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sábado, 31 de agosto de 2019

Intentando encontrarle un sentido (y III)

The Gospel writers, on the other hand, lived in other parts of the world, probably major cities scattered throughout the empire. Their language was Greek, not Aramaic. They never indicate that they interviewed eyewitnesses (I'll say more in this in a moment). They almost certainly did not go to Palestine to make enquiries among the people who knew Jesus during its lifetime -for example, trough interpreters-. They inherited their stories in Greek. These stories had been in circulation for years and decades before they themselves heard them. There had been stories, of course, during Jesus's lifetime, tales of his activities, sayings, and death. These would have been told in Aramaic, in Palestine. Some of these stories came to be translated into Greek and circulated in Christian communities in that form. Other stories were almost certainly constructed originally in Greek (as I will show in a later chapter). The unknown authors of these Gospels may well have been raised on theses stories as Christians from their youth. Or possibly they converted as adults and heard the stories as recent converts. When they wrote their accounts, they obviously put their own spin on the stories. But the vast majority of the stories themselves had been circulated by word of mouth for forty or fifty years, or more, before these authors put them together into their extended narratives.

Bart D. Ehrman, Jesus before the Gospels 

Los autores de los Evangelios, por otra parte, vivieron en zonas distintas del mundo, con toda probabilidad en grandes ciudades repartidas a lo largo del imperio. Su lengua era el Griego, no el Araméo. Nunca insinuaron que hubieran entrevistado a testigos oculares (más dentro de poco). Con casi completa certeza no viajaron a Palestina para investigar entre las personas que habían conocido a Jesús durante su vida - por ejemplo, mediante intérpretes-.  Las historias las recibieron ya en Griego. Unas historias que habían estado en circulación durante años y décadas antes de que ellos mismos las escuchasen. Hubo, por descontado, historias durante la vida de Jesús, relatos de sus hechos, dichos y muerte. Se habrían narrado en Arameo, en Palestina. Algunas de esas historias acabaron siendo traducidas al Griego y circularon en esa forma entre las comunidades cristianas. Otras se compusieron, con toda seguridad, ya en Griego (como mostraré en un capítulo posterior). Los autores anónimos de los Evangelios pueden haber crecido escuchando esas historias desde su niñez. O puede que se convirtieran de mayores y las escucharan como neófitos. Cuando escribieron sus narraciones, es obvio que añadieron su propio punto de vista. Pero la vasta mayoría de las historias habían circulado de boca en boca durante cuarenta, cincuenta o más años, antes de que estos autores las compilasen en narraciones extensas.

En una entrada anterior, les había comentado como los miticicistas -quienes niegan la existencia histórica de Cristo- basaban sus argumentos en un hecho indiscutible: la inmensa dificultad, casi insuperable, en determinar quién fue ese personaje en realidad y cuáles fueron sus ideas. Las múltiples contradicciones entre los evangelios, unidos a que sus redactores intentan hacer pasar sus propias ideas por las de Cristo, ocultan por completo la posible figura real de este personaje histórico. De hecho, cuando los estudiosos modernos, del siglo XVIII hasta ahora, han abordado la investigación, no han conseguido llegar a un consenso. Han surgido casi tantos Cristos como investigadores, trasuntos, esta vez, de las ideas políticas modernas de los estudiosos.

Ehrman, como tantos otros, acepta el reto de llegar al Cristo histórico y tengo que admitir que su reconstrucción me parece muy verosímil. El Jesús que describe no es el fundador de una nueva religión, creador de un corpus doctrinal y de conducta cerrado y definido. Es un profeta judío, como tantos otros de los muchos que surgieron en la Palestina del siglo I, ocupada por los romanos. En su caso, proponente de una visión apocalíptica de la historia, según la cual el reíno de Dios estaba pronto a instaurarse, no en un futuro más o menos lejano, o en un paraíso ultraterreno, sino en el aquí y ahora. Antes de que algunos de sus oyentes conociesen la muerte, el Mesias vendría a esta tierra, poniendo punto final a la enfermedad, la injusticia, el sufrimiento y la muerte. Debido esa proximidad, seguir a rajatabla la ley mosaica no importaba demasiado, puesto que el final de los tiempos ya había sido decidido y sus efectos eran visibles para todo el que quisiese ver.

miércoles, 28 de agosto de 2019

Intentando encontrarle un sentido (y II)

