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miércoles, 30 de septiembre de 2020

Historia(s) de España (XI)

Esa fracción del  bloque dominante necesita cambios «ideológicos&raquo: el «desarrollismo» y el «consumismo» no pueden sustentarse en una ideología carismática y providencialista. Parte de ese sector se da cuenta de que el consenso a lo «Girón y Fernández» ha fracasado completamente y que hace falta buscar otro. No se trata ahora de galvanizar a las masas, sino, al contrario de «despolitizarlas»; de inocularlas una especie de vacuna frente al proyecto ideológico de las clases dominadas; convencerles de que su nivel de vida será cada vez mejor «sin meterse en política&raquo, que el sistema les dará paz (el «vivir en paz» de la segunda etapa franquista es casi lo opuesto de «,la vida de servicio» propuesta por el falangismo del 40) y bienestar. En suma, en su segunda etapa, el ideología del bloque dominante franquista pasa de ser carismática a ser «tecnocrático-consumista» Y llega entonces el famoso lema de Fin de las Ideologías que con tanto ahínco defiende un protagonista tan importante de ese bloque como Fernández de la Mora.

José Antonio Biescas, Manuel Tuñón de Lara. Tomo X de la Historia de España de Tuñón de Lara: España bajo la dictadura franquista. 
 
Les he comentado ya en varias ocasiones mi decepción al releer aquella Historia de España que dirigiera Tuñón de Lara. A pesar de sus buenas intenciones -fue la primera historia escrita en libertad tras el fin del Franquismo-, no está a la altura de sus pretensiones. Adolece de dirigirse a un público que se supone erudito en extremo -por ejemplo, alguien que conozca al dedillo las relaciones familiares de las clases dirigentes del Bajo Imperio Romano-, o de no concluir ni proponer una tesis que ligue los muchos datos que acumula. En especial, algo triste para una historia de tipo marxista, de no ser capaz de conectar las transformaciones económicas, procesos de largo plazo, con las convulsiones sociales y políticas, de corto plazo. La sensación tras la lectura de es no haber aprendido nada nuevo, sino sólo haber visto desfilar un apabullante despliegue de erudición y conocimiento.

Sin embargo, hay tomos que son magistrales, como el dedicado al Imperio Español en América, una obra cuyo análisis y conclusiones siguen siendo validas hoy, cuarenta años más tarde, cuando las estoy encontrando, casi en sus mismos términos, en una obra reciente sobre el mismo tema. Otros volúmenes, los que abordan la historia contemporánea, son bastante interesantes, aunque su atractivo depende bastante de quien lo hubiera escrito. Por ponerles un ejemplo, nunca pensé que la evolución económica de la España de mediados del siglo XIX y la Restauración, tema árido donde los haya, llegase a fascinarme, hasta que leí el completísimo análisis que se le dedicaba en el tomo reservado a esa época. 
 
Por otra parte, los últimos tomos, los dedicados a la Segunda República, Guerra Civil y el Franquismo, mejoran bastante. En ellos, el propio Tuñón de Lara comienza a colaborar en su escritura, por lo que adquieren un carácter de alegato político, de urgencia restauradora de la justicia, en contra del Franquismo y del Alzamiento Nacional. Esto era comprensible -necesario incluso- en los años 80, con el dictador apenas sepultado en su mausoleo y la democracia aún frágil e inestable. Había que construir una nueva España sobre fundamentos renovados, que no fueran los de una dictadura sanguinaria, sino los de una democracia abierta a todos, donde todos nos sintiéramos representados.

