martes, 15 de julio de 2008

Show me your face (y I)


Hablaba yo, en entradas anteriores, de como el nuevo director de la National Gallery londinense declaraba que los museos no debían perder el sentido por el que fueron creados, es decir, no deberían dar lo que ya se puede conseguir en muchos sitios, tipo festival mediático, sino centrarse en resaltar lo que les hace diferentes, el fondo de obras que almacenan, de manera que el visitante pueda volver a casa con la sensación de haber descubierto algo nuevo, no con el mero sentimiento de haber cumplido un expediente, viendo lo que se supone que hay que ver (o acudiendo a saraos que poco tienen que ver con el arte).

Algo que poco tiene que ver con el esfuerzo para mantenerse en el candelero, descubriendo falsos Goyas en todas las paredes, al que parece haberse abandonado el Prado últimamente, y sí mucho con con la exposición que puede visitarse ahora mismo, el Retrato del Renacimiento, vista la cual uno acaba con un montón de nombres no tan conocidos, de obras maestras apenas vistas y, lo más importante, con las ideas dispersas y desordenadas, necesitadas por tanto de una enriquecedora reconstrucción en la soledad del hogar con el catálogo sobre las rodillas.

Y como muestra, y en espera de otras entradas, basta el cuadro de Caroto con el que abro esta entrada, un pintor de segunda fila, al lado de figuras como Giorgone, Tiziano, Tintoreto o Veronés, pero que fue capaz de parir un cuadro como este, tan atractivo y llamativo a nuestros ojos que han visto pasar tantos clasicismos, tantos ísmos revolucionarios, tantas vueltas atrás y restauraciones, y tantos desengaños plenos de cinismo, que otros llaman postmodernismo.

Porque la imagen que se nos muestra es única, aun cuando pertenezca a un siglo tan revolucionario como el XVI, o mejor dicho tan pleno en intentos por romper el deadlock en que se había desembocado a primeros de ese siglo, cuando Leonardo, Miguelangel y Rafael alcanzaron la perfección postulada a principios del XV. Un bloqueo que sólo se rompería con el realismo a ultranza del barroco, pero que hasta ese instante provocaría respuestas a cada cual más original y a cada cual más distinta.

Como en este cuadro, donde, como bien indica el catálogo, se pone entredicho ese objetivo supuestamente alcanzado de la pintura, el ser una ventana abierta al mundo que lo representa correcta y cabalmente (y del mito de los pintores griegos capaces de engañar a los espectadores) contraponiendo la imagen casi hiperrealista de un personaje con los garabatos que ha hecho éste, como si nos señalará que la risa, la gracia, la mirada despectiva que nos provoca esa figura mal trazada, debería ser la misma que nos provocase cualquier cuadro, que no pasa de estar un poco mejor pintado, pero que nunca podrá substituir al objeto real.


Nota: Habrá quien se pregunte porque no he dicho nada de la macroexposición Picasso que por unos meses substituyo al Reína Sofía... dejando bien a las claras lo que es un secreto a voces, que el susodicho centro sólo merece la pena por sus exposiciones temporales, efectos desagradables de haber vivido de espaldas a Europa hasta 1980.

Pero volviendo a lo que quería decir, la cuestión es que esa exposición me gustó muchísimo, pero me he encontrado sin saber que decir, aplastado por la sensación de que todo se ha dicho ya de Picasso, y que poco me quedaría a mí por decir, fuera de mis habituales divagaciones que alargo hasta el infinito.

2 comentarios:

BUKEPHALOS dijo...

Serguei, do u know who i am? Guess.

I've been reading u for years. En diversos sitios. Te vigilo.

David Flórez dijo...

Por la foto yagereales