The point of this brief sketch is not to indicate what Jewish children learned in their fifth-grade history classes; indeed, there is no way for us to know whether a children like Jesus would ever have even heard of such important figures from the remote past as Alexander the Great or Ptolemy. But the historical events leading up to his time are significant for understanding its his life because of their social and intellectual consequences, which affected the lives of Palestinian Jews. For it was its response to the social, political, and religious crises of the Maccabean period that the Jewish "sects" of Jesus's day (e.g. the Pharisees, Saduccees and Essenes) were formed, and it was the Roman occupation that led to numerous nonviolent and violent uprising during Jesus's time, uprisings of Jews for whom the foreign domination of the Promised Land was both politically and religiously unacceptable. Moreover, it was the overall sense of inequity and the experience of suffering during these times that inspired the ideology of resistance known as "apocalypticism", a worldview that was shared by a number of Jews in first-century Palestine.

Bart D. Ehrman, Jesus: Apocalyptic Prophet of the new millenium.

El objeto de este breve esbozo no es indicar qué aprendían los niños judíos en sus clases de historia de quinto curso; en realidad, no hay medio alguno de saber si un niño como Jesús pudo haber oído de personajes tan importantes del pasado remoto como Alejandro Magno o Ptolomeo. Sin embargo, los acontecimientos históricos que llevaron a su época son relevantes para entender su vida, debido a sus consecuencias sociales e intelectuales, con efectos sobre la vida de los judíos palestinos. En respuesta a la crisis social, política y religioso del periodo Macabeo surgieron las "sectas" judías del tiempo de Jesús (por ejemplo, los Fariseos, los Saduceos y los Esenios), mientras que la ocupación romana condujo a numerosos levantamientos, violentos y no violentos, durante la época de Jesús, movimientos judíos para quienes la ocupación extranjera de la Tierra Prometida era inaceptable, tanto política como religiosamente. Es más, el sentimiento general de desigualdad y la experiencia del sufrimiento durante esas épocas inspiraron la ideología de resistencia conocida como "apocalipticismo", una visión del mundo compartida por numerosos judíos de la Palestina del siglo.

Aunque no comparta las conclusiones de los miticicistas sobre la figura de Jesús, tengo que admitir que sus argumentos señalan a un problema fundamental: nuestro conocimiento sobre el fundador del cristianismo es muy sumario. De hecho, si eliminamos de los evangelios los pasajes que se contradicen y nos quedamos en exclusiva con aquéllos en que concuerdan, el resultado no llega a ocupar una cuartilla.

En resumen: Un judío nacido en Nazaret empezó a predicar por Galilea, donde aquirió fama como sanador y milagrero, además de demostrar estar dotado de gran carisma. Con esas armas, reunió un grupo de seguidores, no muy nutrido, del que doce de ellos eran los más cercanos, los destinados a continuar su obra. En un determinado momento, subió a Jerusalem para celebrar la Pascua, donde tuvo encontronazos con las autoridades judías y romanas. Temeroso de un posible tumulto que llevase a una rebelión, el gobernador romano ordenó su crucifixión, ejecutada de inmediato. Un poco tras su muerte, los discípulos que no se habían dispersado comenzaron a difundir la historia de que su maestro había resucitado.

Eso es todo.

domingo, 25 de agosto de 2019

Intentando encontrarle un sentido (y I)

The (sometime) atheist opinion of the Bible as nonhistoricial is no better than the (typical) fundamentalist opinion. The reality is that the authors of the books that became the Bible did not know they were producing books that would later be considered scripture, and they probably had no intention of producing scripture. The Gospel writers - anonymous Greek speaking Christians living thrirty-five to sixty-five years after the traditional date for Jesus's date - were simply writing down episodes that they had heard from the life of Jesus. Some of these episodes may be historically accurate, others may not be. But the authors did not write thinking they were providing the sacred scriptures for the Christian tradition. They were simply writing books about Jesus.

Did Jesus Exist? The historical Argument for Jesus of Nazareth. Bart D. Ehrman

La consideración de la Biblia como ahistórica por (algunos) ateos no es mucho mejor que la (típica) opinión de los fundamentalistas. La realidad es que los autores de los libros que acabarían componiendo la Biblia no sabían que estaban creando libros que más tarde se considerarían sagrados y probablemente no tenían esa intención. Los evangelistas -cristianos anónimos de habla griega que vivieron entre treintaycinco y sesentaycinco años tras la fecha tradicional de la muerte de Jesús-, estaban simplemente escribiendo los episodios de la vida de Jesús que habían oído. Algunos de estos episodios pueden ser históricamente ciertos, otros no. Pero estos autores no los escribieron pensando que estaban creando las sagradas escrituras de la tradición cristiana. Simplemente estaban escribiendo libros sobre Jesús.


