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domingo, 10 de febrero de 2019

Madurar






































Esperaba con gran ilusión poder ver Mirai no Mirai (Mirai del futuro o, simplemente, Mirai), la última película de Mamoru Hosoda. Sin embargo, aquí y allá, entremezcladas con las habituales críticas entusiasmadas, había otras que mostraban desengaño y decepción. Éstas me preocupaban más que aquéllas, puesto que si se confirmaban, podían apuntar al inicio de la decadencia de un autor sólido, llevado a ser uno de los grandes del anime. Y no por un posible patinazo ocasional en esta cinta, sino porque Bakemono no Ko (El niño y la bestia, 2015), ya era bastante insatisfactoria. Su brillante factura técnica, su pericia en la animación, estaban al servicio de una historia intrascendente, acúmulo de clichés, de esos que astragan la mayoría de los animes actuales.

Una vez vista Mirai no Mirai, entiendo la razón de las críticas. La última película de Hosoda presenta el aspecto de una obra menor. Excepto unas breves incursiones en lo fantástico, su metraje transcurre casi por entero en el interior de una casa, observando las evoluciones de cuatro personajes: un joven matrimonio, su hijo de corta edad y la recién nacida que acaban de tener. Su historia es, por tanto, muy simple, casi prosaica e intranscendente, puesto que se resume en la descripción de los problemas de adaptación de esa familia. Tanto los de los esposos, que tienen que bregar con sus trabajos, un vástago más y los problemas que les causa la actitud celosa del otro, como la de éste último, que debe aceptar la presencia de su hermana y reconocer las dificultades y dedicación de sus progenitores.

De aquí surge el principal pero que se le puede poner a Mirai. Gran parte de su metraje es un ejemplo de lo que los franceses llaman Tranchées de vie, los ingleses Slices of life, y nosotros, costumbrismo, aunque ese término tenga connotaciones muy negativas en nuestra lengua. Ese realismo comedido, tanto en los conflictos y su presentación visual, casa mal con las partes más fantasiosas, que podría pensarse pertenecen a otra película distinta, como la Bakemono no Ko antes citada. La película puede dar así la impresión de marchar a trompicones, de realizar saltos que no están justificados ni bien trabados. Torpeza tanto más llamativa cuando Hosoda sí había conseguido antes integrar a la perfección fantasía y realidad, como demostraban Toki wo kakero shoujo (La chica que saltaba a través del tiempo, 2006) y Ookami no Kodomo: Yuki to Ame (Los niños lobo: Ame y Yuki, 2012).

Sin embargo, no es exactamente así, o no lo es por completo. Esas premisa fantástica queda limitada, en realidad, a meras transiciones entre escenas. Las que permiten mostrar, sin recurrir a flashbacks, las vivencias y experiencias de varias generaciones, pasadas, presentes y futuras, de una misma familia. No en el presente compartido, sino cada una en su tiempo original, de manera que el protagonista de la película, el hijo de matrimonio, pueda contemplarlas con sus propios ojos, compartirlas y experimentarlas de manera directa.  Así, una vez efectuados esos tránsitos temporales, la historia continúa en su tono de realismo sobrio y plácido, narrando sin aspavientos lo que podría calificarse de banalidades, pero que en realidad es el substrato donde se enraíza, crece y florece nuestra personalidad. La presente y la por llegar.

El tema central de la película se corresponde así con una constante en el cine de Hosoda, Todas sus obras, excepto la primera, giran alrededor de la familia. De la vida dentro de ella, de la dificultad, casi insuperable, de convivir con quienes te han tocado en suerte. De la necesidad, inevitable, de llegar a componendas y compromisos, de aprender a querer a tus familiares en lo que son y lo que significan. Descubrimiento y aceptación que son la aventura del protagonista de Mirai, ese niño dominado por los celos ante la llegada de su hermana y la pérdida parcial del cariño de su madre que ella supone. Un conflicto que se resuelve mediante esas incursiones al pasado y al futuro, en donde descubre que esas fracturas y separaciones, entre su hermana y él, entre su madre y él, no son tales. 

Que su madre fue un niño como él, con los mismos problemas e inclinaciones. Que le espera el cariño futuro de su hermana. Que esos lazos, con quienes están presenten y con quienes ya no lo están, con inquebrantables.

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