sábado, 26 de septiembre de 2020

Retorno al pasado

Within the camps, the Nazis could rely on three circumstances beyond firepower to retain complete control. The first was the way camp conditions were designed to strip people of their senses of dignity. Indeed their sense of self, and to dehumanize them so that they became fatalistic and resigned. Everything from the insistence that inmates be addresses and identify themselves always by number, not by name, to the incessant verbal abuse by the Kapos and guards, to the refusal to let people to go to the latrines when in need, to filthy and lice-ridden clothing and bedding -all these things were designed to produce just such a degrading result. People so changed were called Musselmänner, which literally means Muslims, apparently because inmates who invented the term thought that Muslims were similarly accepting of all that happened to them. Once people lost the active will to live, they were useless to any potential resistance movement and also useless to the Nazis themselves. After the war, Hanna Lévy-Hass, who spent 1944-1945 at Bergen-Blels, recalled that camp life deadened, even to their own memories. She wrote: "We no longer even remember our own past. No matter how hard I strive to reconstruct the slightest elements... not a single human memory comes back to me.. They've managed to kill in us not only our right to life in the present.. but... all sense of a human life in our past... I turn things over in my mind, I want to... and I remember absolutely nothing.

Peter Hayes. Why? Explaining the Holocaust

En los campos, los Nazis podían apoyarse en tres circunstancias, fuera de la fuerza de la armas, para conservar el control completo. El primero eran las propias condiciones de los campos, diseñadas para despojar a los detenidos de sus dignidad. Incluso de su propia consciencia de ser, deshumanizándoles, de manera que se tornaran fatalistas y resignados. Todo estaba diseñado para contribuir a la degradación de los prisioneros, desde la insistencia en dirigirse a ellos, no por su nombre, sino por su número, a los constantes insultos por parte de Kapos y guardas, a la negativa de permitir que se fuese a las letrinas cuando se tenía necesidad, o a la suciedad y los piojos que infectaban ropa y sábanas. Aquellos que sufrían ese cambio eran llamados Musselmäner, que significa literalmente musulmán, porque los prisioneros que acuñaron el término, en apariencia,  pensaban que los musulmanes aceptaban de igual manera todo lo que les aconteciese. Una vez que los prisioneros perdían la voluntad de vivir devenían inútiles para cualquier movimiento de resistencia, al igual que para los propios nazis. Tras la guerra, Hanna Lèvy-Hass, que estuvo recluida en Bergen-Belsen de 1944 a 1945, recordaba el efecto enmudecedor de la vida en el campo, incluso para los propios recuerdos. Ella escribió: «No recordamos nuestra vida pasad. No importa lo mucho que me esfuerce en reconstruir los menores detalles... ni un sólo recuerdo humano viene a mi memoria... Se las han arreglado no sólo en extinguir nuestro derecho a vivir en el presente, sino... toda percepción de una vida humana en el pasado... le doy vuelta a las cosas en mi mente, quiero... y no recuerdo nada.

Si me siguen, ya sabrán de mi obsesión con la Segunda Guerra Mundial, el Nazismo y el Holocausto. Da igual lo mucho que lea sobre el tema, siempre se encuentran nuevas perspectivas, nuevos datos que modican las anterios, de manera que al final siempre acabó volviendo a las mismas preguntas, el por qué y el cómo. Por qué una sociedad culta, científica y desarrollada, como la alemana, sin la cual es incompresible el despegue de la civilización occidental en el siglo XIX y XX, pudo entregarse al exterminio de seis millones de judios -y la muerte de otros seis millones de europeos, no se olvide-. Cómo fue que ese horror llegó a hacerse realidad, sin que nadie lo impidiese hasta que fue demasiado tarde, hasta que casi llegó a completar todos sus objetivos, políticos, sociales, militares y asesinos. Pueden parecer preguntas ociosas, pertenecientes a un pasado difuso, del que apenas quedaban ya testigos visuales, y así lo hubiera considerado hace un par de décadas. Sin embargo, nos hallamos en una coyuntura protofascista, en donde abundan partidos ultranacionalistas, ultramilitaristas, además de machistas y racistas confesos y agresivos. Sólo que esta vez no son corporativistas y estatalistas en lo social y económico, sino rabiosos neoliberales.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Guerra, verdad y propaganda