Supongo que no les sorprenderá saber que soy ateo. No desde que tengo uso de razón, sino como resolución del conflicto al que me llevó mi doble educación. En mi adolescencia, se oponían dentro de mí el haber asistido a un colegio religioso -de curas, que se decía entonces- contra la indiferencia, cuando no rechazo, hacia la religión, imbuida por mi pertenencia a una familia de izquierdas. De   la izquierda de verdad, la que consideraba la religión organizada como una lacra a extinguir. Así, durante varios años me perdí por los laberintos de la fe, confiando en encontrar una señal que me convenciera de la existencia de ese ser divino al modo cristiano, omnipotente y omniscente, todo amor y compasión. No tuve ninguna revelación, de manera que durante los ochenta fui virando al agnosticismo, para desembocar en el ateísmo a principios de los noventa. Conclusión que me sirvió para encontrar cierta paz espiritual, ya que con ella se terminaron mis comeduras de tarro religiosas.

Como secuela de mi combate con la fe -si quisiéramos decirlo así-, me quedó una fascinación por el hecho religioso, tanto en sus manifestaciones artísticas como en su historia y evolución. De ahí que mi biblioteca esté repleta de libros de un estudioso estadounidense, Bart D. Ehrman, experto en el cristianismo primitivo, que abarca de los siglos I al IV. Su enfoque analítico, producto de una evolución espiritual similar a la mía, se base en aplicar una metodología de trabajo estrictamente histórica. Los evangelios, por ejemplo, se consideran como un texto similar a tantos otros de la antigüedad, producto de un momento y una ideología determinada, que es esencial identificar y clasificar con precisión. Sólo así se podrá entenderlos y valorarlos en su justa medida. Es necesario, por tanto, analizarlos de manera crítica para determinar qué es histórico en ellos, discerniéndolo de deformaciones y manipulaciones, ya sean interesadas o producto de errores, introducidas copia tras copia de los manuscritos originales.

jueves, 22 de agosto de 2019

Espacios Negativos

Antonio Sant'Ellia, La ciudad nueva

La arquitectura es un arte distinta a todas las demás: es la única útil. Podemos vivir sin música, sin pintura, sin literatura, pero no podemos vivir sin arquitectura. Necesitamos, aunque sea una choza, para poder refugiarnos de las inclemencias del tiempo, para conservar nuestro calor corporal, para protegernos de enemigos y depredadores. Por esa razón, la arquitectura es una realización humana limítrofe, que necesita de la ciencia y de la técnica para poder plasmarse en la realidad, en habitable, pero al mismo tiempo es extraña a todas ellas: la belleza le es inherente. En otras ingenierías, la belleza es un añadido, un plus, un extra, pero nadie quisiera vivir en un edificio que no fuera hermoso, que no lo representase. Si tal ocurriera, la vida sería un poco más insoportable, más inhabitable, de lo que es de ordinario.

No es de extrañar, por tanto, que en la historia de la arquitectura se encuentren fenómenos que sean extraños, raros, ajenos a las otras artes e ingenierías. Por ejemplo, que lo no construido, lo proyectado pero nunca plasmado, lo que quedó relegado a mero sueño y fantasía pueda tener tanta importancia, incluso más, que lo que se erigió en un lugar determinado, con piedra, metal y cristal real, gracias al trabajo de incontables trabajadores, cuyos nombres quedaron para siempre en el olvido. Es más, que aunque lo proyectado quedase reducido a maquetas, planos, diseños o esbozos apenas garabateados, influyó de manera decisiva en los arquitectos que siguieron a su creador. Se convirtieron en sus discípulos, llevaron a cabo, aunque fuera de manera fantasmal e imperfecta, lo que la adversidad, el desinterés, las limitaciones técnicas, tornaron en su momento imposible. O incluso siguen siéndolo.

domingo, 18 de agosto de 2019

Caleidoscopios históricos (VII)

