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domingo, 6 de septiembre de 2020

Contra la revolución/por la revolución

















































Animal Farm (Rebelión en la granga, 1954), película de animación producida y dirigida por John Hallas y John Batchelor, es una adaptación muy fiel de la fábula del mismo nombre escrita por George Orwell en 1945. Sin embargo, puede que sea más conocida por razones extracinematográficas que por sus propios valores fílmicos. Rodada en un periodo de recrudecimiento de la Guerra Fría -el conflicto en Corea apenas acababa de concluir en un tenso armisticio-, las ventajas propagandísticas de una película que criticaba al comunismo soviético eran bien evidentes, tanto más cuanto que el público, al ser de animación, estaría formado por niños, más susceptibles a cualquier tipo de adoctrinamiento. No es de extrañar, por tanto, que buena parte del presupuesto de la cinta, muy holgado para una producción de origen británico, saliese de las arcas de la CIA.

Con esos antecedentes, se podría concluir que es otro ejemplo más de burda propaganda anticomunista, de los muchos que abundaban en Occidente desde 1920 -piensen, por ejemplo en el Tintín en el país de los Soviets de Hergé-. Sin embargo, creo que no es el caso. Por dos razones principales, la primera y no menos importante el propio material de partida. No hay que olvidar que Orwell era un militante trotskista, combatiente en el bando republicano durante la Guerra Civil, por lo que su crítica no es contra el comunismo o la unión Soviética, sino contra el Estalinismo. Mejor dicho, contra la perversión y destrucción del impulso revolucionario de octubre de 1917 por parte de Stalin. En la fábula de Orwell, la revolución es necesaria y justa, dada la opresión que el granjero ejerce contra los animales, al tiempo que los primeros logros del nuevo sistema son innegables, capaces de convertirlo en modelo y envidia del resto de las granjas. De igual manera, los trasuntos animales de Lenin y Trotsky son pintados con caracteres positivos, como líderes benevolentes y sabios, mientras que Stalin no es más que un arribista que aspira a conquistar el poder absoluto para instaurar un nuevo régimen de opresión. Disfrazado, esta vez, de utopía de los trabajadores.

Aún así, la adaptación podía haber manipulado ese material originario, haciendo que la revolución se mostrase ya tiránica y opresora desde un inicio. No es el caso y ese es el segundo punto de importancia. Halas y Batchelor se muestran muy respetuosos con la fábula original, a la que sólo añaden una coda que no existe en origen. En concreto, un final optimista frente al muy sombrío de Orwell. En el resto del metraje, una lectura atenta de la película revela un mensaje muy distinto al que hubieran querido sus promotores estadounidenses. Expulsar al granjero -el sistema capitalista- era la única solución que le quedaba a la granja, ya que su actuación estaba basada en la explotación y el exterminio de los animales. De igual manera, los primeros años de la revolución tras la Guerra Civil, los que corresponderían a la NEP -la Nueva Política Económica- habrían estado a punto de conseguir construir la utopia soñada por el Marxismo. Habría sido sólo la perfidia de Stalin, plasmada en la hambruna Ucraniana de 1930 y las purgas de 1937, la que habría convertido a la URSS en un GULAG de los trabajadores. Sin olvidar, claro está, la puntilla que supuso la invasión, a sangre y fuego, de los ejércitos nazis.

No voy a entrar en sí esa interpretación de la Revolución Rusa es correcta. Me llevaría muchas entradas y mi posición actual, les adelanto, es bastante ambigua. Lo que quisiera recalcar es que la versión de Halas/Batchelor del Animal Farm de Orwell no contradice en lo esencial la intencionalidad de ese escritor. Es más, resulta curioso que se hayan conservado detalles en la película que deberían haber chirriado a sus promotores de la CIA. Por ejemplo,  uno de los "pecados" de Stalin no es otro que avenirse a comerciar con los capitalistas; o dicho en otras palabras la explotación que sufren los trabajadores bajo el régimen estalinista no es sino un remedo, a nivel estatal, de la que sufren los trabajadores, de manera local, dentro de una empresa capitalista. 

Quedaría la cuestión de la coda optimista que añadieron Halas y Batchelor, en la que asistimos a la caída del sistema comunista, anticipación de lo que ocurriría en Europa durante el periodo 1989-1991. Sin embargo, hay que señalar que esta revuelta es, ante todo, popular y que no se hace mención alguna de la ideología que la inspira o de cuál sería el sistema sucesor. No parece creíble, dado lo visto en la cinta, que el granjero volviese por sus fueros para reinstaurar el régimen de explotación del que se habían librado; aunque, no olvidemos, fue justo eso lo que ocurrió en los países del este tras la caída del comunismo.

Naciones que casi sin excepción han devenido discípulos avanzados del capitalismo más salvaje.

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