domingo, 6 de junio de 2021

Guerra Eterna/Papeles invertidos

Vals Im Bashir (Vals con Bashir, 2008) de Ari Folman fue un hito en la animación de la primera década de este siglo. A muchos nos hizo creer que el cine de animación había conseguido romper, al fin, el muro del ghetto infantil en que se le suele encerrar. Por desgracia, como es habitual en la historia de esa forma, se quedó en una excepción más, una película notable que al final no tuvo continuidad. No vivimos en mundo donde se crean películas animadas que pretenden romper estereotipos, quebrar nuestras convicciones. Vivimos en un universo en el que Pixar y Disney reciclan los mismos conceptos usados, dorando la píldora con una capa de perfección técnica apabullante.

Por el contrario, Vals Im Bashir se adentra en un territorio muy molesto para el estado de Israel y para Occidente, de rabiosa actualidad ahora que el conflicto árabe-israelí acaba de reavivarse: la asimetría en el recuerdo de las atrocidades cometidas por una y otra parte. La desmemoria de su protagonista, participante en las operación bélicas de la Guerra del Líbano en 1982, oculta la de su propio estado. Lo que ha pervivido en la memoria colectiva de la sociedad israelí es la idea de una guerra justa contra abyectos terroristas, mientras que cualquier atrocidad, ya sea perpetrada o consentida, ha sido reprimida y sepultada.

La atrocidad sobre la que gira la película fue una que estremeció al mundo: en 1982, durante la guerra civil libanesa, los falangistas cristianos, una de las facciones en conflicto, entraron en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, donde procedieron a asesinar de forma indiscriminada a hombres, mujeres y niños. Todo ello a la vista del ejército israelí, que había ocupado por aquel entonces el sur del Líbano, hasta las afueras de Beirut, pero que no hizo nada para impedir las matanzas ni para detenerlas. 

La cuestión es que, aunque el ejército y el gobierno israelí no fueron los perpetradores directos, la matanzas parecen haberse realizado con su connivencia. Incluso aunque no fuera así, su inacción puede considerarse como crimen de guerra. Durante los juicios celebrados tras la Segunda Guerra Mundial, contra los criminales de las potencias del Eje, se acuño lo que se llama la doctrina Yamashita: Si el comandante al cargo de un sector conoce de atrocidades y no hace nada por impedirlas, es tan culpable como los propios perpetradores. 
 
¿Era el gobierno israelí consciente de lo que estaba sucediendo? ¿Espoleó a los milicianos cristianos para que le hicieran el trabajo sucio? Así queda de manifiesto en el testimonio, incluido en la película, del corresponsal de guerra Ron Ben-Yishai. A medida que comenzaron a llegarle rumores de las matanzas, siempre eran de segunda mano, procedentes de otras unidades y otros mandos, nunca presenciados por el interlocutor o sus subordinados. De hecho, cuando este periodista se pone en contacto con Ariel Sharon, ministro de defensa israelí, lo primero que éste le pregunta es si ha sido testigo ocular,. Al responder que no, Sharon corta la conversación de inmediato, claramente aliviado, ofreciendo sólo unas vagas promesas de investigar el asunto.

Ese remordimiento por haber sido cómplice pasivo de unas atrocidades, sin hacer nada por impedirlas, ya hubiera bastado para bloquear esos recuerdos, tal y como le ocurre al protagonista. Sin embargo,  en la memoria colectiva de Israel existe otro factor que refuerza aún más ese mecanismo protector de represión: la propia existencia del estado judío se construye sobre el trauma del Holocausto Nazi. Sus orígenes y permanencia son indisociables de su consideración como víctimas, perseguidos y supervivientes, lo que torna imposible aceptar que sean capaces de cometer atrocidades, de colaborar en crímenes de guerra.

La sociedad israelí, en su mentalidad colectiva, se halla así escindida. No sólo en su consideración del pasado, sino en su propio presente. En la película se muestra como los usos sociales y culturales de Israel, en la década de los 80, no se distinguían en nada de los del resto de occidente, salvo en un detalle: la guerra eterna contra los árabes, en donde nuevas generación de adolescentes, preocupados sólo por divertirse y follar, era arrojadas sin compasión.  Por parte de viejos que no morirían en esas operaciones, ni tendrían que apretar el gatillo para matar a otros seres humanos, ni presenciar atrocidades que desafiaban toda comprensión

No es de extrañar que esos recuerdos incómodos hayan sido borrados por completo. Incluso entre sus propios protagonistas.

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