Precisamente entonces se desencadenó una guerra mundial, cuya característica más notable estriba en que hasta ahora sigue siendo un secreto de estado. Recibe diferentes nombres, Criptobellum o Mirobellum entre ellos, y las fuentes de Losania revelan lo mínimo cuando se investiga sobre el oponente en esa guerra secreta. En particular, no existe explicación alguna de por qué el enemigo se desvaneció por completo tras dos o tres décadas de conflicto, como si nunca hubiera existido. Ni siquiera se ha trasmitido el nombre que el estado enemigo se daba a si mismo. Para los losanienses era conocido como Clivia Nigra, para los kurdlandeses, Caledonia. Su territorio era tan extenso como el Losania y se encontraba en las antípodas, en la cercanía del polo, sobre el continente de Zetlandia. No ha quedado de él otra cosa que un desierto cubierto de glaciares, cien metros de hielos eternos sobre un suelo helado. El gobierno de Losania ha impuesto una cuarentena indefinida sobre la región asolada, que prohíbe el acceso a Zetlandia de toda expedición científica o militar. En todo caso, según las informaciones recibidas. Nuestros losanistas han propuesto diferentes hipótesis sobre el tema, de las que no se deduce una conclusión clara.
Regreso a Entia, Stanislaw Lem.
Retorno a Entia (o traducido con literalidad, Inspección sobre el terreno) es una obra tardía, de los años ochenta del siglo XX, de Stanislav Lem. Por aquel entonces, este escritor de ciencia ficción se hallaba enfrascado en la llamada biblioteca del siglo XXI, una serie de escritos experimentales consistentes en prefacios a libros inexistentes. Ese formato que le permitía una gran libertad creativa, al poder abordar, en extensiones cortas, temas que sería complicado convertir en ficciones. Como consecuencia, su obra estrictamente de ciencia ficción -y la de especulación científica- decayó un tanto. Aún llego publicó obras magníficas como Fiasco, pero otras, como Paz en la tierra, no pasan de una compilación mal trabada de cuentos aislados. Retorno a Entia se resiente un tanto de esa misma falta de unidad, pero a pesar de eso creo que pertenece a sus mejores obras.
Su protagonista es Ijon Tichy, personaje recurrente en la vertiente humorística de la producción de Lem -aunque a veces se nos hiele la sonrisa con sus desventuras-. En Retorno a Entia, Tichy traba contacto con un organismo oficial suizo, a cargo de preparar las futuras relaciones diplomáticas de la tierra con civilizaciones extraterrestres. Con ese objetivo, esa institución ha recopilado toda la información existente otros planetas -por ejemplo, la contenida en los relatos del propio Tichy, e incluso ha desarrollado un ordenador capaz de realizar predicciones de sucesos venideros, una de las cuales traerá consecuencias desconcertantes a Tichy: los dos estados que se reparten el planeta Entia exigen que el astronauta se retracte de sus informes sobre el planeta, sin relación alguna con la realidad. Intentando descubrir la razón de esa indignación, Tichy pide acceso a la información que custodia el instituto suizo, a cuyo examen se dedica buena parte del libro. Al final, no le queda otro remedio que viajar a la propia Entia, de ahí la Inspección sobre el terreno a la que hace referencia el título original.
De ese resumen, pueden ver que la novela es un tanto deslavazada, compuesta de múltiples partes que no acabarían de encajar bien. Tanto más cuanto que la sección central es el informe de una investigación bibliográfica, acumulación de múltiples testimonios aislados -y contradictorios- sobre la historia y la civilización de Entia, lo que podría tornar la narración en árida, tendiente a perderse en meandros y vericuetos, Sin embargo, aunque tarda en arrancar, ese descubrimiento paulatino de una civilización alienígena, incomprensible desde nuestro parámetros, consigue atraparte y fascinarte. La novela tiene una tema claro -mejor dicho, varios- que al final engarzan de manera magistral y conducen a un final demoledor. Conclusión que se desvela en las últimas páginas, pero no de manera espectacular y deslumbrante, sino oculta y solapada: si no se está atento, se puede pasar por alto el párrafo decisivo, ése que da sentido a todo y revela la razón -y el motivo- de los muchos misterios que han ido apareciendo a lo largo de la trama.
