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sábado, 6 de octubre de 2018

Cine Polaco (LIV): Krótki dzień pracy (Un corto día de trabajo, 1981) Krysztof Kieslowski



























































Sigo, como pueden ver, con el análisis de los filmes políticos de Kieslovski, que a quienes sólo conocíamos su filmografía final, la de 1988 a 1995, nos parecen tan fuera de lugar en su obra. De estas películas de "combate", Krótki dzień pracy (Un corto día de trabajo, 1981) es quizás la más radical y extrema, puesto que narra el asalto e incendio de una sede provincial del partido comunista.  A manos, ni más ni menos, de trabajadores enfurecidos por el aumento en un 50% de los precios de los artículos de primera necesidad, ordenado por el gobierno.

Curiosamente, esta pelicula fue rodada al mismo tiempo que otra que ya les he comentado, Przypadek (El azar, 1987), en la que se analizaban los dilemas morales de la colaboración con una dictadura y la participación en la resistencia contra ella, todo ello con el transfondo del ascenso del sindicato independiente Solidarnosc (Solidaridad). La primera pregunta, por tanto, es como unas películas tan criticas con el sistema comunista pudieron ser rodadas, además con el beneplácito y las subvenciones de ese mismo sistema al que atacaban. Y no sólo estas dos obras, sino una larga lista de películas que fueron filmadas en esos mismos años, como Człowiek z żelaza (El hombre de hierro, 1981) de Andrzej Wajda,  Dreszcze (Temblores, 1981)  de Wojciech Marczewski, o   Przesluchanie (Interrogatorio, 1982) de Ryszard Bugajski. A cada cuál más radical y más explícita en su denuncia del totalitarismo comunista.

La razón, como ya les he indicado en otras condiciones, es que una característica de los regímenes comunista era la alternancia de periodos de deshielo político con otros de recrudecimiento de la opresión. En los momentos de tolerancia, siempre asociados a cambios en la jerarquía gubernamental, era común proceder a la autocrítica de los errores cometidos, lo que daba oportunidad a que se elevasen voces disidentes. Voces que, por supuesto, luego eran acalladas y suprimidas, cuando llegaba el instante de afirmar y apuntalar la autoridad de los nuevos dirigentes. Todas estas películas que enumerado surgen así en el primer periodo de gloria del sindicato Solidarnosc, cuya insurgencia se intento contener al principio con tibias reformas y libertadas, para proceder a declarar el estado de guerra y detener a sus líderes, una vez que quedó claro que se trataba de una revolución en toda regla.

En ese punto, todas estas películas de oposición desaparecieron de las salas de cine - algunas, incluso, estuvieron a punto de ser destruidas, como Przesluchanie -, si es que siquiera llegaron a estrenarse. Las dos de Kieslovski, por ejemplo, no fueron proyectadas públicamente hasta 1987, caso de Przypadek, y 1996, caso de Krótki dzień pracy, cuando lo que narraba  ya pertenecía al recuerdo y la nostalgia. Esta censura renovada afecto asímismo a las carreras de los directores implicados, que bien tuvieron que marchar al extranjero, como Wajda, o se vieron obligados a un largo periodo de silencio, del que no todos lograron salir. De hecho en el caso, de Kieslowski, este tiempo de ostracismo fue el desencadenante de su notable cambio estilístico posterior. Comenzó a aborrecer la inclusión de la política en el cine, que consideraba un lastre que impedía la creación artística, de manera que, como sabrán, sus obras comenzaron a ambientarse en un mundo cada vez más abstracto y desapegado de realidades concretas.

Lo que no quiere decir que Kieslovski, antes de su metamorfosis, fuera un cineasta político puro, al estilo de Costa Gavras. En todas sus obras hay un claro intento por evitar el maniqueísmo.  Este director evita, con exquisito cuidado, dividir el mundo en buenos y malos, entre otras cosas, porque no está seguro de que seamos realmente libres para elegir entre el bien y el mal.  Para Kieslovski,  nuestras decisiones están determinadas por un conjunto de condicionantes, entre ellos el azar, que nos obliguen a actuar de manera casi mecánica y previsible, aunque luego la racionalizaremos como elección propia y meditada. Así ocurre que, en Krótki dzień pracy, el punto de vista no es el de los oprimidos, humillados y manipulados como ocurre en las obras citadas, sino el de un alto funcionario del estado polaco: el secretario local del partido cuya jornada va a verse interrumpida por el alzamiento de los obreros enfurecidos.

Ese intento por comprender al otro, al enemigo, fue contraproducente para Kieslovski. Se le llegó a acusar, por parte de sus colegas de profesión, de ser indulgente con el sistema comunista. Un reproche que reforzaría su deseo por apartarse de la política y que le traería problemas a la hora de rodar Dekalog (Decálogo, 1998), puesto que varios profesionales se negaron a rodar con un director que no se comprometía, no elegía bando  y no se proponía  hablar de la revolución que estaba teniendo lugar. Esas acusaciones, vista la cinta, son claramente infundadas, ya que si algo queda claro en   Krótki dzień pracy es que la quejas de los obreros estaban completamente justificadas y que a ellas, a pesar de la gravedad de los hechos, siguió una represión desproporcionada.

De hecho, lo que el punto de vista inusual viene a señalar, al mostrar la trastienda de los órganos del partido comunista, es la inoperancia de éstos. Su completo divorcio con la realidad social, que les llevaba a ser meros ejecutores de órdenes, por muy absurdas que estas fueran. Servilismo, acompañado del miedo a caer en desgracia, que además les robaba todo espíritu de iniciativa, impidiéndoles reaccionar ante lo imprevisto y lo inesperado. Como esta revuelta de los obreros, debido a unas condiciones de vidas siempre empeoradas, que acaba por servir de vía de escapa al resentimiento acumulado durante años. Al odio inspirado por quienes tanto prometieron, mas nada cumplieron.

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