Parmi les légendes  qui encombrent la perception de la Séconde Guèrre Mondiale, il en est une qui tient un place à part par sa radicalité: en déclenchant l'opération Barbarrosa, le 22 juin 1941, Hitler n'aurait fait que avancer de quelques jours une offensive soviétique. On peut à bon droit qualifier cette thèse de révisionniste dans la mesure où elle renverse le jugement commun sur une des événements les plus importants du XXième siècle. Jugement que est à prendre au sens juridique. Le tribunal militaire international de Nuremberg a en effet reconnu coupables «de complot et de crime contre la paix» -notamment d'agression préméditée contre l'URSS-  le Reichsmarshall Goering, le field-marshall Keitel et le general Jodl, principaux conseillers militaires d'Hitler, ainsi que Joachim von Ribentropp, ministre des Affaires étrangères, pour ne parle que d'eux. Les trois juges occidentaux de Nuremberg auraient-ils été abusés par leur collège soviétique, le major géneral Iona Natchenko? Goering, Keitel, Jodl et Ribentrop auraient-ils dit la vérité en répétant jusqu'au bout que le IIIième  Reich se trouvait en état de légitime défense face à l'URSS? L'Armée Rouge s'apprêtait-il à marcher sur Berlin? «L'attaque perfide, prédatrice, et parjure» contre une Union Soviétique pacifique ne serait-il qu'un mensonge stalinien masquant des intentions délibérément agressives?

Los mitos de la Segunda Guerra Mundial, dirigido por Jean Lopez y Olivier Wievorka

Entre las leyendas que impiden una correcta percepción de la Segunda Guerra Mundial hay una que tiene un lugar especial debido a su radicalismo: al lanzar la operación Barbarroja, el 22 de junio de 1941, Hitler sólo se habría adelantado unos días a una ofensiva soviética. Se puede, con justicia, calificar esta teoría de revisionista, en la medida en que pone del revés el juicio habitual sobre uno de los hechos más importantes del siglo XX. Un juicio que hay que entender en sentido jurídico. El tribunal militar internacional de Nuremberg ha considerado culpables, en efecto, de «conspiración y crimen contra la paz» -en especial de agresión premeditada contra la URSS- al Reichsmarshall Goering, al mariscal de campo Keitel y al general Jodel, principales consejeros militares de Hitler, así como a Joachim von Ribentrop, ministro de asuntos exteriores, por no citar a otros. ¿Se habría aprovechado el juez soviético, el teniente general Yona Natchengo de sus colegas occidentales en Nuremberg? ¿Estarían diciendo la verdad Goering, Keitel, Jodel y Ribentrop cuando repetían, hasta el fin, que el Tercer Reich había actuado en legítima defensa contra la URSS? ¿Se disponía el Ejército Rojo a marchar contra Berlín? ¿ No sería ese «ataque pérfido,  predatorio y perjuro» contra una Unión Soviética pacífica más que una mentira estalinista que enmascaraba unas intenciones deliberadamente agresivas?

He descubierto los libros del historiador francés Jean Lopez por pura casualidad, que debo calificar de afortunada. Dado mi interés, desde que era un adolescente, por la Segunda Guerra Mundial, me ha venido muy bien revisar lo que ya conocía, a la luz del conocimiento nuevo acumulado en estas décadas. En ese aspecto, les diré que el modo de hacer historia de Lopez poco tiene que ver con el de Hastings o el de Beevor. Estos pecan, demasiado a menudo, de perderse en la anécdota, de escribir novelas con referentes reales, sin reparar en la "big picture", el porqué de las cosas. Ese enfoque explica su gran éxito entre el público, pero no evita que sus libros pequen de cierta superficialidad, incluso de tendenciosidad.

Lopez, por su parte, se halla en el otro extremo. Si bien no le importa bajar a la anécdota, recoger en sus libros el testimonio de los olvidados anónimos, esto no es mera ilustración, sino que tiene una clara intencionalidad: utilizar esos testimonios, esos casos particulares, para hacer visible el auténtico carácter del conflicto. Es lo que ocurre en estos mitos de la Segunda Guerra Mundial, en donde se intenta disipar una serie de errores, de lugares comunes, que muchos aficionados consideran como certezas, convertidas en símbolos del conflicto. Es ahí donde esos casos de estudio pueden ayudar a corregir nuestra visión, mejor dicho, a limpiarla de tantas impurezas como han venido acumulándose. Sin embargo, no voy a enfocar esta entrada a comentar esos mitos -como el muy reciente del ataque preventivo a la URSS-, sino a esbozar como esos mitos han llegado a ser.


