Al mismo tiempo que el Imperial War Museum británico restauraba la German Concentration Camp Factual Survey de Sidney Berstein, que he ido comentando en semanas anteriores, André Singer rodaba un documental sobre ese otro documental largo tiempo invisible. Night will fall (Se hará de noche, podría ser la traducción), trata de la difícil gestación de la obra de Bernstein, junto con las circunstancias que llevaron a que fuera archivado en 1946, hasta que resurgió de nuevo, primero en los años ochenta, ahora en toda su gloria. Si es que esa palabra es aplicable a un abrumador recuento de atrocidades.
Con ayuda de testigos presenciales, incluso de antiguos prisioneros, Singer reconstruye la cadena de hechos y casualidades que llevaron a que el campo de Bergen Belsen fuera capturado intacto a mediados de abril 1945, sin que las SS intentasen una última acción de limpieza para librarse de los prisioneros. Esta aparente humanidad por parte de la Wehrmacht se debió a que el campo había quedado en primera línea de combate, debido al avance vertiginoso de los aliados por Alemania en los últimos días de conflicto. Los mandos alemanes temían que si se combatía en ese área los prisioneros se esparciesen por toda el área, llevando con ellos la epidemia de tifus que asolaba el campo de concentración. Se acordó así una tregua, de manera que unidades médicas aliadas pudieran hacerse cargo de la situación en Bergen-Belsen.
La situación que encontraron allí era, literalmente, indescriptible. Tanto, que los primeros informes fueron silenciados por los aliados, al parecer lo contado una exageración increíble, incluso dentro de lo habitual en la propaganda de un conflicto sin cuartel como fue la segunda guerra mundial. Aún hoy, las imágenes rodadas in situ que figuran en el documental de Berstein son tan horrorosas que es imposible aceptarlas como reales, aunque vivamos en un tiempo como aconstumbrado a la masacre simulada en pantalla. Repulsión aún mayor cuando se considera, como atestiguan los propios cámaras y prisioneros, que la realidad era incluso más horripilantes que el pálido reflejo que conservan las imágenes.
No es extraño, por tanto, que las imágenes de Bergen Belsen se convirtieran en icónicas, desplazando por completo a las de otros campos y otras atrocidades, incluso las del propio Auschwitz. Las pilas de muertos esparcidos por campo, las fosas rebosantes de cadáveres, los esqueletos vivientes que vagaban entre los barracones, sin creer en la liberación... todo eso era el horror nazi y Bergen Belsen su cumbre. No fue así, como sabemos, pero si llegó a esa situación es porque este campo, en los últimos meses de la guerra, se convirtió en un sumidero de prisioneros. Los nazis, intentando borrar las pruebas de sus crímenes, evacuaron los campos que quedaban al alcance aliado, forzando a los prisioneros a realizar agotadoras marchas, sin alimentos, en medio del invierno, a las que pocos sobrevivieron.
De ese modo, la población de prisioneros en Bergen-Belsen se multiplicó hasta superar en varias veces su capacidad prevista, sin que los nazis hicieran esfuerzo alguno por alimentar a esa población de condenados, ni mucho menos preocuparse por poner coto a la propagación de enfermedades. Cuando los aliados llegaron, decenas de miles de personas llevaban días sin comer y la tasas de mortalidad era de cientos al día. Tan debilitados estaban los supervivientes, que incluso tras la liberación se produjeron otras 13000 muertes, entre personas que ya habían superado el límite de recuperación por inanición y aquellos que caían presas del tifus y la disentería.
Un proceso que fue documentado en toda su extensión y amplitud por las cámaras de las unidades del ejército, primero por impulso propio, luego con órdenes superiores, hasta completar quince días de estancia. Hasta que todas las fosas fueron cerradas, hasta que los supervivientes hubieron recuperado su dignidad humana. En ese periodo hubo tiempo para que Bernstein, visitase el campo, viese ese horror indescriptible, y tomase la decisión de realizar un documental de denuncia. Una obra que impidiese, primero, que los alemanes eludiesen su responsabilidad. En segundo lugar, que evitase el olvido de esos horrores o que alguien pudiese decir que nunca habían existido.
La película se planeó, por tanto, como una obra duradera. Un testimonio que debía ser legado a las generaciones venideras, para que de esa manera, Night will not fall, y esas atrocidades no volviesen a repetirse. Esto llevó a una inevitable contradicción. Lo que era una obra de urgencia, que debía ser distribuida ya, al mismo tiempo debía prepararse con el más exquisito cuidado. De manera que nadie pudiese decir que era un trucaje, de forma que el espectador pudiese meditar sobre lo visto y extraer esa lección final: La de impedir hechos semejantes. No otra fue la gran aportación de Hitchcock a este documental: utilizar planos largos, dotar a toda la obra de un ritmo lento y pausado casi funerario.
El proceso de producción y de montaje se fue, poco a poco, eternizando. Tanto que los americanos se retiraron del proyecto y produjeron su propio documental, Death Mills (1945) realizado por Billy Wilder. Una obra que, a su pesar y el renombre de su director da la razón a Bernstein y Hitchcock. el documental de Wilder no es más que una yuxtaposición apresurada y atropellada de imágenes horripilantes. Sin lógica ni tensión interior, tan repleta de horrores que acaba por causar aburrimiento. Todo lo contrario del documental de Bernstein, que no sólo tiene ese carácter funerario y de meditación, sino que además fija su mirada en las personas. En esos prisioneros que habían sido degradados al nivel de plaga, de insecto o de rata, y que ahora, salvados in extremis, lentamente, iban recuperando su dignidad.
Y es esa atención al ser humano, a la persona de carne y hueso detrás de las imágenes, objeto de torturas y humillaciones, lo que imbuye al documental de Singer de mayor emoción. Cuando, como en las capturas que han ilustrado esta entrada, vemos y escuchamos a los supervivientes, aun vivos en este nuestro ahora, y se nos muestran en las imágenes de antaño.
Otra prueba más de su autenticidad.
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