Esa es la verdad: ¿qué me he creído? ¿Que porque me fue mal fuera de las fronteras, a los treinta y pico de años, puedo compararme en daños con éstos que nacieron veinte años más tarde? Velos. A la edad que tu te acogiste a España -en 1914- despertaron en la guerra. Tú venías huyendo, ellos no pudieron hacerlo y la sufrieron. Tal vez no conocieron los campos a los que te viste arrastrado. Mas ¿cómo crecieron? Pudiste educarte en una escuela atea, siéndolo o no, y pudiste escoger, ellos no. Crecieron en un ambiente en que les enseñaron (aunque no lo creyeran) que sus padres eran unos asesinos y gente de la peor ralea. Los educaron contra sí mismos. Tan opuestos a sí mismos que -tal vez- alguno, para protestar contra lo que le atosigaba diariamente, sin contemplaciones, durante toda su adolescencia, se hizo pederasta. De todos modos, entre plegaria, blasfemia, iniquidades, vergüenzas, mentiras, represiones, castigos, inhabilitaciones, multas, destierros, afrentas, a pan y agua crecieron con la ilusión de un mundo mejor, evidente tras las fronteras, al alcance de la mano; un mundo justo donde nosotros estábamos viviendo. Hablo de los nacidos de 1920 a 1930. Centenares de miles de hijos de liberales y republicanos y aun de falangistas y fascistas de buena fe. Tal vez no eran muchos estos últimos, pero los había, Bástate con los primeros que llamaron multitud. ¿Sabes lo que fue su niñez -la guerra-, su adolescencia, -la guerra, la otra, más la represión- y falsas glorias españolas repartidas a manos llenas y el Imperio, y la  Hispanidad, y Cara al Sol? No hablo de los presos, de las represalias, de los represaliados, de los asesinados, eran sus padres, a menos que se hubieran convertido en ausentes o en seres tristes, escondidos de los demás y de sí mismos. O en traidores. Y no me salgas con el hambre que, a lo sumo, todos pasamos la misma, con la sola diferencia de que ellos, en general, no alcanzaban la razón. Tuvieron hambre en la base misma de su vida. Evidentemente una vida así no es para favorecer los entrañables lazos familiares.

Max Aub, La Gallina Ciega. Diario español.

Al examinar la obra de Max Aub, es fácil darse cuenta que gira, por entero, alrededor de un mismo hecho traumático: la Guerra Civil. Ese conflicto quedó novelado en el ciclo de El laberinto mágico -o los seis Campos, si lo prefieren-, que les ido comentando en las últimas semanas. Sin embargo, la contienda impregna y marca toda su obra, aparecía ya antes de que se comenzase la escritura del ciclo novelístico, en obras de teatro, ensayos y cuentos, y continúo haciéndolo hasta el final de su vida. Es más, ciertos hilos argumentales abiertos en El laberinto mágico, los destinos de bastantes de sus personajes, ya sean secundarios o principales, van a hallar continuación y conclusión en cuentos y relatos. Obras situadas aparte del ciclo, desgajadas del mismo, pero que podemos considerar como un único universo, imbuidas de la misma preocupación testimonial que la narración principal, necesarias para que todo acabe cobrando sentido.

En ese corpus extendido de El laberinto mágico se puede incluir La gallina ciega. No es una obra de ficción, una pieza teatral o un ensayo, sino un diario. Unas anotaciones, además, que al contrario que un diario al uso, estaban pensadas desde el inicio para su publicación, como si fueran un informe destinado a un público concreto, el de los españoles de dentro y fuera de España, el de los exiliados y el de quienes se habían quedado atrapados, encerrados, en la España de Franco. Porque la gallina ciega es el relato del viaje que Aub, en 1969, ya anciano -moriría en 1972-, realizó por la España de las postrimerías del franquismo, con permiso especial de las autoridades.

miércoles, 14 de agosto de 2019

Caleidoscopios históricos (VI)

Este es el lugar de la tragedia: frente al mar bajo el cielo, en la tierra. Éste es el puerto de Alicante, el treinta de marzo de 1939. Las tragedias siempre suceden en un lugar determinado, en una fecha precisa, a una hora que no admite retraso.

El cielo está cubierto porque tiene vergüenza de lo que va a suceder. Dios es el responsable de las desgracias humanas, aunque en su indiferencia no lo quiera reconocer. Quiero dejar esto sentado de una vez, no volveré a mencionarlo porque no vale la pena.  Lo mismo da, para el hombre, que Dios exista o no; la pena es idéntica. ¿Qué mal le ha hecho al cielo haciéndose? ¿Para qué las tristezas son aquí más punzantes? ¿Por qué la tierras más secas o más fértiles que en otros lugares?

-No es cierto- rectifica. Pero es una tragedia y viviré para contarla. Lo que debo hacer es tomar notas desde ahora.

Max Aub. Campo de almendros.

