jueves, 13 de enero de 2022

Fritz the Cat (El gato Fritz, 1972)

En el campo de la animación, Ralph Bakshi es una figura que plantea muchos problemas. Durante la década de los setenta, en los EE.UU, inició en solitario una rebelión en esta forma, al menos en el terreno del largometraje comercial. Al igual que los directores coetáneos del New Hollywood, intentó llevar la animación a nuevos terrenos estéticos y temáticos, tratando de romper el corsé expresivo creado por Walt Disney tres décadas antes. Atrás debían quedar el infantilismo y la cursilería de la multinacional del ratón,  mientras que su lugar tenía que ser ocupado por violencia, sexo y grandes dosis de subversión política. 
 
Esos objetivos no llegarían a plasmarse por completo - el giro hacia la animación destinada a los adultos no cuajaría del todo hasta la década de los noventa-, tanto por el hundimiento del New Hollywood a principios de los 80 -reemplazado por el cine de entretenimiento superficial de Lucas y Spielberg- como por las limitaciones creativas del propio Bakshi. Su figura debía haber sido la de un precursor, alguien que abriese el camino a artistas más capaces, pero quedó como una excepción, como su único representante y logro. Alguien cuyo prestigio se debía a su singularidad creativa y estética, llamativa en el paisaje de la animación americana, pero no a unas dotes artísticas notables.

Otro problema con la apreciación de la obra de Bakshi  es de origen mucho más reciente. Como muchos creadores de su época, el animador americano utilizaba multitud de estereotipos racistas que ahora -e incluso entonces- levantaban ampollas entre la población de color. En su defensa hay que decir que intentaba darles la vuelta, utilizarlos como arma y denuncia del mismo racismo que simbolizaban, matiz que suele perderse en nuestro ambiente cultural, tan dado a fijarse sólo en el envoltorio y no en el contenido ni las intenciones de los autores.
 
Así, en Coonskin (1975), el uso del estereotipo racista servía para denunciar la larga historia de opresión y discriminación sufrida por la comunidad negra de los EE.UU, mientras que en Fritz the Cat (El gato Fritz, 1972) se buscaba un efecto similar.  En el cómic original de Robert Crumb, la sátira social se expresaba en forma visual asignando a cada raza, religión, postura política o posición social la forma de una animal determinado.  Así, la comunidad negra era representada por cuervos, no sólo por su color sino por ser una referencia directa a la Jim Crow Laws, que institucionalizaron un auténtico régimen de apartheid en los estados del sur de los EE.UU. tras la guerra civil.

Sin embargo, en Fritz the Cat no hay ninguna animosidad contra la raza negra. Muy al contrario. El propio Bakshi, de niño, había vivido en una barriada negra y se había integrado perfectamente en el ambiente. Esto implica que su mirada, a pesar de ese supuesto envoltorio racista, es de gran simpatía y comprensión. No sólo muestra lo estúpidos u egoístas que son los blancos en su relación con los negros -una escena es precisamente un grupo de blancos presumiendo de que ellos no son racistas y que simpatizan con sus hermanos de color, cuando la realidad es la contraria-, sino que plasma la violencia organizada a la que se ven sometida la comunidad negra por parte del estado y de las fuerzas de seguridad. Porque en esta película de 1972, los policías son representados como cerdos y se comportan como tales, siempre prestos a sacar la pistola a la mínima y liarse a tiros con cualquira.. No se les califica de ACAB, pero poco falta.

Lo que nos lleva a una virtud inesperada de Frizt the Cat: su rabiosa actualidad. A pesar de que ha transcurrido ya medio siglo desde su estreno, los temas que trata parecen de ayer mismo. La sociedad americana sigue desquiciada, enamorada de la violencia, a la que considera el único medio para resolver los conflictos, siempre y cuando esa violencia sea ejercida por los autoproclamados buenos. Racismo, discriminación y desigualdad son parte de la realidad cotidiana, considerada como inamovible, irreformable y única posibilidad -casi el mejor de los mundos posibles-. Un país donde amplios sectores no dudarían en utilizar la violencia para mantener sus privilegios, aunque estos sean supuestos y apenas les permitan levantar un poco la cabeza por encima de otros oprimidos.

Y muchas dosis de sexo. Casi a cada momento y sin complejos.

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