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domingo, 4 de agosto de 2019

Caleidoscopios históricos (IV)

Weicsen: Me van a expulsar y me duele horriblemente. Desde que recuerdo, fui del partido.
Juan: ¿Qué has hecho?
Weicsen: Provocar yo mismo mi expulsión.
Juan: No te entiendo.
Weicsen: Siempre luché por lo que consideré no sólo justo, sino irremediable.
Juan: ¿Y? ¿Ya no crees en la victoria del proletariado?
Weicsen: Sí. Pero a ese precio, no vale la pena.
Juan: ¿Qué precio?
Weicsen: La guerra.
Juan: ¿Crees que la firma del pacto germano-soviético es la guerra?
Weicsen: Sí
Juan: ¿Te das cuenta que va a ganar la URSS?
Weicsen: Desde aquí encerrados, fuera de juego como estamos, es posible que se pueda considerar así. Pero piensa en los millones de trabajadores que van a morir.
Juan: ¿No habíamos quedado en que de todos modos habría guerra?
Voz de Karpaty: ¿Queréis callar?
Weicsen: (más bajo) Es otra cosa. No se puede hacer lo que Stalin ha hecho. No es decente.
Juan: Pues lo hizo.
Weicsen: Contra ello me rebelo.
Juan: Te vas a quedar solo.
Weicsen: Lo sé.
Juan: Ni yo te dirigiré la palabra.
Weicsen: Lo sé.
Juan: Pediré que me trasladen a otra barraca.
Weicsen: No te preocupes, ya lo harán ellos por su cuenta.
Juan: Acabaras vendido
Weicsen: ¿Lo crees?
Juan: No, pero... podrías pensarlo un poco más.
Weicsen: Es inútil: le di la carta a Carlos.
Voz de Karpaty: ¿Queréis callar, hijos de Satanás? ¿No podéis discutir tonterías a otra hora?
Voces: ¡Chist! ¡Chist!
(Ruido de pasos de una patrulla)

Max Aub, Campo Francés.

El cuarto volumen de El laberinto Mágico, Campo Francés, es el más radical y vanguardista de toda la serie de novelas en la que Max Aub relató la Guerra Civil. De hecho, podría unirse a una corriente subterránea de la novela española de primeros de siglo, poco conocida y menos estudiada, que se caracteriza por su proximidad a los experimentos literarios que se estaban realizando en la Europa de aquella época. Se tendrían asi las novelas teatrales/teatro novelado de Galdós, ese atisbo del potsmodernismo que es Niebla de Unamuno, o el expresionismo desatado en forma de esperpento de El Ruedo Ibérico de Vallé-Inclán.

La originalidad de Campo Francés tiene sus raíces de su génesis compositiva. Si creemos el testimonio de Aub, ésta sería la primera novela compuesta del ciclo, escrita en el barco que le llevaba del Marruecos francés a México en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial. Estaría muy cercana a los hechos de la Guerra Civil, impregnada aún por el miedo y el odio de aquéllos años, sin que una  reflexión posterior hubiera ayudado a limpiar y equilibrar los ajustes. Más exacerbado aún, puesto que lo narrado es casi autobiográfico. El calvario del protagonista, detenido por las autoridades francesas bajo la sospecha de ser un extranjero indeseable, potencial elemento subversivo, replica el del mismo escritor, quien fue internado en un campo de internamiento al estallar la guerra mundial, tras solicitud de la nuevas autoridades franquistas, vía su embajada en París. En los siguientes dos años, su vida sería un continuo entrar y salir de prisiones y campos, de traslados y tránsitos, hasta ser deportado a Argelia, tras la derrota francesa a manos de Alemania y la institución del régimen pronazi de Vichy.


Aunque la proximidad de la composición novela a los hechos pueda ser discutible, si es cierta la urgencia del escritor a la hora de atestiguar el calvario de los republicanos en el exilio francés. Gran parte de la trama narrativa de Campo Francés aparece ya en una obra de teatro de 1944, Morir por cerrar los ojos, de manera que si la novela no fue escrita, como pretende la leyenda, en la travesía del Atlántico, si lo fueron sus líneas generales, que luego Aub iría puliendo año tras año, hasta convertirlas en la novela definitiva. Campo Francés hereda así de la pieza teatral su carácter dialogado, donde la intervención del narrador se limita a incluir breves acotaciones, que indiquen el estado de ánimo de los interlocutores o lo que acontece en ese instante pero no es contado por sus protagonistas. Sin embargo, esa clara influencia teatral, al estilo de Galdos, no es tal.  Su origen está en otra experiencia anterior, también de tiempos de la guerra civil: el rodaje de Sierra de Teruel (o L'Espoir si lo prefieren), mano a mano con André Malraux.