Con Campo de Almendros se cierra El laberinto Mágico, el ciclo novelístico que Max Aub dedicó al via crucis, calvario y muerte de la Segunda República. Es la novela más larga de todas, casi el doble que la siguiente en extensión, Campo de Sangre, pero no puede ser de otra manera: el tema así lo exige. Se trata de narrar los últimos días de la República y los primeros del nuevo régimen dictatorial, descritos como si de un descenso a los infiernos se tratase. Primero, la tensa calma en la zona republicana antes de la debacle final, que aún parece increíble. Luego, la huida desesperada de toda aquél que se distinguió, aunque fuera en lo mínimo, hacia los puertos, huyendo de las tropas nacionales, en pos de los barcos que se supone habrían de evacuarlos. Una vez allí, en los puertos, la angustiosa espera por unos transportes, ya fueran mercantes, ya buques de guerra, que nunca llegan, en medio de una barahúnda de rumores, aprisionados, atenazados, por una multitud cada vez más nutrida, cada vez más exasperada. Al final, la desilusión, el derrumbe de todas las esperanzas de salvación, seguido por el transporte a campos de prisioneros, la clasificación en categorías, la saca, aleatoria y arbitraria, de los que van a ser fusilados de inmediato, olvidados en cárceles.

No es una lectura fácil. Tampoco debió serlo escribir esa novela. La amargura, el desaliento, la indignación, la consciencia de la injusticia que se estaba cometiendo son presentes en todas las páginas. Al igual que a todo lo largo de todo el ciclo, Aub ofrece una visión polifónica del conflicto, a través de sus muchos participantes en el bando republicano. Vemos así cuantos destinos han sido tronchados, cuantos personas de valía, los que necesitaba el país para progresar, van a ser extirpados  de su seno, por capricho, por mala suerte, por envidia, por venganza. Todos a merced de los arbitrios del vencedor, a quien puede la sed de revancha, la borrachera del triunfo, la insaciable codicia por el botín que ha caído en sus manos. Sentir colectivo, universal, que fuerza esa extensión inusual del relato, pero también privado y personal, cercano y reconocible. En medio de ese maelstrom humano, arrastrados por sus corrientes,  destrozados en las rocas que esconden, resurgen viejos conocidos. Los enamorados Vicente Dalmases y Asunción Meliá, en perenne búsqueda mutua en medio de la confusión. Templado y Cuartero, encallados sin posibilidad de escape en el último bastión republicano. Todos condenados sólo por haber pertenecido al bando perdedor.

domingo, 11 de agosto de 2019

Caleidoscopios históricos (V)

Traidores todos: los republicanos, los anarquistas, los socialistas; ni que decir tiene: los fascistas, los conservadores, los liberales; traidores todos, traidor, el mundo. Si el mundo es traidor, nadie lo es. Pero lo son: Casado, Besteiro, Mera, el padre de Lola, yo. Traidor yo a Asunción. Todos traidores. Unos por haberlo hecho con pleno conocimiento de causa, otros por haberse dejado arrastrar, traidores por cobardía, por dejadez, por imbéciles, por ciegos, por sordos, por callados. Traidores por desesperanza, indiferencia, saciedad, conveniencia; por vileza, por humildad -¿por humildad?-. Sí, por envidia, por celos, por amargor, ofuscación, prejuicios; por tontos, necios, ingeniosos; traidores por instinto, por distracción, por error, por sobra de imaginación, por incredulidad, por imprevisión, por ignorancia, por inexpertos, por salvajes, por dejarse llevar por la ocasión, por cálculo y falsos cálculos. Por dejar en el atolladero a los demás, por salvar el pellejo, por creerlo conveniente, por incomprensión, por confusos -traidores por aproximación-, por fútiles, por medianos, por mediocres, por la fama, la oportunidad, la importancia que les dará.

Max Aub, Campo del Moro. 

Ya les había comentado que El laberinto Mágico, el ciclo novelístico de Max Aub sobre la Guerra Civil, no es realmente una crónica de ese conflicto, sino una descripción de la agonía de la Segunda República. Campo de Sangre tenía como gozne la batalla de Teruel, momento en que la guerra se volvió en contra del bando republicano, arrebatándola cualquier posibilidad la victoria final, dejando sólo abierto en qué condiciones, más o menos penosas, se decidiría la paz. Campo Francés, por su parte, se centraba en las penalidades de los exiliados en Francia tras la caída de Cataluña. En ese país, los refugiados no fueron acogidos como los correligionarios políticos que suponían ser, sino que fueron recluidos en campos de internamiento, considerados como extranjeros peligrosos, de los que se sospechaba la intención de minar el sistema político francés.

