En la entrada anterior no quedó al final espacio para señalar la mayor virtud de Night will Fall (Se hará de noche, 2014), el documental de André Singer que narra la concepción y difícil gestación de otro documental: ese German Concentration Camp Factual Survey (1946, Sidney Bernstein) que acabó siendo archivado al poco de terminar la guerra.
El caso es que a pesar de la fuerza de las imágenes de German Concentration Camp Factual Survey, capaces aún hoy de revolver el estómago y de hacer sentir rabia e indignación, sus imágenes van perdiendo poco a poco conexión con nuestro mundo. A medida que pasa el tiempo, esos rostros anónimos, vistos sólo en blanco y negro, vestidos con ropas del pasado, nos parecen personas ajenas, extrañas, provenientes de un tiempo en el que ya no habitamos y con el que no tenemos contacto. Ni siquiera a través de padres y abuelos, nacidos ya a posteriori de los hechos, y que como nosotros, sólo conocen un relato transmitido del que no fueron testigos.
Por eso, es emocionante, incluso laudable, que Night will Fall se haya tomado el esfuerzo de localizar a los pocos supervivientes que van quedando de los campos, para que el espectador, no sólo el joven, identifique esas historias con personas reales. Que llegue a la conclusión de que no son cuentos, indistinguibles de las ficciones televisivas con las que somos bombardeados diariamente, sino hechos que sucedieron a seres humanos, gentes con las que podría haber tenido contacto, puesto que aún habitan su mismo mundo. Trayendo, por tanto, esos sucesos desvaídos a nuestro presente.
El documental va incluso un paso más allá. Porque esos testigos, esos supervivientes, no son cualquiera. Aparecen en las imágenes que los cámaras de combate del ejército británico tomaron in situ, muchas de las cuales acabaron en el montaje final de German Concentration Camp Factual Survey. Y no sé Uds. pero cuando veo a una de esas ancianas comentando con todo lujo de detalles el instante de la liberación, relatando el momento preciso en que resucitaron cuando ya estaban muertas para el todo el mundo, para, al instante siguiente, descubrirla en las imágenes tomadas hace ya más de setenta años, siento un estremecimiento.
Porque de repente, todo es verdad y las mentiras, tantas y tantas falsedades, interesadas y torticeras, se disuelven a la luz del sol.
Emoción que se debe también a una virtud compartida entre ambos documentales, tanto por el reciente de Singer, como el histórico de Bernstein. Los dos son obras de denuncia, cierto, aquél preocupado por que el olvido no borre el recuerdo de los horrores, éste último por hacerlo visible al mundo apenas conocido, pero ambas centrándose en los seres humanos que sufrieron y sobrevivieron a esos horrores.
Esto los diferencia de otros documentales que, a pesar de sus buenas intenciones, terminan siendo cercanos a la pornografía. En ellos los muertos devienen todos iguales, casi muñecos, intercambiables, intrascendentes, mientras que aquí, cada persona, tanto vivos como difuntos, son individualizados. No se nos permite olvidar que cada uno tuvo una historia, un pasado, unos sueños y unos anhelos, que gracias a la liberación podrá volver a aspirar a ellos, porque si hiciéramos lo contrario, sería como si nosotros también los condenásemos. Completásemos la obra de los nazis, para quienes estas personas estaban por debajo no ya de los hombres, sino de cualquier animal. Al nivel de ratas y cucarachas, a las que había que exterminar sin miramientos.
Una labor de justicia, por tanto, no limitada al hecho de liberar a estos prisioneros de sus torturadores, sino continuada y completada al restituirles su dignidad humana. En el documental de Singer, al mostrar como esos rostros anónimos ya no lo son, sino que tuvieron una vida posterior, en la que nada haría sospechar que, por un tiempo, habitaron en el infierno. En el documental de Berstein, al mostrar como recuperan los pequeños hábitos que llamamos y reconocemos como civilización: el lavarse, el vestir ropas de civil, el peinarse y acicalares. El atreverse a levantar la voz contra la injusticia.
Personas que al final de este proceso devienen iguales a nosotros, imposibles de distinguir de cualquier otro, demostrando el absurdo de la racionalidad nazi, además de su esencial injusticia e inumanidad. Y al contrario, a través de esa igualdad compartida, el descubrimiento del sufrimiento común.
Porque nosotros, también, podríamos acabar allí dentro, en los campos de concentración.
Si la noche cayera.
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