La novela se presenta a si misma como guion cinematográfico de una película nunca filmada, que el lector deberá reconstruir en su mente, pero tampoco se queda allí. Para situarlo en un contexto más amplio, el texto se publicó acompañado de un amplio conjunto de documentos gráficos,  fotografías, planas de periódicos, dibujos de testigos presenciales, intercaladas entre las diferentes escenas. Lo que los personajes se cuentan es comentado por las imágenes y viceversa. Se consigue así que los vaivenes en las peripecias de los protagonistas queden relacionados con los avatares históricos, imbricando la gran historia, la de los tratados y los dirigentes, las guerras y las proclamaciones, con la anécdota personal mínima. Subrayando, en definitiva, como no podemos escapar, como individuos aislados, a los torbellinos y tempestades de la historia, que nos arrastran y destrozan como si fuéramos hojarasca.

Una conclusión pesimista que es una constante de todo el ciclo novelístico de El Laberinto Mágico. En realidad no  es una crónica de la guerra civil, sino registro del vía crucis, calvario y agonía de la Segunda República, que en Campo Francés se subraya aún más si cabe. La idea central es mostrar como la Guerra Civil escapa al contexto español para convertirse en un asunto europeo,  presagio y lección no atendida del futuro conflicto europeo. Ante la avalancha de refugiados que huye de la caída de Cataluña, las autoridades francesas reaccionan con reflejos franquistas. Esos exiliados tienen que ser, por fuerza, peligrosos activistas comunistas que pretenden minar los cimientos de la república. Lo único que se puede hacer con ellos es internarlos, tratarlos como la escoria que se supone que son, además de servir su presencia como excusa para hacer una limpia de tanto indeseable que se ha ido acumulando en Francia, huyendo del Fascimo y el Nazismo. Si están a la fuga, reclamados por sus gobiernos será porque algo malo han hecho.

La ironía es abrasadora y será tanto más dolorosa cuando estalle la guerra mundial que enfrenta a Francia con el régimen nazi. En ese instante, en vez liberar a los antifascistas que tienen en custodia, las autoridades francesas redoblaran sus esfuerzos para internar a todos los extranjeros que aún quedaban libres en Francia. Aquéllos que habían recalado allí en busca de un refugio, quienes no hubieran dudado en ponerse del lado de las democracias contra los fascismos en esa nueva guerra, serán tratados como criminales. Incluso cuando los alemanes quiebren el frente, serán objeto de traslado a lugares seguros, en marchas forzadas durante las que, como bien cuenta Aub, van a ser ametrallados por los aviones alemanes, mientras que los gendarmes no dudarán en abatir a quienes se regacen o simplemente ya no puedan más.

El armisticio no supondrá ningún alivio para estos exiliados provenientes de toda Europa. El régimen de Vichy, de claras simpatías fascistas, no tendrá reparos en transferir a muchos de estos internados a los nuevos amos del continente. Acabarán en Mauthausen, Dachau y Buchenwald, de donde pocos saldrán con vida. El resto, los menos peligrosos o los que no fueron reclamados por sus patrias de origen, verán endurecidas sus condiciones de vida. Los campos de internamiento se transformarán en auténticos campos de concentración, cuando no de trabajo, mientras que gran parte de los prisioneros, como Aub, serán deportados al África del Norte, donde permanecerán en condiciones espantosas.

El balance de la novela es por tanto desolador. Tanto por esa doble traición hacia los republicanos exiliados, de quien su patria reniega y a quienes las autoridades francesas criminalizan, como por las ceguera, interesada o no, del gobierno francés. En concreto, su ir a la guerra contra el Nazismo a regañadientes, parsimonia que acabaría costándole la derrota total, ya qye que las fuerzas vivas de la sociedad francesa, policía y ejército incluidos, se sentían más cerca del orden duro y necesario impuesto por sus vecinos alemanes, que de la caterva de indeseables que pretendían una sociedad mejor. Más justa y más humana.

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