sábado, 19 de agosto de 2017

Los límites

Resulto, sin embargo, que en nuestro caso aquel emisor desconocido había cometido un terrible faux pas, pues había enviado su misiva, un larguísimo mensaje grabado  en casi un kilómetro de cinta registradora, sin introducción, gramática, ni lexicón. Cuando me enteré de aquello, lo primero que me pasó por la cabeza fue que en realidad aquel mensaje no estaba destinado a nosotros, y habíamos dado con él por pura casualidad, tal vez sólo porque estábamos situados en la línea de transmisión entre dos civilizaciones que habían establecido ya un diálogo previo. También cabía la posibilidad de que sus destinatarios fueran todas las civilizaciones que, alcanzado un cierto "nivel de conocimiento", fueran capaces de tanto de localizar la difícilmente detectable señal como de descodificar su significado. La primera eventualidad, la de una detección fortuita, eliminaba el problema de "no haber respetado las reglas". En cambio en la segunda, el problema en cuestión adquiría una dimensión nueva y en cierta manera enriquecida: la información (según imaginaba yo) había sido protegida contra los posibles receptores "no deseados".

La voz del amo, Stanislaw Lem

En otra entrada anterior ya había compartido mis impresiones sobre esta novela de Stanislaw Lem. He podido leerla ahora en castellano, gracias a la editorial Impedimenta, y mi admiración por este escritor se ha visto reforzada. Sigue siendo, por tanto, uno de mis autores favoritos.

No porque sea un autor redondo, ni mucho menos perfecto. Sus personajes suelen ser meros vehículos para sus historias y disquisiciones filosóficas, en demasiadas ocasiones reducidos a simples etiquetas. No obstante, en compensación, las descripciones de los ambientes futuros en los que se desarrollan sus novelas son realmente magistrales. De las de estar presenciando lo que se nos cuenta, aunque normalmente sea incomprensible de lo ajenos que son esos otros mundos a nuestra experiencia. Extrañeza irreductible que es la puerta de entrada a la auténtica importancia de las novelas de Lem: obras donde se transciende la ciencia- ficción. No estamos en el ámbito de la novela de aventuras, o rosa o melodramática, con un leve barniz de técnica futurista. Ni siquiera en el de la obra de divulgación-anticipación, a lo Verne, que busca adivinar lo que nos deparará el futuro y mostrarlo de manera racional, alcanzable en un futuro cercano. La obra de Lem, por el contrario, pone en tela de juicio todo lo que conocemos. Tanto, en modo menor, nuestras expectativas ante la ciencia ficción, como, en modo mayor, los fundamentos que suponemos sólidos e inmutables a la ciencia.




Se podría considerar La voz del amo como la novela de ciencia-ficción más radical del escritor polaco, junto con Fiasco. De ciencia ficción, repito, porque obras como Vacío Perfecto son experimentos literarios, que ya pertenecen a otras categorías y géneros muy distintos. La radicalidad de esta novela que les comento hoy se debe a que Lem lleva hasta el absurdo lógico las normas y clichés del genero, hasta que éste acaba por desmoronarse víctima del mismo rigor implacable que se le ha aplicado.

En concreto, el tema del contacto con civilizaciones extraterrestes, que no por casualidad es también el tema de Fiasco y Solaris. En  La voz del amo, sin embargo, ese contacto se produce de una manera cotidiana, casi intrascendente, a pesar de su importancia. En medio del ruido de la radiación electromagnética, la humanidad encuentra por casualidad un mensaje emitido por otra civilización. Por primera vez, se tiene la certeza de que no estamos solos, que hay otros seres inteligentes en el universo a parte de nosotros y que podemos comunicarnos con ellos. Si sólo fuéramos capaces de descifrar el mensaje.

Ese "si" se convierte en el punto focal de la narración, el sello que al ser roto nos franquearía el paso a todo un nuevo mundo de posibilidades, impredecibles, esperanzadoras, emocionantes, definitivas. Pero antes de poder abrir la cerradura y franquear la puerta, se nos interponen todo tipo de impedimentos. De hecho, cuantos más estudian el mensaje los científicos del proyecto "La voz del amo" - de ahí el nombre de la novela -, es tanto más claro que desconocen si de verdad si hay una cerradura, una llave, incluso una puerta. Si las hay, se las ocultan no otra cosa que nuestros propios mecanismos mentales. El modo en que pensamos  y razonamos, el modo en que hemos construido nuestra física y nuestra matemática. Todo lo que consideramos racional y científico, civilizado y avanzado, y que inconscientemente proyectamos sobre ese otro desconocido, el supuesto emisor del mensaje.

El problema clave es que, aparte del mensaje, no conocemos nada de ese otro. Creemos que es alguien que intenta comunicarse con otras civilizaciones, al igual que lo intentamos nosotros, y que ha transmitido un mensaje que sea legible y le sirva de carta de presentación, como ya hemos hecho varias veces, pero nada demuestra que ése sea el caso. Es más, puede ocurrir que lo hayamos hecho es captar por casualidad la conversación entre otras dos civilizaciones, que no seamos los destinatarios y que por tanto el mensaje no esté destinado a que lo leamos, al menos en nuestro estado de avance cultural y tecnológico. Porque lo más sorprendente de ese mensaje es que parece consistir en una serie de cajas dentro de otras cojas, cada vez más complicadas de abrir, incluso de identificar y definir.

En ese escollo van a naufragar todos los intentos de los investigadores. Un fiasco que es tanto más doloroso porque atenta contra nuestro orgullo de seres inteligentes, de manera que los científicos participantes acabarán negando la existencia de esa otra civilización lejana, que lo recibido sea realmente un mensaje. Volveríamos entonces a nuestro solipsismo, a interrogar sin descanso, y sin remedio, a un universo que permanece eternamente en silencio, porque no hay nadie que pueda escucharnos ni respondernos.

O quizás si lo hay, pero su evolución ha seguido una vía completamente opuesta a la nuestra, tanto que su física y su matemática se formula de manera incompatible a nuestras teorías. Una civilización que no puede percibirnos porque somos invisibles a su percepción, o ellos a la nuestra. Porque el abismo que nos separa de ella es tan amplio, tan profundo e infranqueable, como el que existe entre nosotros y las hormigas


Se la considera (a las matemáticas) como una ciencia pura porque está limpia de impurezas materiales y es esa pureza la que la dota de carácter inmortal. Pero también por eso resulta arbitraria como potencial progenitora de múltiples mundos posibles, siempre y cuando éstos no sean contradictorios. Nuestra historia, con sus peripecias únicas e irreversibles, determinó que, de la infinita cantidad de matemáticas posibles, nosotros eligiéramos una. Sólo mediante la matemática podemos comunicar lo que Somos, que Existimos. Si se quiere actuar a distancia de un modo efectivo, resulta imprescindible enviar un mensaje productivo. Sin embargo, un mensaje de este tipo implica el empleo de una cierta tecnología, y la tecnología es en sí algo efímero, fugaz, que cambia con el uso de una materia prima u otra, de un método u otro. Y entonces en qué debería basarse ese mensaje, ¿en la descripción de una cosa? Lo malo es que también una cosa se puede describir de infinidad de maneras. Nos encontrábamos en un callejón sin salida

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