese modo de pensar y la paz que trae, desgraciadamente no es el mío. Hace ya muchos años, un cuarto de siglo, que precisamente encontré la paz en el atéismo. O al menos la posibilidad de no estar preocupándome continuamente por si existía un ser más allá y qué es lo que querría de nosotros.
Así que, al menos en ese aspecto, si encontré un descanso y tranquilidad, al no verme obligado a referirme a otros. Porque mi problema de fondo es otros. Mi absoluta y completa incapacidad para salir de mí mismo y encontrarme en los demás. Carencia que arrastro desde que era un adolescente y se constituyó mi personalidad, allá cuando tenía dieciséis años.

Riberaine dijo...

Bueno no entiendas mi idea de Religión en cuanto a Cristianismo ,para empezar no creo en ningún Dios que sea la causa de nuestros problemas .
La responsabilidad de nuestras vidas es nuestra ,creo más bien que el mundo funciona en base a unas ciertas leyes ,y las conozcamos o no eso no nos exime de su cumplimiento.
La libertad para elegir está ahí pero al final si elegimos mal después lo pagamos.
Si elegimos por ejemplo fumar ,a quién le echamos la culpa de generar una enfermedad?
Todo este rollo para decirte que tu eres el responsable de todo lo que te sucede y a partir de ahí sí quieres cambiarlo puedes hacerlo o intentarlo al menos .
Las relaciones con los demás se pueden mejorar ToDo se puede mejorar
Ser ateo no me parece bueno ,pues es como decir No creo en nada más que lo físico y esto es lo que hay ,con lo cual me quedo muy tranquilo eso es verdad ,pero ya no sigo buscando otros recursos ,y esa tranquilidad es una tranquilidad una comodidad nada saludable.
Desde mi punto de vista,eso si

David Flórez dijo...

Por cerrar este tema, ya que no creo que ninguno vaya a convencer al otro.

Debe ser una cuestión de punto de vista, pero no necesito ni un Dios personal, ni una espiritualidad difusa. El uno porque siempre termina siendo una fuente de mandatos, el otro porque se torna inasible e indefinible. En ese sentido ninguno de esos extremos, ni de sus intermedios, me satisface. Veo en ellos un reflejo de nosotros mismos, un ansia por orden y finalidad que no creo inscrito, mucho menos creado, en la naturaleza, aunque ésta esté sujeta a leyes.

Tampoco me gusta nada eso concepción de que ir contra una supuestas reglas, naturales o humanas, supone un castigo. O que haya que definir todo en términos de ganadores o perdedores. Eso nos llevaría a concluir que la víctima de un accidente es responsable de su desgracia, que puede o no puede ser cierto, o que quien se contagia de una enfermedad debe pagar por sus faltas. Algo que es incluso peor en el caso de la enfermedad mental, sea heredada o sobrevenida.

En mi opiníón, a pesar de los muchos planes que podamos concebir e intentar realizar, el azar siempre está ahí, acechándonos. De su presencia o ausencia, que poco tiene que ver con nuestras intenciones y propósitos, depende en buena parte el éxito o el fracaso, sin que en demasiadas ocasiones se nos pueda echar la culpa de lo que nos ocurre. Ni a nosotros, ni a nadie.

O como decía mi amado Whitman: Battles are lost with the same spirit they are won.

Riberaine dijo...

Bueno si quieres crear este tema yo no tengo más que decir .,No sé si convencer,bueno solo estamos hablando y por hablar tampoco pasa nada .
A mi si me gusta escuchar a la gente y de lo que escucho cojo lo que me interesa.
Por supuesto que el azar influye a veces lo es todo.

David Flórez dijo...

No es que no quiera hablar, es que esta conversación, sobre la religión y su utilidad, la he tenido muchas veces, sin que lleve a resultado alguno. Por eso prefiero no eternizarla.

El antipático dijo...

Buenas, soy el autor de aquel artículo. Lo que pretendí fue describir mi experiencia de quiero-y-no-puedo con la música clásica como algo bastante común, pero en absoluto universal. Quiero decir que creo que eso es lo que nos pasa con aquel tesoro, que sentimos acercarnos a él a solas, pero hay mucha gente, como tú, que precisamente lo disfruta a solas. No sólo tú, también mi mujer, por ejemplo. Yo no soy capaz, pero muchas personas sí lo son, y lo único que las recomiendo es que traten de formar parte de grupos de aficionados mayores, que compartan su pasión. Desde luego, durante centurias ha existido un auténtico culto de Bach, Beethoven o Mozart, no se podrían quejar de falta de merecida gloria (mucho más que en vida, en realidad). Pero las actuales condiciones del mercado musical les han postergado. Sin embargo, sois muchos los que les echáis de menos, por decirlo así. Pues ese es mi consejo: melómanos del mundo, uníos...

Y gracias por leer aquella efusión tonta.

David Flórez dijo...

Gracias por el comentario y leer estas divagaciones demasiado personales. No había ninguna animosidad, espero que eso quedase claro, sino la constatación de una divisoria, que además no era reciente, sino que se remontaba a mi juventud, demasiado lejana ya. Tiempo en el que me dio por oír música distinta a la que escuchaban mis amigos.