Entre esos temas, figura uno que es central al pensamiento de Lem, casi una obsesión en toda su obra : en el caso de que nos encontremos con una civilización extraterrestre, ¿podríamos llegar a comprenderla? En el caso de Entia, el obstáculo para llegar a ese entendimiento no estriba tanto en en la dificultad de comunicación y traducción, sino en el del volumen de información que una civilización avanzada genera. Es decir, cómo organizarla y clasificarla en un conjunto coherente, en el sentido de decidir qué es cierto y qué no lo es, qué refleja realmente una realidad existente, qué es producto del error o la distorsión. Estas dificultades, casi imposibilidades, quedan claro en esa larga sección central de investigaciones bibliográfica de Ijon Tichy, en donde cada dato nuevo que (nos) descubre, bien contradice lo ya aprendido, bien plantea nuevos problemas, bien es irrelevante la hora de obtener respuestas. Lo que Lem quiere poner de manifiesto es que ninguna civilización, mucho menos una planetaria, es monolítica, tal y como ocurre en nuestro propio planeta.
Nos guste o no, como bien descubrieron los postmodernos, toda información no es objetiva. Tan importante como el objeto descrito son los prejuicios, los errores, la ignorancia y la ideología del narrador. Esto conduce a que elementos cruciales para entender el desarrollo histórico son silenciados por el narrador -voluntaria o involuntariamente-, mientras que otros irrelevantes son traídos a primer plano. Por ejemplo, las fuentes históricas antiguas de nuestro planeta son, en su mayoría, descripciones de batallas, mientras que la realida socioeconómicas brilla por su ausencia. Estos desenfoques podrían ser solventables, pero el auténtico problema es de otra índole, como bien descubre Tichy: los supuestos ideológicos de los narradores producen relatos diametralmente opuestos del mismo fenómeno, sin que un observador externo pueda decidir cuál es cierto y cuál es falso. Entre otras cosas, porque ninguno lo es por entero. Ambos son verdaderos y falsarios al mismo tiempo, igual de válidos a la hora de explicar una misma realidad que se resiste a ser desentrañada.
De ahí surge una nueva paradoja inevitable: cuándo Tichy viaje finalmente a Entia, lo que descubre allí poco tiene que ver con lo estudiado en la tierra. En concreto, el país de Losania, una de las dos civilizaciones que se reparten Entia, ha construido una suerte de utopía en este mundo: mediante la utilización de nanomáquinas han construido la llamada Etosfera. Aunque esas nanomáquinas no tienen gran capacidad de proceso -ni poseen consciencia propia- su colaboración en modo enjambre consigue que sea imposible cometer actos criminales, ya sea de manera voluntaria e involuntaria. Si alguien intenta asesinar a otro -o sus acciones lo ponen en peligro de muerte- esas nanomáquinas crearan obstáculos físicos insuperables a su plasmación. Sin necesidad de tribunales, castigos o cárceles, la justicia se hace realidad en todos los ámbitos de la vida, hasta tal extremo que la supervivencia -y la felicidad- de todos los losanienses está asegurada durante todo su vida.
Sin embargo -en un giro cínico muy propio de Lem-, esa bendición es al mismo tiempo una maldición, cuya extensión e irreversibilidad se reflejan en la conclusión final de la novela. No es ya que esa Etosfera sea irreversible: si alguien intentase desactivarla, ella misma detendría, de manera pacífica, sus intentos. Sin destriparles el final, la razón estriba en otra de las obsesiones de Lem: la finitud de nuestros cerebros -y el dominio que nuestros prejuicios tienen sobre nuestro entendimiento- impide que seamos conscientes de fenómenos que sobrepasan nuestra escala temporal y corporal. Al igual que las hormigas, de cuya concepción del mundo nosotros no formamos parte, existen sucesos y fenómenos cuya existencia nos es desconocida por completo, aun cuando de ellos dependa nuestro futuro y supervivencia.
Entidades situadas fuera de nuestro plano de percepción, cuya importancia vislumbraremos fugazmente en esa conclusión final, deslumbrante como un relámpago.
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