Más arriba quedó apuntado que la situación en los dominios musulmanes, que en el momento de la subida al trono de Alfonso (I) complicaba mucho la existencia del reino de Asturias, se tornó favorable al poco tiempo, no sólo para su supervivencia, sino incluso para su expansión
En la década de los años 730-740 se había producido un recrudecimiento de las aceifas musulmanas en tierra asturiana, dirigidas por el valil Uqba. No parece que se tratara de un intento de someter y eliminar el foco de resistencia astur, sino más bien de expediciones con la mera intención de saqueo.
Sin embargo, a partir del año 740, los invasores árabes dejaron de poner su mirada en el reino de Asturias para preocuparse de problemas internos. El factor que ocasionó esta situación fue la revuelta bereber del año 740. Hubo un segundo elemento que tendría un gran efecto, pero , aunque su detonante se produjo al final del reinado de Alfonso I, sus consecuencias afectaron a sus sucesores; la llegada de Abderraman I, de la dinastía Omeya, a la península huyendo de Damasco en el año 755 y su proclamación como emir al año siguiente, tras su victoria en la batalla de Al-Musara (cerca de Córdoba).
De Covadonga a Tamarón, Daniel Fernández de Lis
La historia de los reínos cristianos del norte peninsular, del siglo VIII al X, siempre me ha fascinado. ¿A qué se debió que unos núcleos aislados, cuya extensión no pasaba de unos estrechos valles de montaña, consiguieran sobrevivir al poder aplastante del Emirato/Califato de Córdoba? ¿Qué ocurrió para que unos reinos débiles, siempre amenazados de destrucción a manos de su poderoso enemigo del sur, iniciaran una expansión irreversible, durante los siglos XI al XIII, hasta casi eliminar la presencia árabe en la península? Son preguntas que exigirían un estudio conjunto de la sociedad, la economía y los avatares históricos en los siglos posteriores a la conquista árabe, sólo para apuntar una respuesta. Por desgracia, de los siglos VIII y IX apenas tenemos otra cosa que mitos y leyendas fundacionales. Distorsionadas con evidente intencionalidad política tanto en el siglo IX, por los círculos religiosos de la corte de Alfonso III, como en el XXI, por el auge del ultranacionalismo patrio.
La cuestión principal es que los siglos VIII y la primera mitad del IX constituyen nuestra "edad oscura" particular. Obscura no en el sentido de atrasada, sino de impenetrable al estudio histórico. Las primeras fuentes cristianas son del reinado de Alfonso III, en el último tercio del siglo IX, mientras que las árabes son ya del siglo X. Tiempo suficiente para embellecerlas, convertirlas en mito, así como para hacerlas encajar en el ideario político de la época. Algo que es más que evidente en el detallado relato - en contraste con la parquedad de datos referentes a sus sucesores- que las fuentes cristianas hacen de Pelayo y Covadonga, el uno elevado al más alto rango de las élites visigodas, la otra con caracteres de batalla decisiva. Sin embargo, es probable que Covadonga no pasara de ser una escaramuza local, mientras que Pelayo, a lo sumo, sería un reyezuelo del área con conexiones con los gobernadores visigodos del norte, como vendría a demostrar el casamiento de su hija, Ermesinda, con el antiguo dux de Cantabria.