Wong Kar-Wai es uno de esos cineastas cuyo nombre está asociado indisolublemente a una década: la de los 90. De hecho, en la memoria del aficionado llega a darse el fenómeno contrario, el acabado cinematográfico de esa década es inseparable del estilo de este director. Así ocurre también con Krzysztof Kieslowski, cuya obra también conforma la idea que tenemos de ese tiempo, aun cuando las carreras de ambos cineastas se extienden fuera de ese periodo temporal. De hecho, la primera película de Wong Kar-Wai, As tears go by, de 1998, puede realizar chocante para quienes sólo conozcan sus películas mayores. Es lo que me ocurrió a mí, para mi disgusto y mi placer.
¿Por qué? Porque es una película ochentera por los cuatro costados, trufada de tics de esa década, como la iluminación de neón y la música de sintetizador. Asímismo, se trata de una obra de género, uno más, en apariencia, de los muchos films de gansters que la industria cinematográfica hongkonesa producía como rosquillas. Sin embargo, a pesar de su carácter estereotipado, en seguida se percibe que no es una obra cualquiera, que detrás hay un director original, con un carácter distintivo. De hecho, cualquier conocedor de la obra de Kar-Wai encontrará en ella muchos rasgos de su estilo maduro. En embrión, aún sin desbastar, pero que constantes a lo largo de toda su carrera.
Por ponerles un ejemplo, el tratamiento de las escenas de acción -centrales, al tratarse de una película de acción- es ya poco común. Es cierto que utiliza la socorrida cámara lenta, utilizada de ordinario para rellenar metraje y subrayar momentos sin importancia alguna, pero le da un giro que le devuelve la frescura que tenía en los años sesenta, cuando se redescubrió y se convirtió en un recurso habitual. El truco es tan simple como eficaz: rodar con poca luz, de manera que el fotograma quede borroso, incluso ilegible. El efecto que se consigue es tanto de suciedad, evitando la habitual glorificación de la violencia en el cine de acción, como de confusión. La violencia se torna así realista, peligrosa y mortífera, no mero ejercicio coreográfico.
Es una pequeña desviación con respecto a las reglas de este tipo de filmes, pero a ella vienen unirse a otras aún más importantes, más en la tónica del estilo que se identifica con Kar-Wai. En primer lugar, la inclusión de una historia de amor que no es mero complemento con respecto a la trama principal, interludio entre escenas de acción. En As tears go by el romance se erige en protagonista, compitiendo con la acción por el tiempo fílmico. Es ahí precisamente, en ese romance y en especial en su descripción, donde el espectador se encuentra con el Kar-Wai que todos conocemos.
¿De qué modo? De una manera muy simple, tan sencilla que puede ser por eso que casi nadie lo utiliza: dejando respirar a los personajes. En sus escenas íntimas deja tiempo para que los personajes mediten en lo que van a hacer después -y para que nosotros, como espectadores, seamos conscientes de sus conflictos y tormentas morales-. Esas secciones, al contrario que las escenas de acción, se tornan deliberadamente lentas, lo que sirve para aumentar su impacto. La tensión dramática se incrementa así de modo artificial, propiciando que su resolución llegue tan repentina como un relámpago. Sin que esto signifique un final abrupto: Kar-Wai sabe de los placeres que ofrece la relajación, el continuar pasado el momento, para que así se pueda saborear a gusto.
Es decir, Wong Kar-Wai no sólo tiene un instinto especial para encontrar momentos, de ésos que cambian para siempre la existencia de un personaje, sino que sabe como describirlo para que surtan efecto. Caso de la escena que abre esta entrada, en donde son visibles -y se confirman- todos estos rasgos de estilo que les he ido comentando.
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