Campo del Moro, la quinta novela del ciclo, relata otra etapa de ese Via Crucis, la penúltima y quizás más dolorosa. En el último mes de la guerra, marzo de 1939, se desato una guerra civil dentro de la guerra civil, enfrentando a republicanos contra republicanos. Por un lado, el coronel Casado, parte de la jerarquía del PSOE, encabezado por Besteiro, además del apoyo crucial de las tropas anarquistas de Cipriano Mera. Por el otro, las unidades comunistas y el resto del partido socialista, comenzando por el propio presidente del gobierno, Juan Negrín. Los combates se centraron en Madrid, medio sitiada por los franquistas, que observan complacidos desde sus posiciones como la República se desmoronaba ella sola.

domingo, 4 de agosto de 2019

Caleidoscopios históricos (IV)

Weicsen: Me van a expulsar y me duele horriblemente. Desde que recuerdo, fui del partido.
Juan: ¿Qué has hecho?
Weicsen: Provocar yo mismo mi expulsión.
Juan: No te entiendo.
Weicsen: Siempre luché por lo que consideré no sólo justo, sino irremediable.
Juan: ¿Y? ¿Ya no crees en la victoria del proletariado?
Weicsen: Sí. Pero a ese precio, no vale la pena.
Juan: ¿Qué precio?
Weicsen: La guerra.
Juan: ¿Crees que la firma del pacto germano-soviético es la guerra?
Weicsen: Sí
Juan: ¿Te das cuenta que va a ganar la URSS?
Weicsen: Desde aquí encerrados, fuera de juego como estamos, es posible que se pueda considerar así. Pero piensa en los millones de trabajadores que van a morir.
Juan: ¿No habíamos quedado en que de todos modos habría guerra?
Voz de Karpaty: ¿Queréis callar?
Weicsen: (más bajo) Es otra cosa. No se puede hacer lo que Stalin ha hecho. No es decente.
Juan: Pues lo hizo.
Weicsen: Contra ello me rebelo.
Juan: Te vas a quedar solo.
Weicsen: Lo sé.
Juan: Ni yo te dirigiré la palabra.
Weicsen: Lo sé.
Juan: Pediré que me trasladen a otra barraca.
Weicsen: No te preocupes, ya lo harán ellos por su cuenta.
Juan: Acabaras vendido
Weicsen: ¿Lo crees?
Juan: No, pero... podrías pensarlo un poco más.
Weicsen: Es inútil: le di la carta a Carlos.
Voz de Karpaty: ¿Queréis callar, hijos de Satanás? ¿No podéis discutir tonterías a otra hora?
Voces: ¡Chist! ¡Chist!
(Ruido de pasos de una patrulla)

Max Aub, Campo Francés.

El cuarto volumen de El laberinto Mágico, Campo Francés, es el más radical y vanguardista de toda la serie de novelas en la que Max Aub relató la Guerra Civil. De hecho, podría unirse a una corriente subterránea de la novela española de primeros de siglo, poco conocida y menos estudiada, que se caracteriza por su proximidad a los experimentos literarios que se estaban realizando en la Europa de aquella época. Se tendrían asi las novelas teatrales/teatro novelado de Galdós, ese atisbo del potsmodernismo que es Niebla de Unamuno, o el expresionismo desatado en forma de esperpento de El Ruedo Ibérico de Vallé-Inclán.

La originalidad de Campo Francés tiene sus raíces de su génesis compositiva. Si creemos el testimonio de Aub, ésta sería la primera novela compuesta del ciclo, escrita en el barco que le llevaba del Marruecos francés a México en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial. Estaría muy cercana a los hechos de la Guerra Civil, impregnada aún por el miedo y el odio de aquéllos años, sin que una  reflexión posterior hubiera ayudado a limpiar y equilibrar los ajustes. Más exacerbado aún, puesto que lo narrado es casi autobiográfico. El calvario del protagonista, detenido por las autoridades francesas bajo la sospecha de ser un extranjero indeseable, potencial elemento subversivo, replica el del mismo escritor, quien fue internado en un campo de internamiento al estallar la guerra mundial, tras solicitud de la nuevas autoridades franquistas, vía su embajada en París. En los siguientes dos años, su vida sería un continuo entrar y salir de prisiones y campos, de traslados y tránsitos, hasta ser deportado a Argelia, tras la derrota francesa a manos de Alemania y la institución del régimen pronazi de Vichy.