martes, 15 de septiembre de 2020

Estamos bien jodidos (y XXVI)

Regardless of where the EPZs are located, the workers' stories have a certain mesmerizing sameness: the workday is long —fourteen hours in Sri Lanka, twelve hours in Indonesia, sixteen in Southern China, twelve in the Philippines. The vast majority of the workers are women, always young, always working for contractors or subcontractors from Korea, Taiwan or Hong Kong. The contractors are usually filling orders for companies based in the U.S., Britain, Japan, Germany or Canada. The management is military-style, the supervisors often abusive, the wages below subsistence and the work low-skill and tedious. As an economic model, today's export processing zones have more in common with fast-food franchises than sustainable developments, so removed are they from the countries that host them. These pockets of pure industry hide behind a cloak of transience: the contracts come and go with little notice; the workers are predominantly migrants, far from home and with little connection to the city or province where zones are located; the work itself is short-term, often not renewed.

Naomi Klein, No logo

Sin importar donde estén situadas la EPZ (Export Processing Zones, Zonas de libre comercio), las historias de los trabajadores son de una similitud hipnótica. La jornada laboral es larga -catorce horas en Ceilán, doce horas en Indonesia, dieciséis en China, doce en las Filipinas-. La gran mayoría de los trabajadores son mujeres, de ordinario jóvenes, trabajando para contratas y subcontratas de Corea, Taiwan o Hong Kong. Los contratistas están a cargo de pedidos de compañías afincadas en los EE.UU. Gran Bretaña, Alemania o Canadá. La gestión es al estilo militar, los capataces, tiránicos,  los sueldos por debajo del nivel de supervivencia, mientras que las tareas son poco especializadas y tediosas. Como corresponde a un mismo modelo económico, las Zonas de libre comercio tienen más en común con franquicias de comida rápida que con inversiones sostenibles, dado lo aisladas que están de los países que las albergan. Estas bolsas de industria pura se esconden bajo una capa de transitoriedad: los contratos van y vienen sin aviso previo, los trabajadores son en su mayoría emigrantes, lejos de su hogar y con apenas relación con la ciudad o la provincia donde las zonas están localizadas, el trabajo en sí es a corto plazo, renovado con poca frecuencia.

Como he ido desgranando en las entradas anteriores, No Logo, de Naomi Klein, analiza en profundidad la metamorfosis, quizás irreversible, que ha sufrido el modelo empresarial en los últimos cuarenta años. La empresa modelo, antaño caracterizada por sus muchas sucursales y plantas de producción, se ha sublimado la empresa marca, cuya fuerza laboral podría caber holgadamente en un piso privado. Esa rarefacción no se queda en la estructura sino que afecta, en especial, al producto. Ya no se venden objetos materiales, sino soportes de intangibles. En el caso paradigmático de Nike, pertenecer a una supuesta élite de deportistas que, además, se pretenden rebeldes contra un sistema anquilosado y periclitado. Sin importar que, en realidad, esas empresas/marca sean puntales inamovibles del nuevo neoliberalismo, para el que el mercado es dios único y omnipotente.

Las consecuencias de este nuevo modelo empresarial sobre la estructura social son deletéreas. En vez de reducir el precio de sus artículos, éste se eleva, como compensación por esos intangibles añadidos, sin contar que, en bastantes casos, el público al que se dirigen es el más empobrecido, que debe hacer auténticos sacrificios para hacerse con ese sueño anhelado. Por otra parte, el mercado laboral ha pasado de ser uno formado por trabajadores estables, con derechos laborales, a uno de temporeros postmodernos, sin protecciones y con salarios mínimos. Por último, la creación de macrotiendas asociadas a las marcas ha vaciado de pequeños comercio sel tejido urbano, al ser incapaces de competir contra esos titanes comerciales. Sin embargo, estos tres efectos no dejan de ser problemas del primer mundo, puesto que la principal repercusión tiene lugar en el tercer mundo, donde toma la forma de neocolonialismo. Es decir, de servidumbre y esclavitud.

