The Gospel writers, on the other hand, lived in other parts of the world, probably major cities scattered throughout the empire. Their language was Greek, not Aramaic. They never indicate that they interviewed eyewitnesses (I'll say more in this in a moment). They almost certainly did not go to Palestine to make enquiries among the people who knew Jesus during its lifetime -for example, trough interpreters-. They inherited their stories in Greek. These stories had been in circulation for years and decades before they themselves heard them. There had been stories, of course, during Jesus's lifetime, tales of his activities, sayings, and death. These would have been told in Aramaic, in Palestine. Some of these stories came to be translated into Greek and circulated in Christian communities in that form. Other stories were almost certainly constructed originally in Greek (as I will show in a later chapter). The unknown authors of these Gospels may well have been raised on theses stories as Christians from their youth. Or possibly they converted as adults and heard the stories as recent converts. When they wrote their accounts, they obviously put their own spin on the stories. But the vast majority of the stories themselves had been circulated by word of mouth for forty or fifty years, or more, before these authors put them together into their extended narratives.
Bart D. Ehrman, Jesus before the Gospels
Los autores de los Evangelios, por otra parte, vivieron en zonas distintas del mundo, con toda probabilidad en grandes ciudades repartidas a lo largo del imperio. Su lengua era el Griego, no el Araméo. Nunca insinuaron que hubieran entrevistado a testigos oculares (más dentro de poco). Con casi completa certeza no viajaron a Palestina para investigar entre las personas que habían conocido a Jesús durante su vida - por ejemplo, mediante intérpretes-. Las historias las recibieron ya en Griego. Unas historias que habían estado en circulación durante años y décadas antes de que ellos mismos las escuchasen. Hubo, por descontado, historias durante la vida de Jesús, relatos de sus hechos, dichos y muerte. Se habrían narrado en Arameo, en Palestina. Algunas de esas historias acabaron siendo traducidas al Griego y circularon en esa forma entre las comunidades cristianas. Otras se compusieron, con toda seguridad, ya en Griego (como mostraré en un capítulo posterior). Los autores anónimos de los Evangelios pueden haber crecido escuchando esas historias desde su niñez. O puede que se convirtieran de mayores y las escucharan como neófitos. Cuando escribieron sus narraciones, es obvio que añadieron su propio punto de vista. Pero la vasta mayoría de las historias habían circulado de boca en boca durante cuarenta, cincuenta o más años, antes de que estos autores las compilasen en narraciones extensas.
En una entrada anterior, les había comentado como los miticicistas -quienes niegan la existencia histórica de Cristo- basaban sus argumentos en un hecho indiscutible: la inmensa dificultad, casi insuperable, en determinar quién fue ese personaje en realidad y cuáles fueron sus ideas. Las múltiples contradicciones entre los evangelios, unidos a que sus redactores intentan hacer pasar sus propias ideas por las de Cristo, ocultan por completo la posible figura real de este personaje histórico. De hecho, cuando los estudiosos modernos, del siglo XVIII hasta ahora, han abordado la investigación, no han conseguido llegar a un consenso. Han surgido casi tantos Cristos como investigadores, trasuntos, esta vez, de las ideas políticas modernas de los estudiosos.
Ehrman, como tantos otros, acepta el reto de llegar al Cristo histórico y tengo que admitir que su reconstrucción me parece muy verosímil. El Jesús que describe no es el fundador de una nueva religión, creador de un corpus doctrinal y de conducta cerrado y definido. Es un profeta judío, como tantos otros de los muchos que surgieron en la Palestina del siglo I, ocupada por los romanos. En su caso, proponente de una visión apocalíptica de la historia, según la cual el reíno de Dios estaba pronto a instaurarse, no en un futuro más o menos lejano, o en un paraíso ultraterreno, sino en el aquí y ahora. Antes de que algunos de sus oyentes conociesen la muerte, el Mesias vendría a esta tierra, poniendo punto final a la enfermedad, la injusticia, el sufrimiento y la muerte. Debido esa proximidad, seguir a rajatabla la ley mosaica no importaba demasiado, puesto que el final de los tiempos ya había sido decidido y sus efectos eran visibles para todo el que quisiese ver.