martes, 30 de agosto de 2005

Reading Whitman (y 1)

I see something of God each hour of the twenty-four, and each moment of then,
In the faces of men and women I see God, and in my own face in the glass,
I find letters from God dropped in the street, and every one is signed by God's name
And I leave them where they are, for I know than others will punctually come forever and ever.


Palabras, palabras, palabras.

¿Cuánto duran?

Las lee uno a una edad, las disfruta, las saborea, las lleva consigo cierto tiempo, parte de la propia vida, creyéndolas eternas.

Pero finalmente se olvidan, ceden y desaparecen. Queda sólo el recuerdo, cuanto me gustá aquel poeta, con que entrega leía yo en aquel entonces, que altos ideales eran los míos en aquél tiempo, que profundos eran mis sentimientos.

Llega el instante en que ves el libro en la biblioteca, en que sientes el deseo de volverlo a leer.

En ese instante, cualquier buen lector conoce la misma sensación, idéntica duda. Todo aquel lector, claro está que no haya anestesiado su sensibilidad con los sistemas, que se haya entregado a las páginas, sumergido en las frase, permitido que la corriente de los pensamientos de otro le arrastren.

Siempre la misma duda. ¿Me gustará aún? ¿Cómo lo encontraré? ¿Habrá envejecido? Preguntas que son mentiras, porque los libros no envejecen, las obras no mutan, somos nosotros los envejecemos, somos nosotros los que decaen, somos nosotros los que perdemos la fe, los que olvidamos como hay que mirar de verdad.

Los que entronizamos la ironía, los que nos burlamos de aquello que antaño considerábamos sagrado, simplemente para desviar la atención de los demás, para que su burla, su desprecio caigan sobre otros que no seamos nosotros.

Para no tener que admitir que hemos perdido las fuerzas, que nuestra mente no es tan aguda, que ya no somos los que éramos, que nunca podremos volver a serlo.

Y sin embargo, de repente, encuentras un poeta, un escritor, unas frases, que nos sacuden, nos conmueven, derrumban nuestro edificio de mentiras, nos devuelven a aquel que fuimos, a aquel que miraba el mundo como si fuese su hogar, a aquel ante quien todas las posibilidades estaban abiertas, a aquel que iba a apurarlas por entero.

El dolor, entonces es mayor. Desearías no haberlas leído. Desearías no haberlo sentido.

Porque el camino de vuelta está cerrado. No existe ya.

Y aunque existiera. No te permitirías el regreso.



Do I contradict myself?
Very well Then... I contradict myself.
I am large... I contain multitudes.



Pero todo esto, mis palabras por supuesto, no las de Whitman, no son más que tópicos, fáciles ideas que mi mente recoge y escribe para no tener que trabajar. Pensamientos que huelen a rancio, que excitan la risa de mis contemporáneos, que ya eran rancios el día que se crearon.

¿Y que tiene que ver esto con Whitman?

Lo de siempre, que me siento más cerca de él, de su palabras, aunque mi percepción sea equivocada, aunque mis conlusiones sean distintas de las suyas, me siento más cerca de él, de sus afanes y deseos, que de los afanes y deseos de mis contemporáneos.

Avanzando un poco más en el camino de la soledad y la catástrofe, pensando siempre que sería mejor dar media vuelta y unirme al resto, continuando el camino, sin embargo, gozando del punzante remordimiento que es mi eterno compañero.

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