martes, 8 de septiembre de 2020

Estamos bien jodidos (y XXV)

This novel idea has done more than bring us cutting-edge ad campaigns, ecclesiastic superstores and Utopian corporate campuses. It is changing the very face of global employment. After establishing the "soul" of their corporations, the superbrand companies have gone on to rid themselves of their cumbersome bodies, and there is nothing that seems more cumbersome, more loathsomely corporeal, than the factories that produce their products. The reason for this shift is simple: building a superbrand is an extraordinarily costly project, needing constant managing, tending and replenishing. Most of all, superbrands need lots of space on which to stamp their logos. For a business to be cost-effective, however, there is a finite amount of money it can spend on all of its expenses —materials, manufacturing, overhead and branding — before retail prices on its products shoot up too high. After the multimillion-dollar sponsorships have been signed, and the cool hunters and marketing mavens have received their checks, there may not be all that much money left over. So it becomes, as always, a matter of priorities; but those priorities are changing. As Hector Liang, former chairman of United Biscuits, has explained: "Machines wear out. Cars rust. People die. But what lives on are the brands."

Naomi Klein, No logo 

Esta idea nueva ha conseguido algo más que campañas de publicidad de vanguardias, supertiendas catedralicias y recintos corporativos utópicos. Está modificando el propio rostro del empleo a nivel mundial. Tras haber definido el "alma" de sus empresas, las compañías de "supermarca" han continuado deshaciéndoses de sus molestos cuerpos, y nada hay más embarazoso, más repulsivamente corpóreo que las fábricas que crean sus productos. La razón de éste desplazamiento es simple, construir una supermarca es un proyecto de un coste extraordinario, que necesita una gestión continua, mantenimiento y suministro. Aun más, las supermarcas necesitan grandes espacios donde estampar sus logos. Si un negocio quiere ser productivo, sin embargo, sólo puede gastar una cantidad finita de dinero -en materias primas, fabricación, extras y marcas-, si no quiere que el preció de sus productos se dispare. Tras haber firmado patrocinios de millones de dólares y que los especialistas de mercadotécnica en la onda hayan recibido sus pagas, puede que no quede mucho dinero sobrante. Todo se convierte, como siempre, en una cuestión de prioridades, pero las prioridades son cambiantes. Como Hector Liang, antiguo presidente de United Biscuits, ha explicado: «las máquinas se desgastan, los coches se oxidan, la gente muere. Lo que sobrevive es la marca».

En entradas anteriores, les había señalado diferentes aspectos en los que la ascensión del modelo de empresa/marca, simultáneo a la consolidación del neoliberalismo, ha ido modificando el mundo que conocíamos. Hasta convertirlo, sin que ninguno lo notásemos, en el modelo único que hay que defender a capa y espada. Nuevo y molón, moderno y orientado al futuro, en contra de esas antiguallas del estado del bienestar y la socialdemocracia. Entre esos cambios drámaticos, pero silenciosos, se encontraban la conversión del producto en algo etéreo, que pretende vender valores y no artículos materiales, o la desestructuración del entorno urbano, convertido en prolongación de la macrotienda de la marca. En esta entrada, toca el turno de un fenómeno que sólo muy recientemente ha recibido nombre: la uberización.

La uberización toma su nombre de la famosa empresa de coches con conductor que pretende arrumbar el negocio del taxi. Lo que importa aquí no es si este objetivo es posible, legal o moral, sino el hecho de que Uber es una empresa sin empleados. Los conductores no están en nómina de uber, sino que son meros peones/jornaleros que se llevan un porcentaje ínfimo de lo que ingresa la compañía por cada viaje. Así, aunque la presencia de Uber sea ubicua, sus oficinas son mínimas, apenas lo necesario para llevar la contabilidad o firmar contratos. Los gastos de personal son, en consecuencia, irrelevantes, lo que conduce a la paradoja de que un negocio millonario pague impuestos del nivel de un asalariado medio. Uber constituye así la marca perfecta, un negocio que vende un servicio caro, justificado por que el viajero puede sentirse como una persona de posibles al utilizarlo, con una inversión en gastos de personal e infraestructura irrisorios. Lo que no quiere decir que sean baratos, puesto que hay que invertir de manera continua en la imagen de la marca.

sábado, 5 de septiembre de 2020

Estamos bien jodidos (y XXIV)

Everyone has, in one form or another, witnessed the odd double vision of vast consumer choice coupled with Orwellian new restrictions on cultural production and public space. We see it when a small community watches its lively downtown hollow out, as big-box discount stores with 70,000 items on their shelves set up on their periphery, exerting their gravitational pull to what James Howard Kunstler describes as "the geography of nowhere.” I It is there on the trendy downtown main street as yet another favourite cafe, hardware store, independent bookstore or art video house is cleared away and replaced by one of the Pac-Man chains: Starbucks, Home Depot, the Gap, Chapters, Borders, Blockbuster. It is there inside the big-box retail outlets each time a magazine is taken off a shelf by a manager mindful of his bosses' corporate definition of "family values." You can see it in the messy bedroom of a fourteen-year-old Web master who has just had her fan page shut down by Viacom or EM1, unimpressed by her attempts to create her own little pocket of culture with borrowed snippets of trademarked song lyrics and images. It is there again when protesters are thrown out of shopping malls for handing out political leaflets, told by the security guards that although the edifice may have replaced the public square in their town, it is, in fact, private property.

Naomi Klein, No Logo

Todos hemos, de un modo u otro, presenciado la extraña doble visión de una ingente variedad de opciones de consumo junto con nuevas restricciones orwellianos sobre la producción cultural y el espacio público. Lo vemos cuando una pequeña comunidad observa como su animado centro urbano deviene hueco, a mediad que se establecen en su periferia  macrotiendas de descuentos con setentamil  artículos en sus estanterías, creando una atracción gravitacional hacia lo que James Howard Kunstler llama «la geografía de la nada». Está también en la calle de moda del centro, a medida que los cafés con encanto, ferreterías, librerías independientes o videoclub de arte y ensayo son expulsados y reemplazos por franquicias: Starbucks, Home Depot, The Gap, Chapters, Borders, Blockbuster. Se halla dentro de las macrotiendas al por menor, cada vez que una revista es retira de la estantería por un gestor preocupado por la definición corporativa de los «valores familiares». Lo puedes ver en el dormitorio desordenado de un webmaster de 14 años cuya página web acaba de ser cerrad por Viacom o EMI, sin considerar sus intentos de crear su propio espacio cultural con fragmentos extraídos de letras de canciones e imágenes con copyright. Esta allí, de nuevo, cuando se expulsa a manifestantes de los centros comerciales por repartir octavillas políticas, con la excusa, por parte de los guardas de seguridad, de que aunque ese espacio haya reemplazado la plaza del pueblo se trata, en realidad, de una propiedad privada.

A medida que iba adentrándome en No Logo, experimentaba un creciente sentimiento de incomodidad. Naomi Klein, a finales de la década de 1990 intentaba dar un grito de advertencia ante un capitalismo cada vez más intrusivo y totalitario, si me permiten el adjetivo. Con esa intención, en el libro se presentaban ejemplos de como se podía luchar, con éxito, contra esas nuevas formas de alienación. Sin embargo, veinte años más tarde, hay que concluir que la distopia inquietante que esta ensayista narraba se ha convertido en nuestra normalidad, a lomos de la Gran Recesión y la pandemia del COVID19. Aceptada con el marchamo de lo nuevo y hasta el extremo de no poder imaginar un mundo distinto. Es cierto que los términos con los que ella la describía no son los mismos que utilizamos nosotros, pero conceptos como gentrificación o uberización estaban descritos con todo detalle, aunque fuera en un estado embrionaripo. Asímismo, los personajes pueden ser otros -algunos como Blockbuster han incluso quebrado-, pero la diferencia no está en las intenciones de los nuevos protagonistas, sino que en estos han devenido virtuales. Una nueva vuelta de tuerca al proceso de evanescencia que acompaña al capitalismo de marcas.